Fue uno de los hoteles más lujosos del país y aún es famoso por su habitación número 32

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“En esa habitación pasa algo, todos quieren pasar la noche ahí”, dice Alejandro Cazaux, gerente del Hotel Huacalera, conocido porque en una suite de su ala norte cruza el trópico de Capricornio. A un costado de la ruta nacional 9, en el corazón de la Quebrada de Humahuaca, el hotel fue en la década del 50 uno de los más lujosos del país y sus huéspedes llegaban en tren, autos lujosos y hasta helicópteros.

“El hotel tiene vida propia”, afirma Cazaux. La construcción neocolonial emerge majestuosa entre la ladera de una montaña. Solemne, con elegancia propia de la belle epoque. Tiene 32 habitaciones y casualmente la última, la número 32 es la famosa y deseada Suite del Trópico. “Es como si fuera un Overlook de la Quebrada”, afirma Cazaux en referencia al emblemático hotel de la película El Resplandor, dirigida por Stanley Kubrick.

El pueblo Huacalera, donde está el hotel

Aquí no hay fantasmas, pero sí muchas historias, y misterios que muchos adjudican a la línea imaginaria que recorre toda la tierra y que “vibra” en la habitación 32. “Es como si el hotel tuviera alma, todos los huéspedes regresan, no importa que pasen muchos años, todos vuelven”, afirma Cazaux. Algunos aseguran dormir como nunca antes, otros que sienten frío o calor. Siempre es una noche inolvidable.

“Acá hay un tiempo diferente”, confiesa Cazaux. Huacalera, el pueblo se desarrolla en ambos márgenes de la ruta 9, y su legendario hotel, responden a una misma armonía, a 2700 metros de altura, la vida transcurre a un ritmo lento, pero esto no es actual, sino un legado de tiempos inmemoriales. La pintoresca localidad tiene raíces precolombinas muy profundas. “Todavía se encuentra la pureza de la cultura de la Quebrada”, dice Cazaux.

El cartel que hace alusión al pueblo

La ruta 9 es un corredor turístico que une San Salvador de Jujuy con La Quiaca. La belleza anda suelta al costado del camino. Maimará, Tilcara, la propia Huacalera, Humahuaca, Abra Pampa y La Quiaca, donde además culmina la icónica ruta 40, son destinos visitados todo el año. El tránsito es constante y los pueblos más consagrados reciben miles de turistas, sin embargo, Huacalera conserva la tranquilidad orgánica de su pasado.

Algunos bares donde van a sofocar su sed los viajeros y locales, almacenes que venden fideos, frangollo, harina y gaseosas, también los sobres infaltables del locoto, el picante más popular, fincas, casas de adobe, artesanos y bodegas. Un cartel en la entrada anuncia: “Huacalera: la tierra del Futuro”.

Alejandro Cazaux

“Hay tiempo y tenés presente: vos digitás los espacios que querés ocupar”, afirma Cazaux. A un kilómetro y medio se encuentra el reloj de sol y un monolito con una cabra con cola de pez que representa la constelación de Capricornio. A mitad del siglo XX, el trópico pasó por allí, pero la línea se desplaza alrededor de 14 metros por año, en ciclos de 14.000 años. Las mediciones la ubican en la habitación 32 del hotel.

Solsticio de verano

Un dato que llama la atención, en el solsticio de verano, en el mediodía solar, cuando el sol se halla en el cenit, el reloj no proyecta ninguna sombra. Docenas de autos paran para conocer ambos monumentos y también para visitar la feria de artesanos que se ubica sobre la ruta. Ollas, platos, cazuelas, fuentes modeladas con la arcilla local, y también artículos hechos con madera de cardón.

El hotel visto desde arriba

Para sumar más atractivos, una gran historia ocurrió en Huacalera, que fue fundada en 1657, en su capilla, que data de 1655 y que conserva obras de la escuela cusqueña, el altar es de 1699. Es uno de los más antiguos de la región. En los alrededores ocurrió un hecho histórico crucial. El cuerpo, en un alto estado de descomposición de Juan Galo de Lavalle fue desmembrado y sus restos quedaron en las inmediaciones de la capilla.

Su corazón fue colocado en un recipiente con aguardiente y, sus huesos, en un cofre con arena seca, llevados a Potosí.

El sitio donde se llevá a cabo el descarne de los restos del General Juan Lavalle

“Fue quien hizo el pueblo”, dice Cazaux. Se refiere al español Jacobo André, un inmigrante español que hizo fortuna creando una cadena de tiendas y que recorrió todo el país buscando “su lugar en el mundo”, hasta que llegó a Huacalera y sintió ese llamado que todos dicen sentir. En 1928 creó la Finca Monterrey, y lo hizo simple: compró tierras “hasta donde la vista de” y lo simplificó aún más, entendió que la tierra es de quien la trabaja, la parceló y fue creando su propio pueblo.

El hotel fue su máxima obra, hecho con madera de cardón, adobe y piedras extraídas de la montaña que tenía detrás. “Cuando lo hacían encontraron joyas de los pueblos originarios que habitaban este lugar”, afirma Cazaux.

La famosa habitación número 32

Tuvo piscina olímpica y un casino, que para mucho nunca estuvo habilitado y que sin embargo representó el principal motivo para que las familias adineradas jugaran su suerte sin controles, llegaba la aristocracia del norte pero también las familias de clase alta porteña en un viaje en tren por lo menos épico que cruzaba medio país.

Fue muy hábil para los negocios. Trajo semillas de Europa, vio las bondades del trópico e hizo de Huacalera un vergel, un centro de producción ganadero y agrícola. Para la década del 40, una mina que extraía plomo usó al pueblo como base y necesitaba insumos para sus empleados y fue su principal proveedor. El esplendor lo tuvo en la década del 50 y en la decadencia comenzó en los 70.

Un aviador francés

“Un aviador francés de la Legión extranjera”, dice Cazaux, que André le vendió el hotel. Curiosidades que hacen de este hotel un lugar especial, el apellido del aviador también era André. “Su hija Lilian aún viene el hotel desde Francia”, cuenta Cazaux. Nadie puede separarse del hotel. En los 80 cerró y en el 2009 la actual gestión se hace cargo, agregándole el ala norte, con la inclusión de la solicitada habitación 32.

La otra gran historia del hotel está en su cocina. El restaurante Monterrey está a un costado del amplio y luminoso hall, donde artistas locales exponen su trabajo, y a un costado del bar. Estuvo dentro de la lista de los 50 Best Latam. En sus amplios ventanales se ve el corazón de la montaña, el efecto es inmersivo. El chef que está a cargo viene del mundo del circo.

“Era un barrio en movimiento”, cuenta Cristian Calapeña, el versátil cocinero nacido en Huacalera, cuando recuerda su infancia y juventud andariega por todo el país con una caravana de 20 casas rodantes y una jaula con un elefante. Desde los cinco años acompañó a sus padres en el circo. Tenía un régimen especial educativo. Estaban tres o cuatro días en los pueblos y él debía asistir a la escuela de la localidad donde se armaba la carpa. “Es imposible saber en cuantas escuelas estuve”, confiesa Calapeña. Tiene recuerdos imborrables, cuando estuvieron de gira por pueblos del interior de Misiones.

Trópico de Capricornio

“Los niños de la selva no podían creer estar viendo un elefante”, recuerda. En esa comunidad en movimiento conoció todas las provincias y los aromas de las diferentes regiones le abrieron los sentidos y le mostraron productos, sabores y las cocinas fueron una inspiración. Cuando tenía que cursar quinto año, volvió a Huacalera y terminó allí su secundaria bajo el amparo de su abuela.

“De ella aprendí los aromas de mi tierra”, cuenta. Su trabajo en el menú de “Monterrey” (con la asesoría de Walter Leal) es un homenaje a su abuela y a esos momentos en donde ella lo esperaba con un plato de comida cuando regresaba de la escuela luego de haber peregrinado con el circo por toda Argentina. “Me reencontré con mi pueblo y con toda su riqueza”, afirma Calapeña.

La capilla fundada en 1657

Enumera los productos típicos de los que se nutren en la comarca huacalerense: ocas, papines andinos, más de 20 variedades de maíz, charqui de llama y cabrito, frutas y hortalizas. También vinos de altura, en este terroir se hacen algunos de los mejores de Jujuy, como los de la bodega Yacoraite, Del Perchel y El Bayeh. “Se puede ser profeta en tu tierra”, reconoce Calapeña. La vida y las ollas lo devolvieron al lugar donde nació y emociona verlo contar en cada mesa los pasos de su menú.

Con vida propia, y alma. El hotel Huacalera está cerca del sol y esa línea capricorniana lo vuelve especial. “Antes del trópico, no llueve, cuando lo cruzás, hay agua, fertilidad, todo prospera”, confiesa Cazaux. “En este hotel pasa algo, y es bueno”.

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