Martín Rossi, el exsecretario de Desregulación que fue tenista profesional a los 53 y busca develar los misterios del deporte

admin

Martín Antonio Rossi es, al mismo tiempo, varias personas y una sola: el académico que publica investigaciones en las principales revistas del mundo; el doctor en Economía por Oxford; el exnúmero dos de Federico Sturzenegger en el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, donde representó a esa cartera en un comité que, junto con la AFA, debatió el aumento de la alícuota que los clubes deben abonar al Estado; el investigador curioso y conferencista incansable; el tenista que, a los 53 años y nueve meses, consiguió su primer game como jugador profesional y se convirtió en uno de los más veteranos en lograrlo en el circuito ITF, un hito que pronto quedará registrado en un documental; el vicerrector de la Universidad de San Andrés durante casi una década, y el asesor de gobiernos y empresas públicas y privadas en países como Jamaica, Paraguay, Perú, Costa Rica, Malaui y Panamá. Todas esas facetas conviven en un mismo cuerpo, un mismo nombre y una misma forma de vivir.

-¿Cuántas horas tiene tu día?

-Las mismas que el de cualquiera. La diferencia es cómo elijo usarlas: en vez de mirar Netflix, prefiero hacer otras cosas.

Nació en Olivos y es el menor de cuatro hijos. Todos, menos él, siguen ligados al negocio familiar: una heladería fundada por su padre, un inmigrante italiano que, a los 89 años, todavía sigue al frente del local. Su mamá, ama de casa, también colabora detrás del mostrador. Ni sus padres ni sus hermanos pasaron por la universidad; su abuelo era analfabeto. De adolescente, Martín repartía pedidos en moto, pero su mente ya estaba en otro lugar. “En mi casa de lo único que se habla es de helado; lo primero que comí en mi vida fue helado. Pero fui en contra del mandato familiar y me puse a estudiar. De chico me decían que era raro”.

-¿Y sos raro?

-Sí.

Repartió helados, se graduó en Oxford y fue, hasta el 1° de septiembre, la mano derecha de Federico Sturzenegger

Rossi llega puntual a la charla con LA NACION. Se detiene un instante frente a la cámara: duda si sonreír o mantener un gesto serio. Agradece la invitación, y se pregunta si a alguien le interesará realmente su historia: su vida, sus investigaciones, sus papers. Teme que todo eso suene aburrido. No es un hombre de notas; rara vez habla con medios ajenos al mundo académico. Mantiene un perfil bajo y, aunque tuvo voz y voto en una de las áreas más importantes del gobierno de Javier Milei, al que renunció el 1° de septiembre para retomar su trabajo académico; pocos conocen su rostro, su trayectoria y su perfil.

El exsecretario de Desregulación, cargo que asumió en enero de 2025, siente pasión por todo lo que hace. “¿Tenemos tiempo?”, pregunta cuando la respuesta requiere un desarrollo más amplio. Previo a la charla, consulta cuánto durará la entrevista; luego no mirará una sola vez el reloj ni el celular. Habla con un conocimiento asombroso sobre algunos temas y, si la charla deriva en algo que no domina del todo, lo reconoce con naturalidad.

Hincha de River como su papá, Rossi estuvo siempre cerca del deporte: primero jugándolo y después estudiándolo. Pasó por el fútbol, el tenis, el tenis de mesa y el ajedrez. En Oxford practicó los tres últimos y se convirtió en el único alumno en la historia de la universidad en competir oficialmente en tres disciplinas al mismo tiempo, un logro que le valió una beca especial. “Si ves mi currículum, lo que menos parezco es economista -admite-. A veces hablo con mi papá y me dice: ‘pero, pará, ¿vos no sos economista?’. Porque me pregunta cuánto vale el dólar y no tengo ni idea. Yo puedo hablar de violencia doméstica, de que cuando cae YouTube crece el consumo de pornografía y de los delitos contra la propiedad. Lo que pasa es que la gente no entiende cómo funciona la economía”.

“De chico me decían que era raro

-¿Y cómo funciona?

-La gente entiende al economista por el objeto estudio, que es básicamente la macro: el dólar, la inflación, el PBI. Pero hoy el economista no se define tanto por eso, sino por su forma de pensar. O sea, no todo el mundo es como yo, pero no soy un bicho tan raro. De chiquito siempre tenía teorías para todo, me encantaba pensar en temas raros. Y, al final, me dediqué a eso: se me ocurre algo y me pongo a investigar y a escribir. Ojo: cuando empecé con los papers, empecé con papers con objeto de estudio de economía. Antes de ir a Oxford, estaba haciendo cosas más de productividad. Pero cuando fui a Oxford sentí que me estaba encorsetando en algo que no me interesaba demasiado.

-A tus 21 años registraste en propiedad intelectual una propuesta para que, en caso de empate en un partido de fútbol, primero se pateen los penales y luego se dispute el alargue.

-La final del Mundial 1994 fue la primera en resolverse por penales, con la victoria de Brasil sobre Italia. En ese momento, muchos se preguntaban cómo podía ser que una Copa del Mundo se definiera de esa forma. Sobre todo, porque quien falló el último tiro fue Roberto Baggio, la gran figura del equipo. Se armó un debate. Y yo pensé que, en lugar de polemizar, podía intentar mejorar la idea. Si durante el tiempo suplementario los equipos fueran obligados a retirar jugadores de a uno, el resultado se rompería indefectiblemente por el mayor espacio disponible. Si hubiese penales australianos, como en el hockey, también habría un ganador. Pero la FIFA nunca actúa de esa manera; jamás hace cambios tan drásticos. Así surgió la propuesta de la Definición por Orden Revertido, que a mi juicio funcionaría muy bien, porque cambia todos los incentivos: el equipo que gana la tanda de penales arranca con ventaja deportiva, pero el partido se sigue jugando. Después, se queda con la victoria el que logra imponerse en el suplementario y, si el empate persiste, cuenta el resultado de los penales previos. De ese modo, habría siempre un equipo obligado a proponer. No habría más miedo escénico. Además, es mucho más justo que un deporte colectivo no quede sentenciado por un error individual que no tiene posibilidad de revancha.

-Uno de tus papers más destacados es Making a Maradona: Meat Consumption and Soccer Prowess (Hacer un Maradona: consumo de carne y destreza futbolística), que analiza por qué surgieron tantas estrellas de ese deporte en Argentina, Uruguay y Brasil.

-Me parecía raro que ningún futbolero se hubiera planteado por qué de los cinco mejores jugadores de la historia, cuatro nacieron en un área tan pequeña del mundo: Di Stéfano, Pelé, Maradona y Messi provienen de la región pampeana argentina y de la zona gaúcha de Brasil. Muchos sostienen que se debe a la pasión incomparable del Río de la Plata. Pero no es cierto. Lo dice gente que no viajó. Yo trabajé dos años para el Ministerio de Desarrollo Social de Malaui y recorrí mucho África. Allá vas a un colegio rural, suena el timbre del recreo y los chicos salen disparados a jugar fútbol, con pelotas viejas, arcos de troncos o lo que encuentren. La pasión es idéntica a la nuestra, pero no generan ningún crack. Entonces, me puse a pensar. Para ser una superestrella necesitás un desarrollo cognitivo alto, porque el fútbol exige tomar decisiones rápidas en contextos cambiantes. Y gran parte de ese desarrollo cognitivo depende de la alimentación en la infancia. Lo que más lo explica es el consumo de proteínas. En Argentina, Brasil y Uruguay, los chicos comen carne con regularidad. Quizás, por un tema económico, sea falda en lugar de asado de tira, pero carne al fin. No es un lujo de ricos: se come menos que antes, pero mucho más que en otros países. En África hay familias que consumen carne una vez por año.

Uno de sus papers más famoso explica por qué los grandes cracks del fútbol surgen en ciertas zonas de Argentina, Brasil y Uruguay

-Está claro que no todos los niños bien alimentados llegan a ser cracks, hay muchas otras variables que influyen en su desarrollo.

-Sin dudas. Estoy seguro de que en Japón o Liechtenstein están súper bien alimentados y no surgen grandes estrellas. Pero imaginá que sos un niño japonés con un buen desarrollo cognitivo. Tenés 14 años. Lo más probable es que puedas ir a la universidad, estudiar ingeniería o seguir una carrera que te garantice un futuro seguro. Esa capacidad la vas a canalizar en un camino de acumulación de capital humano: estudiar, básicamente. Si decidís dedicarte al deporte, podés tener una gran chance de triunfar, pero también una altísima probabilidad de quedarte en el camino. En muchos países, quienes tienen un buen desarrollo cognitivo no se vuelcan al fútbol, sino al estudio. Acá, en cambio, hay muchísimos chicos pobres, con alto costo de oportunidad, mucho tiempo libre y sin alternativas claras en el mercado educativo, que terminan apostando por el fútbol.

-De eso hablás también en tu paper sobre la evolución de la brecha de género en las universidades.

-Hay cierta conexión, sí. En ese trabajo que hicimos con Christian Ruzzier, coautor de varios papers, abordamos un tema que hace tiempo circula en la literatura académica: durante muchos años la brecha de género en las universidades favorecía a los hombres. En los años 50, por ejemplo, el 70% de los estudiantes eran varones. Con el tiempo, las curvas se fueron acercando, hasta que finalmente se produjo lo que se llama catch up: en los 90, ya estaban a la par. A partir de ahí surgieron distintas explicaciones para entender ese proceso. Una de las más fuertes apunta a la aparición de la píldora anticonceptiva: antes, una mujer de 20 años podía desistir de estudiar porque corría un alto riesgo de quedar embarazada y perder su inversión. Con la posibilidad de controlar la maternidad, esa barrera desapareció. También influyeron cambios sociales, como que los padres empezaron a valorar más la educación femenina. Pero luego ocurrió algo nuevo: las curvas se cruzaron y la educación superior empezó a tener más mujeres que varones. Ahí surge nuestra teoría alternativa. Hace unos 30 o 35 años comenzó a consolidarse un sendero laboral muy atractivo: el de las superstars deportivas. Con la expansión de las cadenas televisivas, aparecieron salarios descomunales en fútbol, básquet y tenis, entre otras disciplinas. Para dimensionarlo: en el Mundial 78, de los 22 jugadores argentinos, 21 jugaban en el país y solo Kempes estaba en el Valencia. Para un chico que soñaba con ser futbolista, lo máximo era llegar a River o Boca. Y aunque los jugadores de entonces vivían bien, no eran millonarios. Cuando uno revisa la lista de los deportistas mejor pagos del mundo, todos son hombres; y entre los primeros 200, apenas aparece alguna mujer del tenis. Para un chico que crece en Harlem está Michael Jordan; para uno que ama el fútbol, está Messi; en Filipinas, Pacquiao en el boxeo. Las mujeres no tienen figuras de ese nivel a quienes mirar. Un ejemplo: hay infinidad de chicos que juegan muy bien al tenis y sueñan con ser Federer. Pero, ¿cuántos clubes hay en el mundo? ¿15.000? Y de esos 15.000 chicos que son los mejores en cada club, ¿cuántos llegan de verdad? Son jóvenes que entrenan cuatro o cinco horas por día, que ponen toda su vida en eso, y a los 18 o 19 descubren que no van a dar el salto. Todas esas horas no fueron dedicadas al estudio.

-En relación con Messi, ¿por qué calificás de error que LaLiga fijara un tope salarial que lo obligó a dejar el Barcelona?

-Para entender los deportes, hay que empezar por diferenciar reglas e instituciones. Una regla del fútbol establece que se juega 11 contra 11, con una pelota de ciertas dimensiones, y gana quien hace más goles. Una institución es la liga: cuántos equipos participan, si hay playoffs o ventaja deportiva, cómo se reparte la recaudación, si existe un tope salarial o un draft para elegir jugadores. Muchas de estas instituciones buscan equilibrar la calidad de los equipos. Tomemos un draft: el equipo que terminó último elige primero, puede fichar al mejor jugador disponible y, si hay un tope salarial, puede pagarlo. Esto es muy común en las ligas estadounidenses, donde se intenta que ningún equipo concentre todo el talento. Lo que me pareció increíble fue que LaLiga estableciera un tope salarial que terminó dejando a Messi fuera del Barcelona. Para mí, eso no tiene sentido: en el fútbol americano funciona muy bien, lo mismo en la NBA. Pero que algo funcione en un deporte no significa que funcione en el otro. Por eso, me propuse analizar los deportes desde su origen. Empecé por analizar la probabilidad de que un ataque termine en gol, punto o touchdown en básquet, fútbol americano y fútbol: es decir, cada cuántos lanzamientos o ataques se concreta la jugada. E identifiqué un parámetro que la literatura no había destacado: la productividad marginal del talento.

Para Rossi, el tope salarial de LaLiga española que dejó a Messi fuera del Barcelona fue un error grave

-¿Cómo es eso?

-La productividad marginal de talento explica todos los deportes. Todos. Porque determina cómo varía la probabilidad de ganar en un partido. Pensemos en un duelo de NBA en el que el equipo A y el equipo B tienen el mismo nivel: cada uno arranca con un 50% de posibilidades de triunfo. Ahora bien, si a uno de esos conjuntos se le agrega Stephen Curry, automáticamente adquiere una ventaja de talento y, en consecuencia, mayores probabilidades de triunfar. Me tomé el trabajo de hacer estimaciones econométricas y estadísticas en distintas disciplinas para observar cómo fluctúa el resultado esperado cuando se modifica el margen de talento en juego. En básquet, la productividad marginal es altísima: si el talento se desbalancea apenas un poco, se impone siempre el de mayor nivel. En básquet, la probabilidad de convertir por ataque ronda entre el 35% y el 40%. Supongamos que el equipo A tiene un poco más de talento que el B. Cuando tira, alcanza un 40% de efectividad contra un 36% del rival. Dado que hay un promedio de 100 o 150 ataques por partido, siempre terminará imponiéndose el que tiene el 40%. Esto significa que, en básquet, si querés que no se sepa quién va a ganar antes de que empiece el partido, es necesario que el talento esté balanceado. Lo mismo pasa en fútbol americano, que tiene una productividad marginal del talento altísima: el equipo que tenía a Tom Brady ganaba siempre, y ahora Kansas, con Patrick Mahomes, también. Porque la productividad marginal del talento, sobre todo en el puesto de mariscal de campo, es enorme. Entonces, estás obligado a generar instituciones que emparejen la calidad de los ejecutantes.

-¿Y el fútbol?

-La productividad marginal del talento es ínfima: si a dos equipos parejos se les agrega a Messi en uno de ellos, la probabilidad de que ese conjunto gane solo aumenta un poco. El Barcelona tuvo a Messi, Neymar y Suárez, y aun así no ganaba todos los partidos. ¿Por qué ocurre esto? Por la ley de los grandes números: en fútbol suele haber 7, 8 o 10 ataques por partido, y la probabilidad de convertir es muy baja. Incluso cuando un equipo genera más chances que el otro, no hay certeza de que vaya a ganar. En consecuencia, en este deporte resulta mucho menos decisivo construir instituciones que igualen la calidad. Estudié también qué esperan los espectadores durante un partido y descubrí que valoran principalmente dos cosas: el nivel de los ejecutantes y que no se sepa quién va a ganar. Estoy seguro de que en la B Metropolitana los partidos son parejísimos y nadie sabe cómo van a salir, pero no son atractivos por la jerarquía de los jugadores. Existe un gen socialista que a veces lleva a la gente a querer repartir todo por igual: España tenía a los mejores ejecutantes, pero tomaron lo que funcionaba en el mercado de Estados Unidos -básquet, fútbol americano y hockey- y lo llevaron a un deporte donde no era necesario, y así perdieron toda gracia. Por eso el fútbol es el deporte más lindo del mundo: por la ley de los grandes números. Ni siquiera en el Mundial se sabe quién va a ganar.

Platense, con menor presupuesto y talento que sus rivales, obtuvo el Apertura 2025

-En Argentina no hay tope salarial y, pese a la diferencias de presupuesto, el campeón fue Platense, que además eliminó a Racing, River y San Lorenzo.

-Exacto, y está claro que Platense tiene menos talento que la mayoría de sus rivales. Pero hay otro aspecto: se consagró campeón a través de un sistema de playoffs. En Estados Unidos, los playoffs se juegan siempre en básquet y fútbol americano; eso lo importamos de allá. Funciona por la misma razón: si un equipo tiene un 52% de probabilidades de ganar y el otro un 48%, en un solo partido cualquiera de los dos puede ganar, pero si se enfrentaran 100 veces, siempre ganaría el del 52%. Antes, las eliminatorias sudamericanas se disputaban a cuatro o cinco partidos, eso hacía que todo fuera más parejo. Argentina quedó afuera en 1970 y en 1994 debió jugar el repechaje contra Australia. Desde que se implementaron las eliminatorias largas, los mejores equipos se clasifican con facilidad.

Rossi también tuvo que elegir entre el deporte y el estudio, entre su pasión por el tenis y la universidad. A los 18, la mayoría de sus amigos ya se iban a competir a Europa, a ganar dinero y conocer el mundo. Él decidió tomar otro camino. Ninguno de ellos llegó a ser profesional; hoy son profesores de tenis, como muchos que no alcanzan el nivel profesional. Rossi no quería ser profesor, no era lo que imaginaba para su futuro, así que siguió jugando como hobby. En paralelo, compitió oficialmente en Oxford y se mantuvo ligado al deporte, aunque siempre como aficionado.

A los 50, sintió que había dejado cosas pendientes. “¿Por qué no hacer lo que no hice antes?”, se preguntó. Volvió al club y se entrenó en doble turno, rodeado de jugadores a los que triplicaba en edad, decidido a cumplir el sueño de ser profesional, aunque fuera por un partido. Empezó con los qualys de Futures. En Villa María, bajo un sol abrasador, jugó a las 9 de la mañana un encuentro durísimo de hora y media… y salió victorioso. Cuando preguntó por la siguiente fase, le dijeron: “Ahora, a las 12”. El cuerpo ya no le daba. En Chacabuco fue casi lo mismo: ganó un partido de tres horas y cuarto, pero el duelo de la tarde lo dejó fuera de competición. En total, disputó cuatro torneos en Argentina; en tres superó la primera instancia, pero nunca avanzó más allá. No se dio por vencido: gestionó una wildcard, presentó todos sus resultados y finalmente la consiguió para disputar en abril de este año el Torneo M15 de Monastir, Túnez. Para completar la experiencia, armó un equipo técnico, filmó cada detalle y creó un documental, “Desafío del tiempo”, que se emitirá este año en la plataforma Flow.

Martín Rossi en el M15 de Monastir, Túnez, donde debutó como profesional

-¿Cómo viviste ese momento?

-Estuve una semana, y fue muy divertido, todos me miraban como un bicho raro. A algunos no les gustaba mucho, porque le estaba sacando una wildcard a un chico que recién empezaba. Además, estaba con las cámaras, algo poco habitual en este tipo de torneos. Cuando fue el sorteo, tuve mucha mala suerte: me tocó un polaco de 21 años (Olaf Pieczkowski), que a la semana siguiente ganó ese mismo torneo sin perder un set. Me ganó a mí 6-0 y 6-1, y la final 6-1 y 6-3. Un jugador con proyección ATP. Así y todo, le gané el 29% de los puntos. Parece poco, pero jugaba contra alguien que hoy está rankeado 400 y pico del mundo (471) y que saca a más de 200 km/h, no es nada despreciable. Fijate lo que tiene el tenis: saqué casi el 30% de los puntos y apenas gané un game. Y Federer fue el mejor con el 54%.

-¿No pensaste en seguir intentando?

-No puedo dedicarme a eso. Tengo otras cosas que hacer.

-Fuiste “jefe” de Sturzenegger en la Universidad de San Andrés. ¿Cuánto le costó convencerte para que asumieras en 2024?

-A Federico lo conozco hace mucho. Él era profesor tiempo completo, teníamos mucha interacción: almorzábamos juntos todos los días, hablábamos de economía, de nuestras ideas y de lo que creíamos que había que hacer en el país. Habría que preguntarle a él qué fue lo que vio para convocarme, porque fue una decisión suya. Yo, por mi parte, estuve muy a gusto con mi función, aunque confieso que me gusta hablar más de otros temas.

-Integraste el Comité de Análisis entre el Estado, la AFA y los clubes para definir el nuevo esquema de aportes. Ese Comité elevó un informe final, pero después el Gobierno dictó una resolución que estuvo por encima de lo conversado. ¿Por qué se tomó esa decisión?

-Yo tenía un mandato del presidente Milei: buscar el equilibrio fiscal. Y lo que encontramos en el fútbol era un desequilibrio enorme. El sistema funciona distinto a cualquier otra actividad: los clubes no hacen aportes ni contribuciones previsionales, sino que abonan un porcentaje de lo que generan por transferencias, venta de entradas y derechos de televisación. Eso representaba un ahorro considerable para todas las instituciones, especialmente para las más chicas, que se beneficiaban al no tener que pagar cargas sociales. Los clubes con presupuestos más altos terminaban sosteniendo la mayor parte del sistema, mientras que los más modestos aportaban poco o nada, porque sus ingresos eran mucho menores. En teoría, este esquema debía cubrir los costos e incluso generar superávit, o al menos no provocar pérdidas. Pero en la práctica, resultaba deficitario. A nosotros nos parece bárbaro que exista solidaridad entre clubes, porque puede haber externalidades de los chicos hacia los grandes: Julián Álvarez salió de un equipo de Córdoba, y River se recontrabenefició de que hubiera jugado ahí; quizá jamás hubiera llegado a Primera si esa institución no hubiera existido. Por eso, a los más poderosos también les conviene que subsistan los clubes del interior, porque les terminan proveyendo jugadores. En principio no tenemos problema con que el fútbol decida una redistribución de los clubes ricos hacia los pobres. Si lo eligen, será decisión del propio fútbol. El Gobierno no se mete en eso. Lo único que pedimos es que no sea deficitario. Porque si hay déficit, al final lo absorben los jubilados. Y no corresponde que ellos terminen pagando lo que los clubes no pagan. Entiendo que el fútbol es una actividad social muy importante, que puede sacar a la gente de la pobreza, pero también lo son la educación y la salud. Un docente es importante, un médico es importante. Ahí aparece la diferencia entre un análisis de equilibrio parcial y uno general. Si me decís que hay que pagarle más a los docentes, estoy de acuerdo: habría mejores maestros, los chicos aprenderían mejor y se establecería un vínculo causal entre la educación y el PBI del país. La cuestión es: ¿cómo hago para pagar esos aumentos? ¿No les pago a los policías? Gobernar es eso: tomar decisiones de equilibrio general. Si se pudiera aumentar los sueldos, se aumentarían; el tema es que no hay plata.

-Los clubes dicen que el Gobierno los trata como si fueran empresas.

-Hay que tener cuidado con ese argumento. Todo bien con los clubes, pero lo que se observa es una reacción que termina perjudicando al sistema. Te doy un ejemplo: una cancha con 50.000 lugares debería tributar por esa capacidad si se venden todas las entradas. Pero si el 80% se cubre con abonos, el club termina pagando solo por 10.000, porque los abonos no están alcanzados. No digo que lo hayan hecho a propósito, porque no tengo evidencia y como académico no me manejo con suposiciones. Simplemente señalo que, en los hechos, eso ocurrió. El Gobierno estaba dispuesto a discutir esquemas alternativos, siempre que no generaran déficit.

-¿Qué opinás de la apertura a las sociedades anónimas en el fútbol argentino?

-No es un tema que haya estudiado en profundidad, así que no tengo una opinión muy formada. En principio, estoy a favor de que exista la opción. A mí esta idea de que los socios son los dueños de los clubes no me cierra del todo, porque al final siempre hay alguien que toma las decisiones. Hay un libro muy interesante, Rebelión en la granja, donde al final los chanchitos terminan siendo los dueños y empiezan a hacer lo que quieren. En ese sentido, estoy más alineado con la visión del Gobierno: si un club quiere transformarse en sociedad anónima para conseguir capitales, debería poder hacerlo.

En julio, el Gobierno aumentó la alícuota de los clubes del 7,5% a 13,06%

-Hablaste anteriormente del “gen socialista”. ¿En qué lo notás?

-Hay algo muy argentino: cuando te pasa algo bueno, enseguida aparece la idea de compensarlo con algo malo: si te salvabas del servicio militar, te rapaban; cuando te ibas a casar, te ataban a un poste disfrazado de mujer; si estrenabas zapatillas, alguien te las pisaba. Al que le va bien parece que hay que castigarlo. Y esa mirada está marcada por las experiencias y creencias que uno incorpora desde chico. Alberto Alesina, un profesor de Harvard que murió hace poco y que seguramente habría ganado el Nobel de Economía, lo explicaba con un ejemplo muy claro: si en Estados Unidos preguntás qué piensa la gente al ver un linyera, la mayoría responde que es alguien que no se esforzó. En cambio, en Europa, la respuesta habitual es que tuvo mala suerte. Esa diferencia de percepción define muchas cosas: si pensás que a alguien le va mal por haber tenido mala fortuna, vas a generar instituciones sociales que lo protejan de esa situación. En cambio, si pensás que una persona es linyera porque no se esforzó, vas a crear incentivos para que la gente se esfuerce.

-¿Y en la Argentina qué respondería?

-No lo sé, porque no lo estudié. En realidad, nadie tiene una respuesta certera. Tal vez sea una mezcla de las dos cosas. Pero la manera en que uno entiende por qué el linyera es linyera termina definiendo las decisiones políticas que toma.

Deja un comentario

Next Post

Robaron la identificación de un familiar y cruzaron la frontera de EE.UU. más de 50 veces, hasta que el ICE los descubrió

Un mexicano de 20 años falsificó su identidad y cruzó más de 50 veces la frontera de Estados Unidos de manera ilegal con la complicidad de su pareja, una ciudadana estadounidense de 23 años. Finalmente, fueron descubiertos por agentes Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas […]
Robaron la identificación de un familiar y cruzaron la frontera de EE.UU. más de 50 veces, hasta que el ICE los descubrió

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!