Cuando ya todo es diferente

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Eduardo “Lule” Menem, el otrora poderoso hombre de confianza de la poderosísima Karina Milei, ha desaparecido. La hermana del Presidente, dueña hasta hace poco de la lapicera para escribir los nombres de los candidatos y la voz que establecía las políticas del oficialismo, quedó dentro de un espacio también reducido; su poder se licuó entre tantas mesas y comisiones que no hacen ni dicen nada. Santiago Caputo, quien, según los registros televisivos, no pudo disimular su angustia en la noche del desastre electoral cuando estaba en La Plata al lado del Presidente, también debe ahora debatir sus posiciones con dirigentes que ninguneaba hasta hace poco. Martín Menem fue rescatado módicamente de un destierro probable por su madrina política, Karina, con el argumento de que era impolítico debilitar al presidente de la Cámara de Diputados. Luis Caputo no está mejor que su sobrino; el jueves fue a visitar su increíble house organ (el canal de streaming Carajo) para hablar de economía y el viernes la economía tambaleó de nuevo. A veces, callar es una solución. Fernando Cerimedo, el hasta hace poco entrañable amigo ideológico del mileísmo y fundador de La Derecha Diario, los acaba de hundir doblemente a “Lule” Menem y a Karina Milei en su declaración ante el fiscal Franco Picardi. Los comprometió primero porque dijo que él había escuchado decir a Diego Spagnuolo, el exdirector de la Agencia Nacional de Discapacidad, que había una trama de corrupción con la compra de medicamentos que terminaba en la hermana del Presidente y en su más cercano colaborado, “Lule”. Ratificó, en definitiva, los audios de Spagnuolo en los que inculpó a esos dos funcionarios con la droguería Suizo Argentina, de la familia Kovalivker, en el intercambio de remedios por sobornos. Y con esa sola declaración, Cerimedo terminó de sepultar al oficialismo porque convirtió en abstracto el planteo de los Kovalivker de que la primera grabación de Spagnuolo fue clandestina y que, por lo tanto, convertía en nula toda la investigación posterior sobre esa corrupción presunta. Cerimedo legitimó, queriendo o no, la denuncia de Spagnuolo que para muchos funcionarios judiciales era válida para iniciar la investigación. La reciente aparición de Cerimedo es significativa porque la mayoría de los analistas de opinión pública señala que hubo una influencia importante de esa denuncia de corrupción en los resultados de las elecciones bonaerenses del último domingo. Erradicar la casta era también terminar con las prácticas corruptas de la casta.

Prometen que nada cambiará en lo económico hasta las elecciones de octubre, que serán las decisivas para los próximos dos años de mandato del Presidente. Se elegirá a la mitad de la Cámara de Diputados y a un tercio del Senado. ¿Nada cambiará? Vagamente, el Gobierno está regresando a las políticas monetaria y cambiaria que había modificado en los días previos a las elecciones con la obsesión de que no regresara la inflación. Pero en jornadas más recientes se maquillaron decisiones para que los bancos dispongan de más pesos. Los bancos habían sido desvalijados de pesos (en rigor, el Gobierno los inmovilizó) para que la moneda no se solazara en la calle haciendo subir los precios. Los bancos se enojaron: ¿para qué están ellos si no pueden administrar el dinero que los argentinos les confían? La administración decidió también que actuará interviniendo en el mercado cambiario solo cuando el dólar perfore el techo de la banda. Cuidado. Ese techo está ya muy cerca, peligrosamente cerca. Otro cambio: no intervendrá más con recursos del Tesoro para hacer bajar el dólar. El Banco Central cuenta con una cantidad de dólares suficiente como para jugar con ellos en el mercados cambiario, pero son dólares del préstamo del Fondo Monetario. Al Fondo no le gustó nunca que sus dólares se usen para bajar el precio de la moneda norteamericana. Al actual ministro de Economía le costó el cargo de presidente del Banco Central en tiempos de Mauricio Macri cuando decidió intervenir en el mercado cambiario con dólares del Fondo. Fue lo último que hizo y lo hizo en un día. La entonces mandamás del Fondo, Christine Lagarde, cayó como un rayó en el teléfono del propio Macri para decirle que no volvería a hablar con Luis Caputo. No eran tiempos de rebeldías. La economía había comenzado a salirse de control. Caputo se fue a su casa hasta que volvió al gobierno con Milei.

Por eso, lo que importa ahora, sobre todo, es el riesgo país, que superó los 1000 puntos básicos después de las elecciones perdidosas para el Presidente. Nunca bajó desde el lunes negro. Ya le era difícil, imposible hasta ahora, bajar el riesgo país de los 700 puntos básicos cuando había llegado al superávit fiscal, la sociedad parecía agradecida y, encima, todo indicaba que caminaba hacia triunfos electorales o, al menos, hacia un empate en la peronista Buenos Aires. Era inexplicable ese nivel del riesgo país, salvo por los estilos y las formas presidenciales y por los traspiés en el Congreso, que Milei los buscó hasta que los encontró. ¿Por qué el riesgo país pudo llegar en el gobierno de Macri a los 300 puntos básicos cuando el déficit fiscal nunca bajó del 4 por ciento en esa administración? Esa es la pregunta que los economistas nunca pudieron responder. La política encubre las respuestas. El riesgo país es un dato crucial de la economía por venir porque el Gobierno deberá refinanciar deuda privada en el año próximo y, por ahora, no tienen ningún acceso a los mercados financieros internacionales. No lo tendrá mientras el riesgo país no baje considerablemente de los 1000 puntos básicos en los que se encuentra, y mientras el gobierno norteamericano esté pagando, como paga ahora, entre el 4 y el 4,5 por ciento de tasas de interés por sus bonos. Son los bonos considerados como los más seguros que existen. ¿Por qué invertirían los mercados financieros en la deuda argentina, controlada por gobiernos tan volátiles y contradictorios en los últimos años? Por ahora, el gobierno de Milei no tiene reservas propias de dólares como para pagar nada y, encima, el domingo lo abatió de mala manera la derrota política en la decisiva Buenos Aires. Solo un giro significativo en las elecciones del 26 de octubre podría cambiar el riesgo país y, tal vez, la economía en general. Ningún encuestador entrevé esa modificación sustancial en la fortaleza política de la administración. “Los argentinos descubrieron en Buenos Aires que Milei puede perder. Es una mala novedad para el Presidente porque las sociedades suelen buscar a los que triunfan”, dice un encuestador. Las mediciones poselectorales no son buenas. Una encuesta de D’Alessio IROL-Berensztein señala que la imagen negativa sobre la marcha de la economía creció por quinto mes consecutivo, y es mayoría (57 contra 40 por ciento) la gente que cree que la economía estará peor el año próximo. Entre los principales problemas de los argentinos, la economía y la inseguridad comparten el primer lugar con el 66% de las menciones, pero lo novedoso es que la corrupción alcanzó el segundo lugar con el 55% (lo comparte con la crítica por la falta de propuestas para el crecimiento) después de la denuncia de supuestos pagos de sobornos en la compra de medicamentos por parte del Estado. Menos mal que Spagnuolo era amigo y abogado de Milei. De todos modos, la economía está en el primer y segundo lugar entre las principales preocupaciones de los argentinos. ¿Podrá Milei mover la inmóvil economía? “Se podrían tomar algunas decisiones ortodoxas, pero no están en el manual en el que cree el Presidente”, dice un economista que detesta a los heterodoxos de la economía.

El peronismo cree que ganó en Buenos Aires. Mala manera de leer ese resultado electoral. Perdió Milei, que es distinto

Pobre Lisandro Catalán. Milei vetó la ley que disponía de una distribución más equitativa con las provincias para los Adelantos del Tesoro Nacional (ATN) en las mismas horas en que el flamante ministro del Interior se reunía con tres gobernadores amigos, que además son aliados electorales: el de Mendoza, Alfredo Cornejo; el de Entre Ríos, Rogelio Frigerio, y el de Chaco, Leandro Zdero. Esa modificación en la administración arbitraria de los ATN fue una decisión previa de los 24 gobernadores del país, que sus legisladores llevaron al Congreso y la aprobaron. Catalán ya era el viceministro del Interior de Guillermo Francos, y el principal interlocutor de este frente a los gobernadores. A Catalán lo dejaron sin herramientas de negociación con las provincias en el primer día que ejerció como ministro. Un gobernador aliado había señalado antes de la reunión con Catalán que “lo que realmente importa es saber si el gobierno nacional va a seguir con su soberbia política, si va a seguir haciendo lo que quiere sin consultar ni negociar con nadie”. La respuesta no demoró en llegarle. En la próxima semana, el Congreso tratará de rechazar los tres vetos que Milei firmó la semana que pasó. Más trabajo para Catalán porque la situación del Gobierno es compleja y difícil. La ley de los ATN fue hasta revisada y corregida por algunos gobernadores, y promovida por todos ellos. La política sabe que los legisladores nacionales tienen más relación con sus gobernadores que con Milei. El rechazo al veto de la ley de financiamiento universitario tendrá el voto unánime del radicalismo, además del peronismo, la Coalición Cívica, la izquierda y algunos desprendimientos de Pro. El veto a los nuevos recursos para el hospital Garrahan molesta la sensibilidad y los intereses políticos de muchos legisladores. Milei necesita de manera urgente recomponer el tercio perdido del Congreso porque ese número impide los dos tercios restantes, que son necesarios para rechazar sus vetos.

El peronismo cree que ganó en Buenos Aires. Mala manera de leer ese resultado electoral. Perdió Milei, que es distinto. Si bien se miran los números, el peronismo perdió en territorio bonaerense el domingo pasado un millón de votos con respecto de la segunda vuelta de 2023, y La Libertad Avanza dilapidó todos los votos que en aquel balotaje le había aportado lo que entonces era Juntos por el Cambio, más de dos millones de votos que vinieron del radicalismo y de Pro. ¿Dónde se fueron esos votos? La mayoría se quedó en su casa. El presentismo en las elecciones bonaerenses de 2023 fue del 76,78%, mientras que el del domingo último fue de apenas el 60,98%. Demasiados argentinos indiferentes ante las propuestas electorales. Algunos se esperanzan con un cambio en los resultados de octubre porque en los comicios de Buenos Aires podían votar los extranjeros; en las elecciones nacionales de octubre no podrán hacerlo. Se supone que la mayoría del electorado extranjero prefiere al peronismo. Es más una ilusión que una esperanza. En Buenos Aires hay casi un millón de extranjeros en condiciones de emitir su voto, pero el domingo último se presentaron a votar poco más de 200.000. Asistió a las urnas un porcentaje apenas superior al 20 por ciento. Ese porcentaje no cambió nada en Buenos Aires.

Es cierto que algunos peronistas imaginan una eventual acefalía presidencial y nombran a Juan Schiaretti, candidato a diputado nacional por Córdoba, para terminar el mandato de Milei. Tan cierto como que el propio Schiaretti reconoce los rumores de sus conmilitones, aunque no está de acuerdo con ellos. “Milei debe terminar su mandato”, repite. Pero, ¿son solo rumores? El jefe del bloque peronista del Senado, José Mayans, tal vez el justicialista con el cargo institucional más alto en el Estado, declaró públicamente luego de las elecciones bonaerenses: “El Gobierno está totalmente terminado, perdió la confianza de la gente”. Mayans es un soldado disciplinado de Cristina Kirchner y de Gildo Insfrán, su histórico jefe político. En esos días posteriores a la derrota mileista en Buenos Aires, el gobernador peronista de La Rioja, Ricardo Quintela, repitió, también públicamente, casi la misma frase de Mayans: “El Gobierno está acabado”, aseguró, pero agravó su pronóstico refiriéndose a Milei. “El país le va a estallar en cualquier momento”, profetizó, y terminó con un diagnóstico brutal: “El Gobierno transita su etapa final”. ¿Se necesitan más pruebas para constatar que cierto peronismo trama la última zancadilla?

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