Pocas cosas hay más frustrantes que querer tomarte una cerveza fría y descubrir que todas están calientes. La solución rápida parece sencilla: meter la lata en el congelador y esperar unos minutos. Pero, ¿cuántos exactamente? Si te pasas, corres el riesgo de que explote; si te quedas corto, seguirá tibia.
Este dilema común tiene una respuesta más científica de lo que parece. Y no, no se trata de un truco casero, sino de un cálculo matemático que permite saber con bastante precisión cuánto tarda en enfriarse una cerveza. Lo explica el ingeniero y divulgador David Gozalo, que en su canal de YouTube decidió poner números a esta cuestión cotidiana.
El punto de partida fue claro: una cerveza a 30 grados que queremos llevar a unos 2 grados, la temperatura en la que la mayoría consideramos que está lo bastante fría para disfrutarla. El congelador, en su caso, estaba a -23 grados. Con esos tres datos -temperatura inicial, del congelador y objetivo- recurrió a la ley de enfriamiento de Newton, que describe cómo un objeto se va adaptando a la temperatura de su entorno.
La ecuación incluye además un factor llamado constante K, que depende de cosas como el tipo de recipiente o la humedad del congelador. Aunque puede calcularse de forma experimental, también existen valores medios que permiten hacer una estimación razonable.
Con todo ello, Gozalo llegó a una cifra concreta: unos 21 minutos es lo que tarda una lata en pasar de caliente a fresca en el congelador. El número no es exacto al segundo -cada congelador es distinto-, pero ofrece una referencia mucho más fiable que el clásico «la dejo un rato y voy mirando».
El ingeniero añade que cualquiera puede afinar el cálculo en casa. Basta con poner una lata en el congelador durante un tiempo fijo, medir cómo ha cambiado su temperatura y ajustar los números. De esta forma, cada persona puede tener la «constante» adaptada a su propio electrodoméstico.
Más allá de la anécdota, el experimento demuestra cómo las matemáticas sirven para explicar problemas reales de nuestro día a día. Y en este caso, la próxima vez que quieras una cerveza bien fría sin jugártela a que explote, ya sabes la respuesta: 21 minutos es la cifra mágica.