Un estudio argentino demuestra que el omega-3 mejora la presión arterial y reduce la inflamación

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Un nuevo estudio clínico argentino confirmó que la suplementación con ácidos grasos omega-3 de grado farmacéutico tiene un impacto positivo en la presión arterial, la rigidez vascular y la inflamación crónica en pacientes con riesgo cardiovascular.

La investigación, bautizada como OMECARDIO, se llevó a cabo en tres instituciones de prestigio: el Centro Médico Santa María de la Salud, el Hospital Universitario Austral y el Instituto BIOMED (UCA-CONICET), y demostró que la administración diaria de dos gramos de omega-3 durante 12 semanas redujo de manera significativa la inflamación, mejoró el control de la presión arterial y disminuyó la rigidez de las arterias en pacientes con hipertensión y dislipidemia (alteración del colesterol o los triglicéridos en sangre).

Estos hallazgos cobran especial relevancia en un país donde las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte.

En la Argentina, la hipertensión arterial alcanza a más de un tercio de los adultos: afecta al 36,3% de la población, de acuerdo con el Plan Nacional de Prevención y Control de la Hipertensión Arterial del Ministerio de Salud. La prevalencia crece con la edad: mientras que solo un 12,2% de los menores de 35 años la padece, el porcentaje trepa al 77,4% entre los mayores de 65. A esto se suma un dato crítico: casi 4 de cada 10 hipertensos (38,8%) desconocen su diagnóstico. De los que sí lo saben, apenas la mitad (55,5%) recibe tratamiento y solo uno de cada cuatro (24,2%) logra mantener la presión bajo control.

nvestigadores del Centro Médico Santa María de la Salud, el Hospital Universitario Austral y el Instituto BIOMED lideraron el ensayo clínico

El ensayo, diseñado con los más altos estándares científicos (aleatorizado, doble ciego y controlado con placebo), incluyó a 130 adultos con hipertensión y colesterol elevado, todos bajo tratamiento médico estable.

Los participantes se dividieron en dos grupos: uno recibió cápsulas de placebo y el otro incorporó dos cápsulas de omega-3 farmacéutico, con un gramo cada una. La fórmula tenía una proporción de EPA:DHA de 1,2:1, es decir, un poco más de EPA (ácido eicosapentaenoico) que de DHA (ácido docosahexaenoico), lo que busca optimizar el efecto antiinflamatorio. Ni los pacientes ni los médicos sabían quién recibía qué tratamiento, lo que aseguró la objetividad de los resultados.

Las evaluaciones se realizaron al inicio y al final de las 12 semanas. Para medir la presión arterial no se recurrió únicamente a los controles en consultorio, sino también al monitoreo ambulatorio de 24 horas, una herramienta que permite observar el comportamiento de la presión en la vida cotidiana. Además, se evaluó la presión aórtica central, la rigidez vascular mediante la velocidad de onda de pulso carotídeo-femoral y distintos biomarcadores de inflamación en sangre. Al finalizar el período de intervención, los pacientes tratados con omega-3 mostraron reducciones muy significativas en la presión arterial, en los indicadores de inflamación y en las mediciones de arteriosclerosis.

Dos gramos diarios de omega-3 de alta pureza, sumados a la medicación habitual, lograron beneficios cardiovasculares en solo 12 semanas

Entre los resultados más relevantes, el grupo que recibió omega-3 mostró una reducción clara de la presión arterial. La presión sistólica medida de manera ambulatoria durante 24 horas —con un dispositivo que registra el comportamiento a lo largo del día— descendió –6,9 mmHg frente al placebo, un alivio que se traduce en menor carga de trabajo para el corazón. También la presión central, aquella que actúa directamente sobre el corazón y las grandes arterias, bajó –6,6 mmHg, un cambio clínicamente importante por su vínculo con la prevención de infartos y accidentes cerebrovasculares. En paralelo, la elasticidad de las arterias mejoró: la rigidez vascular, evaluada por la velocidad de onda de pulso, disminuyó en –0,76 m/s, lo que refleja vasos sanguíneos más flexibles y saludables.

Las mejoras también se evidenciaron en los análisis de laboratorio. La relación neutrófilo/linfocito —un indicador simple del nivel inflamatorio del cuerpo— se redujo en –0,41 unidades, mientras que la ferritina sanguínea, otra proteína asociada a procesos inflamatorios, cayó en –46,1 ng/mL respecto del placebo. La proteína C reactiva ultrasensible mostró un descenso más discreto (–0,37 mg/L), aunque en línea con la tendencia general hacia una menor inflamación sistémica.

Los investigadores resaltaron que el tratamiento fue bien tolerado y no se registraron efectos adversos significativos, lo que refuerza la seguridad del esquema terapéutico administrado. “Los hallazgos sugieren que la incorporación de omega-3 junto a la medicación habitual de la hipertensión y la dislipemia podría ser una estrategia efectiva para colaborar en la reducción del riesgo cardiovascular y mejorar la calidad de vida de los pacientes”, explicó la doctora Carol Kotliar, investigadora principal del estudio, directora del Centro Médico Santa María de la Salud en San Isidro, consultora del Centro de Hipertensión Arterial del Hospital Universitario Austral e investigadora del CONICET.

Los pacientes que recibieron omega-3 mostraron menor rigidez arterial y reducción de marcadores de inflamación en sangre

Kotliar, además, detalló los posibles mecanismos que explicarían este efecto beneficioso: “El omega-3 tiene varias maneras de actuar. Una de las principales está vinculada con la cantidad de EPA y DHA, que son tipos de ácidos grasos de cadena larga. Lo que hacen es modificar el patrón inflamatorio del organismo, protegiendo frente al estrés oxidativo, que es el daño que producen los radicales libres en las células y tejidos. Al reducir ese nivel de estrés oxidativo en las paredes arteriales, en el hígado y en distintas áreas vasculares, baja el umbral inflamatorio y disminuye la activación inmunológica (la respuesta defensiva del cuerpo que, en exceso, genera inflamación crónica). Ese es el proceso central por el cual se logra una menor inflamación arterial”.

Para la especialista, este hallazgo abre la puerta a tratamientos más personalizados: “No se trata de pensar al omega-3 como un suplemento universal, sino de entenderlo como una herramienta terapéutica estratégica en pacientes seleccionados, con perfiles de riesgo bien definidos”.

El estudio también plantea una apuesta por la llamada medicina de precisión. Los autores sugieren que el omega-3 de grado farmacéutico no debería prescribirse de manera indiscriminada, sino en el marco de protocolos que identifiquen a los pacientes con mayor beneficio potencial, como quienes padecen hipertensión y colesterol elevado con un componente inflamatorio persistente. En este sentido, se destaca la posible sinergia con otros tratamientos convencionales, como las estatinas, que ya forman parte de la terapéutica estándar contra la dislipidemia.

La investigación abre la puerta a estrategias más personalizadas en la prevención y el control del riesgo cardiovascular

A nivel regulatorio, la investigación se desarrolló bajo estándares nacionales e internacionales de calidad, transparencia y ética. El protocolo fue aprobado por la ANMAT y por un comité de ética acreditado por el Ministerio de Salud. Además, los hallazgos fueron presentados en congresos internacionales de primer nivel, entre ellos el Congreso Europeo de Hipertensión Arterial en Milán, el Congreso Mundial de Cardiología y el Congreso de la Sociedad Europea de Cardiología en Madrid, lo que refuerza la visibilidad y validación de los resultados obtenidos.

Los autores del trabajo, cuyo título original es “Translating Omega-3 Fatty Acid Evidence into Clinical Practice: A Randomized, Placebo-Controlled Trial in a High Risk Cardiometabolic Population”, incluyen a la propia Kotliar junto con Ezequiel Huguet, Rocío Martínez Vivot, Laura Montechiesi, Cristian Beltramo, Leopoldo Marcon, Marcelo Boscaró, Alfredo Lozada y Sebastián Obregón, todos profesionales vinculados al Centro Médico Santa María de la Salud, al Hospital Universitario Austral y al Instituto BIOMED de la UCA y el CONICET.

Más allá de los datos duros, este trabajo aporta una mirada novedosa al demostrar que los omega-3 no solo ayudan a controlar factores clásicos como la presión arterial y el colesterol, sino que también impactan sobre la inflamación crónica de bajo grado, un fenómeno cada vez más reconocido como motor del daño cardiovascular.

En palabras de Kotliar, “estos resultados muestran la traslación de la evidencia científica a la vida cotidiana, en un grupo específico de pacientes, y confirman que la integración de terapias farmacológicas con intervenciones nutricionales puede ser clave para prevenir complicaciones a largo plazo”.

La investigación refuerza la importancia de integrar estrategias de estilo de vida con terapias innovadoras en la atención de rutina. El sobrepeso, la hipertensión, el colesterol y los triglicéridos elevados son factores de riesgo muy frecuentes en la población argentina y suelen presentarse de manera conjunta.

En un contexto mundial en el que las enfermedades del corazón y las arterias siguen siendo la principal causa de muerte, este estudio realizado íntegramente en la Argentina representa un aporte relevante con impacto internacional. Al demostrar que el uso del omega-3 junto con los tratamientos habituales puede potenciar los resultados, abre la posibilidad de nuevas estrategias para enfrentar la hipertensión y la inflamación crónica.

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