Renunció a la Argentina por amor y pasó por alto algo clave: “Sé que no soy la única que vivió algo así”

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Se conocieron en el año 2003. Susana, argentina, Karl, de Austria. `Nadie habla demasiado de Austria´, pensó en un primero momento, mientras él le alcanzaba una cerveza.

El hombre europeo había llegado por negocios y, al poco tiempo de su arribo, estaba dando una vuelta por el Delta del Tigre y comiendo un asado del domingo, la forma que el gerente de compras tenía para generar confianza y hacer negocios. Karl aceptó encantado, sin imaginar que al asado estarían invitados varios amigos de la vida, entre ellos, Susana, una mujer divorciada con hijos adolescentes.

“Había tenido un duelo duro de atravesar, y justo ese año había salido del pozo”; rememora Susana hoy. “La verdad, estaba radiante, ¡mejor que nunca! Me casé muy joven, así que seguía siendo muy joven”, continúa con una sonrisa.

El flechazo fue instantáneo. Ese día, Karl, que pensaba que había llegado a la Argentina por negocios, cerró mucho más que el trato inicial que había imaginado.

Tras un divorcio duro y un duelo, Susana estaba lista para el amor.

Amor a distancia y una propuesta en una noche de verano: “Decía que la vida en Argentina se volvía mágica”

En un comienzo, Karl estaba hipnotizado con la Argentina, y con Susana, por supuesto. Lejos de los tiempos siempre cronometrados, las agendas anticipadas y el clima duro, Buenos Aires se presentó ante él colmada de exotismo, sensualidad y espontaneidad. El verano llegó, y todo lo que lo había fascinado se multiplicó, así como su enamoramiento por aquella mujer alegre.

Ninguno de los dos tenía dificultades económicas, por lo que ir y venir se transformó en la nueva normalidad de su amor a distancia. Susana amaba esos viajes a Europa, pero Karl siempre prefería venir al país: “Decía que era como detener el tiempo, decía que la vida en Argentina se volvía mágica”, cuenta ella.

A medida que el tiempo pasaba, la relación cambió de forma. La fogosidad mutó hacia un amor que ambos sentían verdadero y digno de otorgarle otro estatus. En el Año Nuevo que le daba la bienvenida al 2005, Karl le propuso casamiento, y Susana, en la cima del mundo, le dijo que sí.

“Pero había un problema, si bien habíamos conversado acerca de dónde viviríamos si uno de los dos tenía que mudarse, y Argentina parecía ser siempre la respuesta obvia, nunca lo habíamos conversado realmente en serio”, cuenta Susana.

Susana y Karl hicieron varios viajes juntos por Argentina.

¿Argentina o Austria?

Amigos y familiares de aquí y de allá supieron de la gran boda que se avecinaba. Por supuesto, se iba a festejar en Argentina. Los hijos de Susana celebraron la buena nueva: a su madre la veían feliz.

Susana no tomó consciencia, casi hasta el último momento, de lo evasiva que había sido con un tema tan importante como lo era él lugar dónde vivir. Encandilada por su felicidad, dio por sentado demasiado y, en el fondo, temía un poco `pinchar´ su estado de enamoramiento: “Creo, realmente, que si nos hubiese pasado hoy, tal vez hubiéramos elegido casarnos pero seguir con la misma dinámica, ¿por qué no? Los dos habíamos pasado por otros matrimonios, conocíamos el deterioro de la convivencia. Y en este caso, no solo se trataba de convivir, sino de que uno debía renunciar a su mundo, sus raíces”, reflexiona Susana. “Pero apostamos por el camino tradicional, no lo veíamos diferente. Aparte estábamos muy enamorados y nos parecía hermosa la idea de una vida cotidiana juntos”, continúa.

Una boda de ensueño

La conversación inevitable arribó dos meses antes de la boda, cuando Karl le dijo que sabía que él siempre le había dicho de vivir en Argentina, pero que, siendo realistas, se le complicaba por trabajo. Sin embargo, tenía una mejor idea: `Vamos para Austria, si en un año vemos que no funciona, nos venimos para Argentina. Y, de por sí, dentro de unos tres años te prometo que nos instalamos definitivamente. Mi plan es bajar la dosis de trabajo y vivir una vida más relajada¨.

A Susana el trato le pareció excelente. Y tan enamorada como estaba, de pronto Austria se pareció a un cuento de hadas.

Cuando la luna de miel se termina: “Tal vez, sin darme cuenta, puse resistencia para integrarme”

Un día de diciembre `tiraron la casa por la ventana´, como aprendió a decir Karl. Con sus hijos ya casi por terminar el secundario, Susana acordó que se quedarían con el padre durante el ciclo lectivo y que pasarían las vacaciones con ella.

Los primeros meses en Austria fueron una larga luna de miel, Karl tenía más ojos para ella, que para nadie o nada, por lo que Susana se sintió muy acompañada. Pero sin dominar una palabra del alemán, antes de llegar al medio año todo comenzó a desbarrancarse. Su marido debía atender sus negocios y ella comenzó a sentirse cada vez más sola, sin familia, ni círculo social. Por fortuna, las vacaciones fueron en Buenos Aires, y Susana pudo recargar esa energía que tanto necesitaba, pero poco duró, en especial con la llegada de los días cortos y fríos.

“Me inscribí en un curso de alemán, pero me resultaba casi imposible. Aparte había renunciado a mi trabajo en Buenos Aires, habíamos acordado que no era necesario que trabaje, y la idea era dedicarme a mis pasiones y aprender el idioma. Todo suena muy lindo en teoría, pero sola, sin idioma, era complicado volver a empezar”, dice Susana.

Susana comenzó a sentir una profunda soledad en las calles de Viena.

Susana no le dijo nada a Karl, esperó con paciencia hasta que se cumpliera el año, luego viajaron a la Argentina por más de un mes y, por otro instante, todo fue color de rosas. Pero el día en que la mujer tuvo que despedirse de su tierra y seres queridos, supo que le sería difícil aguantar otro año como el que había pasado.

A pesar del trato, Karl le dijo que resistiera un año más, que estaba seguro que ahora, con un poco más de dominio del idioma, todo sería diferente. Susana cedió, pero nada cambió: “Tal vez, sin darme cuenta, puse resistencia para integrarme”, acepta hoy.

“Sé que no soy la única que vivió algo similar”

Otro año transcurrió en Austria, un nuevo fin de año arribó, y nuevamente las palabras de Karl fueron: `Un año más, después vamos para la Argentina´. Pero para Karl, Argentina ya no era exótica, sino caótica. Lo que antes lo enamoraba, ahora le causaba impaciencia.

Susana, por amor y porque sus hijos habían decidido estudiar en Europa en marcos de intercambio, llegó a resistir hasta cinco años. El último lo recuerda como una gran nube negra: peleas constantes, anhelos intensos y dos seres que habían apagado el fuego que los había enamorado. Primero se separaron y Susana regresó a la Argentina. Al poco firmaron el divorcio.

“Sé que no soy la única que vivió algo similar”, dice pensativa. “Es muy lindo el intercambio cultural, el amor con alguien que te da otras perspectivas. Pero una de las partes tiene que renunciar a sus raíces en este tipo de vínculos. Mi consejo: no te lances a la pileta como yo sin antes experimentar bien la nueva cultura y conocer al otro en su cotidianidad. Eso sí, en mi caso, a pesar de todo, recuerdo a Karl con cariño. Valió la pena”, concluye Susana, quien recuerda el tema `Rosanna´ de Toto, como una canción que les gustaba escuchar juntos.

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