Un candidato a llevarse la Libertadores contra uno que simplemente desea ganarla. Esa fue la reflexión que dejó el choque de fuerzas de River y Palmeiras del miércoles. Todas las facetas (lo futbolístico, la condición física, el trazo estratégico, la parte anímica) que pueden deparar un partido en su inicio correspondieron al visitante. Se dice, con la chapa puesta, que la mejor noticia para River fue el resultado. Se olvida, dicho de esa forma, que el resultado fue una derrota como local. Sucede que aquella diferencia en el primer tiempo pudo haberle deparado un final peor. Y que el empuje del complemento le mejoró la imagen. Sin corazón no se puede. Pero con corazón no alcanza.
Pareció, en ese largo tramo inicial, el trámite de esos encuentros del reciente Mundial de Clubes entre un equipo europeo contra uno de un continente de pocos laureles. Cuando un jugador de River llegaba a la presión, la pelota ya no estaba. Los jugadores de Palmeiras son más atléticos, sí. Esa condición se encuentra dentro de lo que se paga por un futbolista bien cotizado. Más allá de eso, lo que corre rápido es la pelota. El que sabe lo que debe hacer elige mejor el pase, la precisión en el pase ayuda al control, un buen control ahorra un par de segundos. Ya sabíamos que Brasil genera más recursos que Argentina y que compra cracks incluso de Europa. Que los equipos de allá se foguean cotidianamente entre ellos. Que los de acá compiten para saltar obstáculos, no necesariamente para jugar mejor. También podíamos pretender que River, el opulento de estas tierras, redujera las diferencias.
Tal vez sea el apuro por encontrar nuevas sentencias lo que genere el siguiente problema: un par de partidos parece suficiente para sacar conclusiones, sean positivas o negativas. Se dio en la ida de los octavos, frente a Libertad en Paraguay. Esa noche, el ingreso de Nacho Fernández resultó clave. Enzo Pérez, que no había tenido un buen primer tiempo, se lució en el segundo. Dos de los integrantes del póster de Madrid mostraban otra vez su estirpe copera. Hablaba bien de ellos y mal de quienes llegaron últimamente a reemplazarlos o sostenerlos. Dos ejemplos pueden ser Kevin Castaño, que por ahora no valió ni la mitad de lo que costó, y Matías Galarza, que en la vuelta frente a Libertad sintió que el Monumental se le caía encima. Pero las soluciones de 2018 no pueden ser las mismas en 2025. El tiempo no para. Aníbal Moreno y sus compañeros de mediocampo tuvieron otra dinámica. Es lógico. ¿Sería fuerte ver a Enzo sentado en el banco la semana próxima siendo un partido decisivo de Libertadores? En algún momento será inevitable.
Los llamados constantes a los exjugadores del club más tuvieron que ver con una búsqueda acotada y una especie de melancolía que con las necesidades. El último libro de pases (Salas, Portillo, Galarza) permitió ver la autocrítica. Permanentemente sobrevuela si al entrenador lo alcanza el mismo análisis. Si es el mismo de siempre o si perdió la magia. La personalidad ganadora no pudo haberla perdido. En todo caso, no terminará de tocarle la fibra a este grupo de jugadores. O simplemente estos sean distintos. Pero es cierto que el miércoles a River no le faltó actitud sino fútbol. El problema pasa por la eterna comparación y la forma. Al técnico se lo compara sólo con el que ganó en Madrid, no con el que obviamente alguna vez tropezó. Nadie sostiene la idealización.
Su River tuvo tantas caras como años transcurridos: el combativo de 2015, el arrollador de 2018, el más atractivo y menos ganador de 2019, el muy discreto de 2022, el irregular de 2024. Al de esta temporada todavía lo estamos definiendo. Perdió muy poco: contra Estudiantes y frente a los dos rivales claramente superiores en jerarquía individual, Inter de Milán y Palmeiras. Ganó bastante, aunque empató demasiado. A veces, el gol le brota; en otras, se le niega caprichosamente. Pasa de dominante a vulnerable. Y así lo mismo con la mayoría de sus jugadores, irregulares. En aquella multifacética definición del River de Gallardo, como si todos los planteles hubieran sido uno solo, se destaca la mentalidad, la intensidad y los éxitos en Brasil. A los que se coronaron internacionalmente los caracterizaron esas tres condiciones. A los que se quedaron en el camino les faltó una de ellas, sobre todo la tercera.
El martes, Vélez también había perdido por un gol en el partido de ida. Fue contra Racing, rival calificado. Aun así, quedó la sensación de serie abierta. Su gente valoró el rendimiento y Guillermo Barros Schelotto citó al Martín Fierro prometiendo ser torazo en rodeo ajeno. Si a River se le reduce ese crédito es porque tiene un adversario poderoso y por su funcionamiento inestable. En San Pablo necesitará saber sufrir, algo que no le sale fácil. Que Armani sea Armani y que los errores del resto puedan ser maquillados. Que el aporte de Salas no pase sólo por la lucha. Que su técnico proyecte sin dar pistas. La otra sensación de la semana es que, por cómo fue el partido, River quedó vivo. Resta saber cómo puede matar a Palmeiras.