Trump empoderó a Putin, Ucrania y Europa pagan el precio y China ve más cercana su pretendida hegemonía mundial

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La madrugada del miércoles 10 de septiembre, los radares polacos registraron lo que durante meses se temió: drones militares rusos atravesando su espacio aéreo. La reacción fue inmediata: aviones polacos, holandeses, italianos y alemanes desplegados bajo el paraguas de la OTAN interceptaron y derribaron los aparatos hostiles.

Fue la primera acción armada de la Alianza desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania en 2022. Una escalada peligrosa que, sin embargo, no sorprendió a nadie en Bruselas ni en Varsovia.

Lo novedoso no es la provocación rusa –una más en la larga lista de “pruebas” con que el Kremlin mide la paciencia occidental– sino el contexto político: ocurre apenas semanas después de la cumbre de Alaska entre Donald Trump y Vladímir Putin. Lejos de frenar la agresividad del líder ruso, aquella cita lo envalentonó. “Putin salió de Alaska convencido de que Occidente está dividido y que Washington no hará nada sustantivo para frenarlo”, asegura Constanze Stelzenmüller, directora del Center on the United States and Europe en la Brookings Institution.

La percepción de que Estados Unidos, bajo Trump, no responderá con firmeza es el verdadero combustible de estas incursiones.

De Anchorage a Lublin

Los drones Shahed derribados sobre la región polaca de Lublin formaban parte de un ataque masivo contra Ucrania: más de 450 drones y misiles lanzados en pocas horas. Pero esta vez Moscú decidió ir más allá de la frontera. “No fue un error, fue un mensaje”, sostiene Sven Biscop, investigador del Real Instituto Egmont de Bruselas. La incursión coincidió, además, con la preparación del ejercicio militar “Zapad 2025” entre Rusia y Bielorrusia, que los países bálticos observan con la misma inquietud que la edición de 2021, preludio de la invasión a gran escala de Ucrania.

Una casa destrozada por los escombros de los drones rusos derribados en Polonia

Para Varsovia, el episodio fue un punto de inflexión. El primer ministro Donald Tusk habló de “provocación sin precedentes”, mientras el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, recalcó que los drones fueron “evidentemente dirigidos” hacia Polonia. En otras palabras: no hay accidente que valga.

El Kremlin, fiel a su manual, negó cualquier responsabilidad. Pero la Unión Europea reaccionó con firmeza: Kaja Kallas, jefa de la diplomacia europea, pidió reforzar sanciones y advirtió que “los indicios sugieren un acto intencional y no accidental”.

El silencio de Trump

En Washington, silencio. Donald Trump, que en campaña había prometido “terminar la guerra en 24 horas”, no reaccionó más allá de declaraciones vagas sobre la necesidad de que “los europeos se hagan cargo de su propia seguridad”.

Para muchos analistas, esta pasividad es consecuencia directa de la cumbre de Alaska. “Putin salió de allí con la impresión de que Trump no pondría límites claros. Y cuando los dictadores no ven líneas rojas, avanzan”, afirma Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Moscú y hoy académico en Stanford.

El Atlantic Council, en un reciente informe, subrayó que la narrativa de “negociar a cualquier precio” que Trump instaló en Alaska debilitó la credibilidad de la OTAN. “Al rehuir comprometerse con un respaldo militar duradero a Ucrania, Trump dejó la puerta abierta a que Rusia intensificara las provocaciones contra aliados de la Alianza”, señala el documento.

Una OTAN a prueba

La respuesta coordinada en los cielos polacos mostró que la OTAN puede reaccionar con rapidez. Pero también evidenció su vulnerabilidad estratégica: mientras Europa refuerza su defensa aérea y sus arsenales, Washington parece cada vez más reticente a liderar.

“Trump no quiere un enfrentamiento directo con Putin, pero tampoco ofrece un plan alternativo. Ese vacío es lo que hace la situación tan peligrosa”, explica Claudia Major, experta en seguridad en el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP, Berlín).

Soldados polacos lanzan un misil portátil Piorun durante ejercicios de la OTAN en Orzysz

El episodio llevó a Varsovia a invocar el artículo 4 del Tratado Atlántico, que prevé consultas entre aliados en caso de amenaza. Es la octava vez que se utiliza desde 1949, tres de ellas relacionadas con la agresión rusa en Ucrania. Sin embargo, el temido artículo 5 –que implicaría considerar el ataque como una agresión contra todos los miembros de la OTAN– sigue sin activarse.

En palabras de Jamie Shea, ex alto funcionario de la OTAN y hoy analista en Chatham House, “cada activación de esta cláusula refleja un momento en el que los aliados sienten que la frontera entre contención y escalada se vuelve difusa”.

Varsovia, centro de la confrontación

En esta ocasión, la novedad radica en que, por primera vez, drones rusos fueron abatidos sobre territorio de un país miembro. Para el Polish Institute of International Affairs (PISM), el incidente demuestra que “Polonia se ha convertido no solo en la principal línea de abastecimiento hacia Ucrania, sino también en el laboratorio donde Moscú prueba la determinación de la OTAN”.

Polonia ha asumido desde 2022 un papel clave como motor de apoyo militar a Kiev. Para la Carnegie Endowment for International Peace, la decisión de Tusk busca “evitar que la crisis sea percibida como un problema bilateral entre Varsovia y Moscú” y trasladarla al ámbito colectivo.

El think tank chino Tsinghua Center for International Security Studies, en cambio, interpreta la medida como un signo de debilidad occidental: “Invocar el artículo 4, y no el 5, revela que la OTAN no está dispuesta a correr el riesgo de una confrontación directa con Rusia. Es un mensaje ambiguo que Moscú puede leer como falta de voluntad de escalar”.

La estrategia del “casi”

Putin juega al filo de la navaja. Ese cálculo se repite desde 2022 y hasta quizás antes: incursiones aéreas, ciberataques, sabotajes encubiertos. Todo diseñado para mantener a Occidente en vilo, sin dar un motivo formal para un enfrentamiento directo.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte

Lo nuevo, advierten expertos en la RAND Corporation, es que Moscú ya no se limita a Ucrania. “La extensión de las operaciones hacia Polonia (y luego también a Rumania) confirma que Putin siente que puede ampliar el radio de acción sin sufrir consecuencias mayores. Y eso es resultado directo de la política ambigua de Washington”, sostiene Samuel Charap, investigador de RAND.

Europa en estado de alerta

La crisis ha reavivado un debate que parecía abstracto hace apenas unos años: ¿qué pasaría si Estados Unidos se retira de facto del compromiso con Europa?

El European Council on Foreign Relations (ECFR) advirtió en su último informe que “la estrategia de Trump ha trasladado a Europa a una era de inseguridad en la que el continente debe prepararse para defenderse sin contar con la garantía automática estadounidense”. Francia y Alemania ya presionan para acelerar proyectos de defensa común, mientras Polonia pide reforzar la presencia militar europea en su territorio.

Pero el problema, subraya la analista francesa Céline Marangé (IRSEM), es de tiempo: “Las estructuras europeas de defensa tardarán años en consolidarse. Mientras tanto, la ventana de oportunidad para Putin está abierta”.

El precio de la ambigüedad

Algunos en Washington ven en esta crisis el reflejo de una vieja paradoja: cuanto más ambiguo es el compromiso de EE.UU., más riesgos asumen sus adversarios. “La historia lo muestra: cuando los autócratas perciben indecisión, avanzan. Ocurrió en Corea en 1950 y en Kuwait en 1990. Hoy vuelve a pasar en Polonia”, recuerda Hal Brands, profesor en Johns Hopkins y colaborador del American Enterprise Institute.

En Alaska, Trump ofreció a Putin la foto que buscaba: la imagen de un presidente estadounidense dispuesto a hablar de “paz” sin condiciones claras. Para Moscú, ese gesto valió más que cualquier dron derribado. Fue una luz verde.

Putin sonríe durante la conferencia de prensa tras la cumbre con Trump en Alaska

Y ahora, mientras los cielos de Europa oriental se llenan de aparatos hostiles, la pregunta resuena en Bruselas, Varsovia, Bucarest y en los bálticos: ¿qué hará Estados Unidos cuando la próxima provocación cruce una línea roja irreversible?

Sobre esto, más imprecisiones. El presidente Donald Trump, afirmó en su cuenta de Truth Social: “Estoy listo para aplicar sanciones significativas contra Rusia cuando todos los países de la OTAN acuerden, y comiencen a hacer lo mismo, y cuando todas las naciones de la OTAN paren de comprar petróleo a Rusia”. Agregó “esta es la guerra de Biden y Zelensky, no la mía”, obviando, pero peor aun, tergiversando insólitamente los verdaderos motivos de la invasión a Ucrania, tanto en 2014 como en 2022. Declaraciones una vez más para la tribuna interna norteamericana, pero que son profusamente aplaudidas por el autócrata ruso.

Estrategia y disuasión

Entre las posibles consecuencias se discute el refuerzo militar en el este europeo: más tropas, patrullajes aéreos y un fortalecimiento de los sistemas antimisiles. Según el German Council on Foreign Relations (DGAP), “la clave será calibrar la disuasión: mostrar firmeza sin caer en la trampa de una escalada que Moscú pueda explotar en el terreno propagandístico”.

La reacción no se limita al plano militar. Bruselas y Washington ya analizan un nuevo paquete de sanciones. Sin embargo, expertos del Carnegie Moscow Center advierten que “la presión económica pierde efecto cuando Rusia logra trasladar los costos hacia terceros países a través del mercado energético y la cooperación con Asia”.

Una Europa en alerta máxima

La declaración de Tusk de que “estamos más cerca que nunca de una gran guerra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial” busca preparar a la opinión pública para un horizonte de confrontación prolongada. El European Council on Foreign Relations (ECFR) advierte que el verdadero desafío no será solo responder a la provocación rusa, sino “mantener la cohesión entre aliados en un contexto en el que Estados Unidos, bajo la administración Trump, muestra señales de repliegue estratégico”.

El primer ministro polaco, Donald Tusk

En definitiva, la invocación del artículo 4 no es un gesto protocolar: es un termómetro de hasta qué punto Europa percibe que la seguridad continental ha entrado en una fase crítica. Como sintetizó un analista del International Institute for Strategic Studies (IISS) de Londres: “Lo que está en juego ya no es solo la defensa de Ucrania, sino la credibilidad misma de la OTAN como garante de la seguridad europea”.

Los límites rotos: Israel, Rusia y la soledad estratégica de Europa

Los dos episodios ocurridos la semana última —el bombardeo israelí a Qatar y la incursión rusa sobre Polonia— dejaron al descubierto una realidad incómoda: Estados Unidos ya no actúa como el freno que, durante décadas, contuvo a sus aliados y disuadió a sus adversarios. La Casa Blanca aparece desbordada por socios díscolos y por rivales cada vez más audaces, mientras Europa comienza a comprender que la seguridad colectiva vuelve a recaer, en gran medida, sobre sus propios hombros.

El ataque de Israel contra un edificio diplomático en Doha, sin consultar ni avisar a Washington, rompió las formas mínimas entre aliados. Qatar es un socio central para Estados Unidos en el Golfo, sede de la mayor base aérea estadounidense en la región. El Atlantic Council señaló en un informe que “la decisión de Netanyahu fue una bofetada estratégica a Trump, porque mina la confianza de sus interlocutores árabes en cualquier iniciativa estadounidense de paz”. La condena unánime del Consejo de Seguridad de la ONU, algo inusual en el caso de Israel, refleja la magnitud del desliz.

El humo se eleva tras la explosión por el ataque israelí en Qatar del 9 de septiembre

El problema es que Estados Unidos ya no aparece como garante automático de esos límites. El presidente Trump se limitó a preguntar en público “por qué Putin violaba el espacio aéreo de Polonia”, como si se tratara de una travesura incomprensible más que de un desafío existencial a la OTAN. Ante el ataque israelí, deslizó que “no fue decisión mía, sino de Netanyahu”, marcando distancia de un socio estratégico que, sin embargo, actúa con total libertad.

Para Europa, el panorama es inquietante. La caída del gobierno francés, la irrupción de nuevas fuerzas de ultraderecha y la fatiga económica dificultan un rearme urgente que muchos consideran inevitable. El European Council on Foreign Relations señala: “Los europeos deben asumir que la Doctrina Atlántica está muerta y que depender exclusivamente de Estados Unidos es una apuesta perdida”.

Los episodios de esta semana no son hechos aislados, sino síntomas de un desorden internacional en el que ni los aliados más cercanos respetan a Washington ni los adversarios temen su represalia. Rusia, envalentonada por su ruptura del aislamiento, e Israel, guiado por una agenda doméstica, han marcado un mismo punto: el debilitamiento de la capacidad de Estados Unidos para imponer reglas. En ese contexto, Europa deberá decidir si acepta la nueva vulnerabilidad o si construye, por fin, una estrategia propia.

La República Popular China, mientras tanto, cada vez más asertiva… e influyente

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin, con la presencia simultánea de Xi, Putin y el primer ministro Modi, no fue sólo una foto para las portadas: fue la manifestación tangible de una arquitectura internacional en transición. Lo que vimos fue un bloque que busca normas alternativas —financieras, energéticas y de seguridad— y que aspira a reducir la dependencia de Occidente, desde propuestas de bonos conjuntos hasta sistemas de pagos alternativos impulsadas por Rusia y celebradas por China.

Para los think tanks occidentales, el evento confirma una aceleración del multipolarismo. Expertos del Stimson Center advirtieron que la semana de cumbres en China mostró cómo Pekín y Moscú aprovechan espacios diplomáticos para consolidar iniciativas que desafían la primacía occidental, mientras analistas del Foundation for Defense of Democracies resaltaron la creciente convergencia práctica entre Rusia, China e incluso sectores de Asia meridional en materias económicas y de seguridad.

El presidente ruso, Vladimir Putin, el primer ministro indio, Narendra Modi, y el presidente chino, Xi Jinping, en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái

Desde la periferia oriental, observadores indios y chinos trataron de minimizar el carácter confrontacional: Nueva Delhi enfatizó la utilidad práctica de la OCS —cooperación en energías, comercio y antiterrorismo— y llamó a no instrumentalizar medidas de exportación, una señal de que la India busca beneficios concretos sin alinearse plenamente con un eje antioccidental.

¿Qué significa esto para Occidente? Primero, que el margen de maniobra se estrecha: alternativas financieras y acuerdos bilaterales robustecen la resiliencia frente a sanciones y presiones políticas occidentales. Segundo, que la hipotética “retirada” de Estados Unidos —y la percepción de vacíos dejados por la política exterior estadounidense bajo la administración Trump— ha acelerado la búsqueda por parte de otros actores de espacios de poder propio. Analistas occidentales han descrito cómo Washington “mira desde la distancia” mientras se reconfiguran alianzas; la foto de Tianjin será difícil de olvidar para diplomacias europeas y alianzas atlánticas.

En suma: la OCS, con la India incluida, no dibuja un bloque monolítico contra Occidente, pero sí refrenda una realidad incómoda para la política exterior occidental: el orden mundial ya no gira en torno a una única mesa. Si Occidente quiere seguir siendo relevante, la alternativa no será sólo la protesta pública sino una estrategia que combine diálogo económico, renovada diplomacia y respuestas a la oferta institucional que hoy crece cada vez más en Asia.

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