Es vestuarista, artista visual, escenógrafa, ilustradora y tantísimo más: Renata Schussheim lleva una vida entera creando en teatro, ballet, ópera o con músicos de rock como Charly García. Desde hace años conserva intacta su melena roja y un ritmo de trabajo impresionante, que no la cansa. Vive con sus dos perras, pero la estrella de la casa es el loro barranquero que hace décadas entró por el balcón y hasta el día de hoy le dice “buenos días, buenas noches, te amo Renatita”.
La charla con ella es fascinante porque relata con naturalidad los hechos más antinaturales, desdramatiza y sigue para adelante. “Intuyo que ser mala con las fechas y no saber calcular el tiempo me jugó a favor –dice–. Y también el hecho de que me gusten muchas cosas. Como disfruto, hago todo en simultáneo”.
–Conociendo tu carrera, empezar por el tema del loro puede ser irrespetuoso. Pero también es cierto que es muy importante en tu vida y resulta irresistible no saber más.
–[Risas] Lorito, porque aunque parezca mentira tiene ese nombre, llegó hace muchos años. Entró por el balcón y se posó en mi cabeza. Y bueno, somos inseparables. Por momentos entra a su jaula y después anda suelto. A la noche miramos juntos televisión. Y habla, sí. Muchísimo. Lo primero que aprendió fue mi nombre y después surgió el “te amo Renata, Renatita”. Por esa frase me cargan todos mis amigos, los de acá y los del exterior. Después te imita el ruido del ropero, la puerta al abrirse, y ladra como mis perras. Es muy inteligente porque no es que repite cuando uno lo pide. Estamos en un punto que cuando me voy me dice “chau, hasta luego”.
–En tiempos de inteligencia artificial, vos y Lorito.
–Exacto, casi una provocación a las máquinas. Sigo eligiendo todo aquello que late. Yo te googleo, pero no te hablo con el Chat GPT. Lo único que manejo es Instagram porque ofrece mucha imagen y hay cosas interesantes. Pero hay que hacer todo en su justa medida y saber parar, pasarse a un libro.
–Hacés muchas cosas, ¿cómo te definís?
–Justamente, lo que no quiero es definirme. En general soy una artista. Ahora salió una etiqueta más amplia que es la de artista visual. Pero siempre tengo un pie en el teatro. En realidad siempre estuvo todo muy conectado. Ahora estoy haciendo una muestra en el Museo de Arte Moderno que se llama Esto es Teatro. Y ahí se juntan el Di Tella, el Parakultural…Yo expongo cuadros de los 80, abajo está Dalila Puzzovio, arriba Nacha Guevara y un montón de gente maravillosa como Roberto Villanueva, las Gambas al ajillo, Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, que adoré y escribió el catálogo de una exposición mía que se llamaba Pajaritos en la cabeza. Toda gente que ha trabajado en teatro. Yo pertenezco a una tribu muy especial. Somos un poco renacentistas. Como Edgardo Giménez. Ahora estoy exponiendo con él y Juan Stoppani en la galería de María Calcaterra. Y bueno, él es un libra como yo: artista plástico, diseñador, vestuarista, hace esculturas, casas…
–¿Tenés algún pendiente, un sueño loco?
–Mi único sueño es poder ordenar la cantidad infinita de material que tengo. Realmente hay un archivo grande que daría para hacer diez libros hermosos, pero hay que digitalizar y lleva mucho tiempo. Estoy con muchas cosas importantes y ahora no podría. En noviembre se viene La traviata en el Colón, una ópera que nunca hice. Vienen el director y escenógrafo de España, amigos que adoro y con quienes la paso bomba. Un proyectón, así que estoy contenta siempre. Pero más allá de eso, creo que cumplí todos mis sueños. Me dediqué mucho al teatro, que es mi lugar, pero nunca dejé de dibujar. Mis muestras mezclan un poco todo: son performáticas, hay música e iluminación teatral.
–¿Cómo definís el momento actual?
–Apocalíptico. Pero de todas maneras el arte es un refugio para uno y para los demás. Hay que seguir haciéndolo aunque resulte agotador luchar para que no te corten las alas. Por suerte hay muchísima gente creativa y eso es un alimento increíble. Los teatros todavía están llenos. La gente se esfuerza y sale a escuchar música, paga lo que no tiene para ver una obra.
–Sos muy de rituales y amigos, ¿no? Y entre ellos está Charly García.
–Sí, no sé si tantos pero buenos y de toda la vida. Con Oscar Araiz [coreógrafo y director de ballet] trabajamos juntos desde hace 50 años. Tengo otros dos amigos con quienes comemos los jueves. Después está mi amiga, la escritora María Moreno. Y también se cuenta el grupo que trabaja conmigo, con quienes hacemos de todo mientras comemos sanguchitos de miga y mechamos temas de nuestras vidas. Charly es Charly. Lo adoro y somos vecinos, estamos a dos cuadras. A veces voy a verlo con unas facturitas.
–¿Está pasando un buen momento?
–Sí, está bien y con proyectos, cosa muy estimulante. Lo adoro de toda la vida. Además, juntos hicimos muchas cosas artísticas [en 1983, García lanzó Clics modernos y la eligió para dirigir el video de “No me dejan salir”].
–¿Cómo es la Renata abuela, que además comparte abuelazgo con Víctor Laplace?
–Estamos muertos de amor. Yo soy hija única que tuvo un único hijo, Damián. Por eso esto de que él haya cortado la racha de hijos únicos nos parece genial. Está Aurora, y hace poco nació Camelia. Todo esto gracias al cielo y a mi nuera Úrsula, que es un encanto y tiene el nombre más espectacular, como salido de García Márquez. Ellos son mi cercanía amorosa, y Víctor también lo vive muy emocionado. Nos llevamos bien, nos mandamos fotos y a veces comemos juntos.
–¿Cuántos años van de pelo colorado?
–No lo sé. Soy muy mala para las fechas. Alguna gente cree que soy así de nacimiento y a esta altura casi me convencí. Decí que de vez en cuando aparece una foto preochentosa y ahí veo que no es así.
–¿Te obsesiona el futuro?
–Lo que menos quiero es que me hablen del futuro, me tiren las cartas o intenten leerme las manos. Porque lo más probable, si hablaran de mi muerte, es que me muera antes. Me ponen muy nerviosa esas cosas.
–¿Le tenés mucho miedo a la muerte?
–Bastante. Me encantaría tener disciplina, religión, ser budista u otro mambo. Pero no lo ejercité, así que para qué mentir.
–¿Tu lugar en el mundo?
–En algún momento de nuestras vidas, cuando nos daba alguna angustia, con Oscar nos íbamos a Santorini. En Argentina adoro Mar de las Pampas porque me gusta el mar fuerte, esas bofetadas. Pero la última vez me olvidé de mi edad y casi me mata. Pensé que tenía 20, pero parece que no es así.