Sonny Alejandra, una joven que cruzó desde México a Estados Unidos cuando era niña y creció bajo la protección del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), decidió autodeportarse después de vivir bajo el miedo que enfrentan los inmigrantes indocumentados. Ahora vive en España por motivos laborales.
Cruzar la frontera: el testimonio de una joven inmigrante
En agosto de 2004, la por entonces niña de 13 años viajó desde Ciudad de México a Nogales, Sonora, acompañada por su abuela, con el objetivo de reunirse con su familia en Georgia. Sin embargo, la adulta no cruzó la frontera junto a ella: su papel era garantizar que la menor llegara a salvo y quedara en manos de un “coyote”, la persona encargada de guiarla durante el resto del trayecto.
“Había oído hablar de los ‘coyotes’ antes, las personas que guían a inmigrantes indocumentados a través de la frontera de Estados Unidos. Sin embargo, como adolescente, imaginaba coyotes reales. Son sigilosos, rápidos y a veces peligrosos. Así hablaban mi tía y mi abuela sobre ellos, medio susurrando, como si pudieran morder”, afirmó la joven a Time.
Pasaron dos días en un hotel, durante los cuales la menor tuvo que preparar y memorizar una sola frase: “Sí, soy ciudadana estadounidense”, aunque no sabía lo que esas palabras significaban en inglés en ese momento. También se le indicó que esperara en un McDonald’s en Nogales, del lado estadounidense, en Arizona.
Después de que ella cruzó la frontera, su abuela voló de regreso a Ciudad de México. “A menudo me he preguntado cómo habría sido para ella entregar a su nieta a un desconocido y regresar sola, sin saber qué pasaría”, afirmó Alejandra.
Del DACA a la autodeportación
La joven relató cómo fueron sus comienzos en Estados Unidos: “Durante años, sobreviví de la única manera que saben los indocumentados: en las sombras. Antes del DACA, no había un manual. Mantenía la cabeza baja, trataba de pasar desapercibida, solo visible lo suficiente para no ser rechazada, pero nunca lo suficiente para ser vista. Trabajé en un restaurante donde era cajera, ahorré cada dólar y planeé futuros que tal vez nunca llegaría a vivir. Y, como muchos otros, esperé”.
En 2012, cuando tenía 21 años, surgió el DACA, pero no aplicó de inmediato ya que pensó que era una trampa. “Cuando tuve la plata necesaria, estuve lista para enviar mi solicitud. Reuní todos los documentos que demostraban que había estado en Estados Unidos. Recuerdo revisar cada formulario una y otra vez antes de enviarlo, aterrorizada por cometer un error”, afirmó.
Un año después recibió su permiso de trabajo y pudo solicitar un número de Seguro Social. Sin embargo, cada dos años tenía que renovar los documentos. “Podía actuar como estadounidense, pero nunca reclamarlo realmente. Siempre había un acento, un lugar de nacimiento y trámites que condicionaban mi pertenencia. Todos eran recordatorios de que era una extranjera”, indicó.
Alejandra recordó el sentimiento de miedo que tenía cada vez que se enteraba sobre las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), las desapariciones de personas en su comunidad y ver las imágenes en las noticias.
Por lo tanto, en 2022 se autodeportó: “Lo que estamos viendo ahora solo confirma lo que muchos de nosotros ya sabíamos: el miedo siempre estuvo ahí. Solo que no siempre se televisaba. Y es el mismo miedo que cargué durante años hasta que decidí dejarlo atrás”.
Años más tarde, la joven se estableció en España por motivos de trabajo. “Me ofrecieron lo que siempre se me había negado: no solo el derecho a quedarme, sino el derecho a pertenecer. Ya no soy indocumentada. Pero nunca olvidaré lo que significó vivir en las sombras sin protección permanente”, cerró.