SEGOVIA.— Es domingo por la mañana y una fría brisa recorre la ciudad castellana. Lleva una remera manga larga de color naranja. Leonardo Padura (La Habana, 1955) pidió adelantar el encuentro con LA NACION para acudir luego al evento en el que su amigo Javier Cercas se presentará en el marco del Hay Festival de Segovia. Hacia el final de la jornada, él será el responsable de cerrar el encuentro dirigido por la argentina Sheila Cremaschi.
“¿Cómo estás, hermano?”, le dice a Juan Gabriel Vásquez, que aparece en escena. La amistad y la calidez signan el carácter de este hombre amable cuya risa parece salir de una caverna, en especial cuando cuenta anécdotas como aquella en la que minutos antes de una presentación de su anterior libro en España, la suela de su zapato salió despedida por el aire y hubo que improvisar un pegamento para unir las dos partes.
La solemnidad y el academicismo brillan por su ausencia en su comportamiento y expresión. Sin embargo, Padura es un sobreviviente: “Mis libros salen de mi computadora en La Habana y llegan a mis editores en España desde hace 30 años, desde 1996, cuando empecé mi relación con Tusquets. Si hay posibilidades materiales y de las instituciones, se publican en Cuba. Pero esto no ha ocurrido con mis libros más recientes. La verdad es que en Cuba hoy no hay papel ni voluntad para publicarlos”, admite el ganador del Premio Princesa de Asturias, el autor cubano vivo más prestigioso y también el más valiente. Padura no solo ha escrito libros de denuncia contra los abusos del régimen cubano y del embargo estadounidense; Padura vive en Cuba; Padura elige vivir en Cuba.
Con los ojos cerrados, para concentrarse en cada respuesta, Padura habla sobre su país y sobre su nueva novela. Basada en hechos reales, Morir en la arena (Tusquets) se sumerge en la historia de un parricida —un hijo mata a su violento padre—, quien cumple su condena en la cárcel, pero dado que le quedan pocos meses de vida, sale de prisión. Morir en la arena es también un relato sobre dos hermanos unidos por la desgracia y por una mujer, una crónica sobre los hijos de cubanos que partieron de la isla, asfixiados por la situación económica, y el retrato de una generación de escritores a quienes les dijeron a quién debían leer y qué debían escribir.
-¿Morir en la arena es una novela sobre el miedo?
-Es una novela sobre la redención y el perdón y sobre los efectos del miedo. Hay varios personajes con historias determinadas por los miedos; se ve en Rodolfo, que, de cierta forma, es el protagonista. Es una persona con un carácter muy voluble, inseguro, comete errores precisamente por su timidez, pero esa timidez se convierte en miedo en determinados momentos. La palabra redención, en su origen semántico, es la recuperación de la libertad de un esclavo.
-Los personajes son frágiles, en distintos niveles, por la pobreza, la enfermedad, la violencia.
-Sí, y en particular lo son los jubilados. Quería contar una historia sobre el final de una generación que llega a la edad muy adulta, el momento de la jubilación, cuando se convierten en, como los llaman en Cuba, vulnerables. Son gente que está empobreciéndose a partir del momento de la jubilación en un país donde la cantidad de dinero que reciben no les permite vivir.
-La novela está basada en hechos reales. ¿Conoció a los personajes que inspiraron la trama?
-El hecho real me sirvió para escribir la novela, para darle forma. Conozco a los protagonistas de esta historia, pero la novela está muy ficcionalizada, completamente transfigurada; los personajes son diferentes y hay una serie de elementos que la alejan de la historia real. Quería que apareciera una sociedad cubana, cuando arranca la novela en 2023, y un pasado que se remonta cinco décadas atrás. Ese contexto de la vulnerabilidad de estos personajes, de los miedos que sufren, de las experiencias más o menos traumáticas que tienen, están basados en hechos reales.
-Llega a decir en un momento que Cuba se ha convertido en una tumba. ¿Usted vive perseguido o padece presiones por sus críticas?
-No. Yo por escribir lo que escribo pago la consecuencia de ser casi invisible en Cuba. Mis libros no se publican, no me entrevistan, no salgo en los periódicos, pero no siento acecho por ninguna parte. La transparencia del tiempo, Como polvo en el viento, Personas decentes, Ir a La Habana y esta novela no han salido en Cuba. Circulan, pero no se han publicado. Hemos logrado hacer unas pequeñas ediciones de mil ejemplares con una editorial independiente, Aurelia; es una cantidad casi ridícula para la posibilidad y la avidez de lectura que hay en Cuba. Y también está la alternativa de las copias piratas que circulan, sobre todo en digital. Esta novela salió en España el 27 de agosto y el 30 ya había una copia pirata circulando en sitios cubanos.
-En la novela distingue entre los que se fueron y los se quedaron en la isla. ¿Alguna vez quiso emigrar, o llegó a pensarlo?¿Quedarse, en el caso de algunos intelectuales es un acto de resistencia?
-Como cualquier persona hubiera querido a lo mejor en algún momento haber vivido en otra parte, por un tiempo, como Hemingway vivió en París en los años veinte, o como Paul Auster vivió en París en los ochenta. Me hubiera encantado. Pero no, nunca ha sido una alternativa para mí y para mi esposa Lucía. Yo vivo en Cuba, escribo en Cuba, escribo sobre Cuba, me alimento de la realidad cubana para escribir y tengo un fortísimo sentimiento de pertenencia por ese lugar. Es una relación espiritual y cultural.
-En Personas decentes aparece como telón de fondo en Cuba el presidente Barack Obama y se hace hincapié en ciertos cambios o apertura a partir de ese gobierno en la isla.
-Personas decentes transcurre cuando se produce la visita de Obama a Cuba, el concierto de los Rolling Stone, el desfile de Chanel, la filmación de Rápido y furioso; era un momento, en 2016, en que iban muchos norteamericanos a Cuba, no como turistas. Coincide con una pequeña apertura económica y las cosas mejoran: había dinero, la gente hace inversiones, los cubanos obtienen la visa para ir a los Estados Unidos con varias entradas y salidas. Eso duró hasta 2017, cuando empieza el gobierno de Trump.
-¿Ha cambiado la vida en Cuba desde que Trump volvió al poder?
-Él empezó a aplicar una política de máxima presión sobre Cuba, ha limitado muchísimas posibilidades de relaciones, se han mantenido algunas posibilidades de compra de productos que tiene que hacerse con dinero casi contante y sonante, no con crédito. Biden mantuvo casi intacta la política de Trump; volvió Trump y ha profundizado esta política. En ese periodo, posterior a la pandemia, se produce un gran movimiento migratorio con destino fundamentalmente hacia los Estados Unidos, pero a partir de principios de este año se está revirtiendo porque muchas de las personas que entraron con visados humanitarios pueden ser deportados si aún no tienen la residencia y no sé qué otras condiciones. Trump ha revertido todo y ha vuelto a tener esta política de máxima presión de un embargo recrudecido que ha sido la que durante seis décadas se ha aplicado sobre Cuba y que no ha logrado cambiar el sistema cubano.
-Leo el capítulo 9 como una especie de manifiesto, de un mea culpa sobre un escritor cubano ficticio que siempre ha tenido miedo de hablar y de escribir sus ideas en un contexto de opresión. ¿Construyó a Raimundo Fumero como una figura opuesta a usted, como un alter ego inverso?
-Fumero y yo nada más tenemos la similitud de que escribimos, en algunos casos novelas policiales, y que somos cubanos. Fumero tiene una historia diferente a la mía. Yo tengo la fortuna de que cuando empiezo a escribir, unos años después que él, rápidamente encuentro una editorial —yo no la busqué— en España, y eso me permitió escribir de una manera mucho más independiente sin tener que pasar por los filtros institucionales cubanos por los que tiene que pasar Fumero para publicar en Cuba. Fumero tiene miedo de escribir determinados asuntos que puedan ser objeto de censura, y para eso se autocensura. Escribe un tipo de literatura más complaciente, que es la que le ha permitido vivir como escritor en Cuba y tener una cierta representatividad.
-En la novela aparece en segundo plano, troquelado con la trama principal, el héroe de sus novelas policiales, el detective Mario Conde. El narrador cita a Conde, quien sostiene que en Cuba se padece “un cansancio histórico”.
-Sí, Mario Conde hace un cameo aquí, como se dice. Es el que consigue libros viejos, los de los autores que leí cuando era joven.
-Habla en su novela de autores marginados, excluidos por ser disidentes y profesores y estudiantes expulsados del sistema. Incluso aparece el temor de decir en una época qué estaban leyendo o de confesar que había leído a Vargas Llosa, Fuentes, Cabrera Infante, Cortázar, Borges.
-En 1971 se desarrolla en Cuba un Congreso de Educación y Cultura que establece parámetros muy rígidos para practicar la cultura o la docencia en Cuba, o ser estudiante universitario. Es el momento en que son marginados muchísimos escritores, como José Lezama Lima o Virgilio Piñera. Los dos mueren en ese ostracismo. Se intenta potenciar un realismo socialista, aparece un escritor muy representativo, del cual se habla en la novela, Manuel Cofiño, que publica esas novelas de ambiente heroico. Los escritores más jóvenes de ese momento empiezan a escribir de acuerdo a lo que se exigía que debía ser la literatura y había esa sensación de que había que incluso leer un poco escondido a determinados escritores.
-Pero a pesar de la prohibición, los pudo leer. ¿Cómo lo logró?
-Era muy complicado porque esos libros no entraban por vía normal en Cuba, pero de alguna u otra forma lo podíamos conseguir. Son escritores muy fundamentales para mi generación, con los que tengo una relación de aprendizaje en cuanto a estructura, lenguaje, estrategias narrativas. Recuerdo que la gente forraba los libros con periódicos cubanos para que no se vieran las carátulas.
-En un pasaje de Morir en la arena se hace mención a Truman Capote: él estaba dispuesto a entender para luego escribir. ¿Es ese su caso?
-Sí, de alguna forma. Hay realidades que a veces escapan de la capacidad de comprensión de uno, de la inteligencia, de la información, de la cultura. Por ejemplo, en mi novela Herejes hay un momento en que Mario Conde se acerca a las tribus urbanas de aquel momento, sobre todo a los emos. Y a él le parecen tipos muy raros, muy estrafalarios, con propensión por sentir pesimismo, depresión, por automutilarse. Y entonces empieza a tratar de entender. Y también es un proceso que yo intenté hacer. Creo que lo que más me gusta de las novelas en las que hago investigación histórica es descubrir mi ignorancia, porque eso me obliga a tratar de superarla.
-¿Qué buscó entender en su última novela?
-Intenté fijar determinadas realidades, crear desde el presente una memoria para el futuro. Porque muchas veces hay procesos, situaciones que pasan y después caen en el olvido. Yo creo que fijar esto es importante. Este es un proceso que dentro de unos años mucha gente ni siquiera entenderá que haya ocurrido, pero ocurrió y es importante reflejarlo.
-Pensaba que en su caso, hablar de la cultura de la cancelación sería ridículo porque usted escribe desde hace muchas décadas sin miedo, siendo absolutamente clara y nítida sobre su posición hacia el régimen. ¿Qué le parece la cultura de la cancelación a alguien que representa todo lo contrario, que se anima a decir lo que piensa de modo tan valiente?
-La cultura de la cancelación es un fenómeno que ha existido siempre. Flaubert de alguna manera fue cancelado por los críticos de su época. Por eso en un momento para defenderse dijo: “Lo único que pretendía era llegar al alma de las cosas”. Muchas veces estas políticas de lo políticamente correcto son reivindicaciones necesarias o a veces magnificaciones de pequeños problemas que se convierten en grandes a partir de una manipulación, de un uso excesivo de esos problemas. Y ahí vienen entonces cancelaciones de todo tipo, de tipo religioso, cultural, sexual, literario. En fin, es un proceso muy complejo y que está provocando que mucha gente que nunca supo lo que era el miedo, tenga miedo, porque pueden ser cancelaciones muy drásticas.
-Me parece que plantea en esta novela lo que mucha gente no se anima a decir públicamente sobre el régimen. ¿Siente el peso de ser esa voz?
-Trato de no pensar en responsabilidades adicionales que no sean las del escritor que tiene una función artística, pero que puede también ser una función civil en cuanto a expresar determinados problemas de una realidad, no solamente en su literatura, sino en toda una serie de conferencias, entrevistas y comentarios que pueda hacer. Asumir la otra responsabilidad no me interesa para nada, no lo quiero y no lo he pretendido nunca porque todo eso puede ser fuente de una cierta vanidad, de creerse que uno es el que tiene la verdad. Cada uno tiene su relación con lo cierto y con lo falso. Lo que sí te puedo decir, y ahí estoy completamente convencido, es que ni en mis novelas, ni en mis declaraciones públicas hay una sola mentira sobre la realidad cubana. Puede haber otras miradas, otras lecturas, otras interpretaciones, porque la verdad como se sabe es relativa y la mentira es absoluta. Pero esa mentira absoluta no está nunca en ninguna de mis palabras escritas o pronunciadas.
-¿Qué le pasa cuando lee sobre esa romantización hacia Cuba y Fidel Castro por parte de cierta izquierda?
-Pienso que esa gente sencillamente no vive en Cuba, deberían venir a vivir a Cuba y ver cómo vive un cubano, con un salario de un cubano, en las condiciones de un cubano y entonces vamos a ver qué piensan.
-¿Cuáles son sus planes en este momento?
-Cuando termine el proceso de promoción del libro lo que pretendo, después de que pase la Feria de Guadalajara, y regrese a Cuba es tener reposo. Este año separé un tiempo en octubre porque quiero, con un pequeño grupo de amigos, celebrar mis primeros 70 años.