La experiencia es inmersiva desde el minuto cero: apenas se traspasa la puerta de vidrio, la degustación del té de cortesía y el acento que se escucha proponen un viaje directo a Moscú.
Los profesionales, todos jóvenes, llegaron en la última ola inmigratoria con sus saberes ancestrales bien frescos. Entre masajes con ramos de romero, baños de vapor, exfoliación de hammam, vaporización con naranjas heladas, respiraciones con recipientes de hielos y abanicos de laurel en el sauna, en Gafarov se lleva el relax a otra dimensión.
El espacio, en Moreno al 300, es el primer spa ruso del país. Se organiza en un sector de relajación, un restaurante y una planta libre, abierta, donde se dispone una pileta de agua helada, los saunas y las duchas sin cortinas. Por eso la agenda marca días para mujeres y otros, para hombres: allí la libertad de usar o no traje de baño depende de cada quien.
“Mi vínculo con la banya (sauna) y la cultura del spa comenzó en la infancia, en la ciudad de Vladivostok, en el Lejano Oriente de Rusia, muy cerca de la frontera con China. Para mi familia, el ritual del sauna no era solo un hábito, sino parte de una antigua tradición rusa que unía a generaciones y transmitía una manera de entender la salud y la armonía”. A metros de Plaza de Mayo, la que habla es la directora, Nadia Gafarov, que le puso su apellido al emprendimiento. Una manera de plantar raíces en Argentina y compartir parte de su cultura. En Rusia, la banya no es solo un baño de vapor sino un momento compartido donde se estrechan los vínculos al calor de la humedad y los aromas.
Nadia, de 38 años, se instaló junto a su marido Ilya, y sus hijas de 4 y 14 años, que ya van a escuelas porteñas y les enseñan a sus papás los modismos locales. La pareja viene del mundo corporativo: ella era directora de personal y él, bancario.
Con gorros de fieltro que protegen la cabeza del calor y ataviadas en mallas negras, las masajistas explican los beneficios de las hojas de roble (veniks) que se usan en el sauna, previamente humedecidas en agua tibia: “Normalizan la presión, previene las várices, reduce la sudoración y calma el sistema nervioso”. Las hojas, que no se desprenden de sus ramas, dispersan el calor y producen roces prolongados en la piel. Lo hacen a través de una danza circular donde se cruzan los manojos en el aire, a un ritmo suave, antes de aterrizar en la piel. La persona que recibe este masaje se ubica boca abajo en la camilla y respira en un cuenco de hielos aromáticos. El efecto es contrastante, el cuerpo levanta temperatura y, al mismo tiempo, se nutre del aire fresco.
La sesión termina con un chapuzón en la pileta helada que activa la circulación. Jarras de agua y duchas siempre disponibles contribuyen a hidratar el cuerpo y pasar a la siguiente sesión. El lavado del cuerpo con productos naturales y esponja vegetal (luffa) limpia la piel de impurezas sin irritarla. Lo lleva adelante Marina, la experta en comunicación y marketing que recuperó las técnicas milenarias de su país para aplicarlas en su nueva tierra. Mientras enseña las propiedades del peeling que mejora la circulación, aprende nuevas palabras en castellano.
Paso siguiente: exfoliación con una mezcla casera que incluye miel, lavanda y sal. Esta opción se realiza en el hammam, una sala revestida en azulejos, un poco más fresca que el sauna.
“Al conocer más de cerca la cultura y el estilo de vida en Argentina, vimos que existía una oportunidad única para unir nuestra tradición con el interés local por la salud y el bienestar”, resume Nadia, la directora, mientras ofrece té en vasitos de vidrio. Está rodeada de colaboradores, todos rusos. Muchos utilizan el traductor del teléfono para explicar los procedimientos, brindar detalles específicos y conducir a las personas por los distintos espacios del edificio.
En Moreno 354 se conservó el espíritu tradicional del edificio que fue un anexo del Museo Etnográfico. Construido en 1870 a partir de un proyecto de Pedro Benoit, (el mismo arquitecto que diseñó la ciudad de La Plata) se proyectó para funcionar como la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En 1904 el museo se transformó en una institución de investigación y enseñanza.
Por los tres pisos del edificio van y vienen las y los masajistas con sus gorros de fieltro gris. “Traen sus propias historias, muchos vivieron en Emiratos Árabes Unidos y eligieron Argentina porque les atrajo el clima, la cultura y la oportunidad de reflejar la tradición a miles y miles de kilómetros de sus ciudades natales”, suma Nadia.
La experiencia termina con un banquete en la última planta. El menú está en ruso, pero las fotos y el traductor del teléfono facilitan la elección: varenikes de papa, goulash, ensaladas y bebidas típicas que se pueden degustar independientemente de los servicios del spa.