José Luis Rodríguez, El Puma, no requiere de mucha presentación. El cantante, actor, presentador, empresario y productor venezolano lleva décadas siendo uno de los artistas más destacados de la música latinoamericana; con más de 60 álbumes publicados y éxitos como Culpable soy yo, Dueño de nada y Agárrense de las manos. El Puma vuelve a los escenarios de la Argentina para presentarse en el Movistar Arena junto a Los Palmeras, y antes del show se sentó a charlar con Pía Shaw, en una nueva entrega del ciclo conversaciones.
– ¿Te gusta hacer tele, ser jurado cuando te convocan?
– Me encanta. He hecho La Voz en Perú, en Colombia, en Chile, en Argentina dos veces. Hice Top Chef en Estados Unidos, me encanta.
– ¿Te gustó la cocina?
– Entré sin saber y salí sin saber, pero bien. La experiencia estuvo bien.
– ¿Y un formato como La Voz, que es un éxito?
– Ese programa me encanta.
– ¿Te impresiona ver la cantidad de gente que canta tan bien?
– Muchísimo. Hay tanta gente que canta bien y que no ha tenido la chance. Esa plataforma sí es importante para la gente que anhela y tiene el sueño de cantar, de ser. No solamente con la voz, sino la música, la composición, todo; y me parece que es un formato muy generoso para la gente que tiene esperanza, pero que no ve por dónde entrar.
– Un programa de televisión te puede dar esa herramienta, pero después hay que hacer un gran recorrido…
– Les puede dar el comenzar a caminar. A caerse y a levantarse.
– ¿Sabés mucho de caerse y levantarse?
– Mucho. El asunto no es caerse, es levantarse a cada paso que das y aprender de eso. Se aprende de los errores, nunca del triunfo. Del fracaso aprendes más que de lo que aciertas, porque no tiene discusión el triunfo. ¿Para qué? ¿Cómo se cuestiona? ¿Por qué triunfó? ¿Por qué metió tanta gente? No se sabe. Pero el fracaso tiene muchas preguntas y pocas respuestas.
– ¿Sentís que Dios te acompañó siempre? ¿Lo tenés presente desde chico?
– Siempre. Desde los seis años tengo esta conexión espiritual porque soy el último de 12 [hijos]. Yo cerré la fábrica. Seis mujeres y seis varones. La docena completa. Y bueno, ya me queda una hermana solamente. Dios me ha dado el privilegio y la bendición de atenderlos a todos, despedirlos a todos, a mi madre, a mis hermanos, y es un privilegio también poder hacerlo y tener los recursos para solucionar cosas que suceden. Pero Dios ha sido generoso conmigo, muy generoso. Desde niño lo sentí en mi espíritu, en mi corazón. Y a los 33 años entendí lo que era realmente Cristo y su venida, pues ahí cambió todo para mí.
– ¿Tus padres eran muy creyentes?
– Mi madre, sí. A mi padre casi no lo conocí, yo tenía seis años [cuando falleció].
– ¿Cómo fue esa relación de hermanos?
– No fue buena. Había peleas, discordias, discusiones. Imagínate, cinco varones, había muchas peleas. Yo heredaba la ropa de todos lo demás, me quedaba grande, pero me la ponía.
– Mirá cómo son las vueltas de la vida, que vos terminaste ayudándolos a ellos en su camino.
– Dios actúa por senderos misteriosos. No tengo ninguna queja, ningún reproche, ningún resentimiento. Yo acepto las cosas como vienen, y doy gracias en lo que creo bueno y lo que creo malo.
– Cuando pasa en 2017 tu volver a empezar, ¿sentiste ese llamado? ¿Lo sentiste a Dios en ese hospital?
– Sí, totalmente. Yo me despedí como dos o tres veces, literalmente me despedí. Y empecé el proceso de desarraigo, del no poseer –de “yo tengo” y “lo mío” –, nada de eso es mío, ni el cuerpo. Entonces, empecé a despegarme, a despegarme, a despegarme, aun de mi esposa y de todo lo que yo creía que era mío. Porque, ¿qué es lo tuyo realmente? Ni el cuerpo. El desapego es lo más difícil que yo encuentro. El desapego de todo, de humanos, animales, plantas y las cosas materiales. Entonces, cuando tienes realmente la conciencia del desapego, dices: “Me voy en cualquier momento y estoy bien, tranquilo”. Porque donde está tu corazón está tu tesoro.
Despréndete, despégate. Porque, ¿quién se queda aquí? Nadie. Entramos, salimos, nacemos, morimos, administramos, no poseemos. “Yo tengo lo mío”, realmente no existe. Entonces, ¿a qué aferrarse? A Dios.
– Qué difícil habrá sido para tu mujer, que te acompaña hace más de 38 años. ¿Qué significa ella en tu vida?
– Todo. Después de Dios, ella. Lo que yo haga y lo que aporte no justifica lo que ella ha hecho por mí. Porque ahí los matrimonios se rompen: en la enfermedad, en lo económico y en la diferencia de caracteres. Pero ella estuvo conmigo, día y noche en terapia intensiva, durmiendo en una camita. Entonces, ¿cómo valoras eso? ¿Cómo cuantificas eso? La palabra es amor. ¿Por qué lo haces realmente? Por amor. Y ya se me enchumban los ojos de lágrimas.
– Hay una imagen que a se me viene a la cabeza: aquella conferencia de prensa en el hospital, cuando apareciste, sin saber si la música iba a volver a tu vida, sin saber qué iba a pasar.
– Sí, era una incógnita para mí y para ella [su esposa]. Nunca se vio tanta gente en el hospital, había como 60 periodistas de todas partes y eso fue emocionante. Primero, que Dios permite que la ciencia actúe en los humanos, en nosotros, para hacer milagros también. Después de la operación comenzó un proceso, de adaptarte a una forma de vida que no es la tuya, de la alimentación, de las pastillas que son de por vida. Nunca fui fumador ni tomador. Lo probé cuando era muchacho y dije: “Esto no es para mí”, y lo deseché. Pero, realmente, ahí te das cuenta que lo que hiciste en el pasado te repercute en tu vida futura.
– ¿Te gusta hacer giras?
– ¿Sabés lo que pasa? El clímax de todo este asunto es cuando estás frente al público. Tú puedes grabar, tú puedes hacer las redes, tú puedes hacer saludos, pero todo el corolario, el clímax, la emoción está aquí en el escenario. Si tú pierdes eso, es como estar en la casa sin hacer nada. Entonces, ¿qué espera la gente? Que uno vaya a buscarlos, abrazarlos, besarlos, acariciarlos con la música; oír lo que quieren escuchar, no lo que yo quiero cantar. O sea, complacer a la gente, al público. Yo creo que somos necesarios porque el planeta está pariendo, pariendo realmente.
– ¿Te llevás bien con las redes sociales?
– Tengo a alguien como Daniel que está pegado a las redes. Después, en Miami, tengo a otra persona. Pero sí, estoy con el teléfono incrustado. Es un vicio horrible. Mi esposa me dice: “Te vas a atontar, vas a caer en el Alzheimer porque te estás desconectando de todo”. Es tan adictivo, el teléfono, las redes. También busco mucho reírme.
– Alguna vez mencionaste “prepararte para los 90 años”. Algunos lo toman como un retiro. ¿Vos creés que vas a seguir?
– Bueno, si llegó hasta allá, cómo no. Si llegó hasta los 90, no arrastrando los pies, si puedo caminar… Porque nuestro querido Julio [Iglesias] está guardado y hace falta en el escenario. Julio siempre fue un campeón. Rafael es un volcán, con un hígado prestado hace un show de tres horas. Entonces, quedamos Rafael, yo y Roberto [Carlos] de esa generación. Pero si Dios me permite llegar hasta ahí, hasta los 90 años, y si veo que estoy más o menos bien, sigo. Si no aguanto, desacelero.
– ¿Te quedan muchas cosas pendientes?
– Tengo algunos proyectos porque aquí no puedes dejar de soñar. Lo que te mantiene vivo, realmente, es seguir soñando, planificando, viendo cosas en el futuro que después se acercan al presente. Siempre estoy haciendo cosas en mi mente que si se dan, OK, si no, las trabajo para que se den. Pero sí, estoy preparando dos o tres cosas.
– Hoy están muy de moda las biopics. ¿Te gustaría que cuenten tu historia?
– La voy a contar yo, pero en un proyecto que tengo. Hay un proyecto, pero lo mío es otra cosa. Es un proyecto que puede estar en ocho semanas, dos meses.
– ¿Cuál es tu mayor virtud?
– No sé.
– ¿Qué rasgo de tu personalidad te orgullece?
– Cuando aprendí a decir que no. Antes era todo “Sí, sí, sí”, complacía a todo el mundo, menos a mí. Un día dije: “¿Y cuándo yo?”. Cuando empecé a complacerme a mí con el ‘no’, algunos se retiraron, algunos dijeron qué pesado, pero la mayoría me aceptó tal y como soy. Si no tengo ganas de hacer una cosa, si no tengo ganas de ver a alguien, ¿por qué lo tengo que hacer obligado? Hago lo que me place, contesto lo que yo quiero y nadie me puede obligar al ‘sí’. El ‘sí’ es muerte para ti, vida para los demás.
– Si estás en un restaurante con tu mujer y se acerca alguien para pedirte una foto, ¿siempre decís que sí?
– Ahí siempre digo que sí. No me gusta desairar a nadie, despreciar a nadie, porque esa imagen le va a quedar para toda la vida. Te cuento algo: Carlos Gardel fue a Caracas, mi madre fue a verlo a un teatro. Mi madre estaba en la primera fila, Gardel le da la mano. Eso fue todo. Gardel se va. Gardel muere, pero vivió en mi madre hasta que ella falleció. Nunca olvidó que Carlos Gardel le dio la mano, y hasta el día de su muerte recordó esa acción. Eso me quedó tan grabado. ¿Qué es lo que recuerda la gente de un político, de un deportista, de un artista? La última acción. No lo digo por el egoísmo mezquino de que tú quieres que te recuerden. Es que, de verdad, tú quieres dar esa satisfacción a esa persona para que se vaya contento. Un gesto, un abrazo, un cariño, una palabra es tan vital para la gente que lo va a recordar siempre, lo necesitan.
– ¿Qué parte de tu infancia volverías a vivir?
– Ninguna.
– ¿Qué canción te emociona más?
– De todas las que he grabado, Agárrense de las manos.
– ¿Qué paisaje de la Argentina llevás siempre adentro tuyo?
– Cuando voy aterrizando, siempre llego a Puerto Madero, toda esa zona, el Puente de la Mujer. Yo inauguré el Hilton, conocí al dueño en Mar del Plata, conocí sus planes. Y siempre recuerdo eso, que él me invitó a inaugurar el salón de fiestas del Hilton. Entonces, el Puente de la Mujer, el Hilton, Puerto Madero… es un recuerdo muy bonito para mí.
– ¿Qué libro, película u obra te marcó para siempre?
– El libro, la Biblia, por supuesto. Película, La pasión de Cristo de Mel Gibson.
– ¿Qué te da bronca con facilidad?
– Muchas cosas, no te lo voy a decir (risas).
– ¿Qué te hace reír con ganas, sin culpa?
– Los accidentes normales de las personas, las equivocaciones, los chistes rápidos. Después de la operación, en mi mis momentos solos en la casa, yo estaba muy dentro de mí y sentía que necesitaba hacer algo, que necesitaba sonreír por dentro. Había tanta tristeza dentro que empecé a buscar comediantes por Internet. Y busqué a José Mota, a Emilio Lovera [venezolano], a todo lo que fuese risa y empecé a distenderme. Empecé a aflojarme porque la risa es un remedio para el alma. Reír y sonreír. Es como si tuvieras una camisa de fuerza, te la van desabrochando y se va distendiendo el cuerpo. Todos los días fui a la terapia de la risa.
– ¿Sos hombre de terapia?
– Me fastidia la terapia.
– ¿Con quién te gustaría tener una última charla y por qué?
– Mi última charla debe ser con mi esposa. Sí, definitivo.
– ¿Qué te gustaría que digan de vos dentro de cien años?
– Lo que les dé la gana. Yo no vine aquí para, egoístamente, decir: “Ahí tienen eso para que me recuerden”. No, todos pasamos. Nadie es indispensable, nadie es eterno. Todos pasamos. ¿Se detiene el tiempo? No, nadie se detiene porque alguien se va del cuerpo. El que siempre se va a recordar es Cristo. ¿Sabes por qué? Porque está vivo.
– ¿Qué van a hacer en el Movistar Arena?
– Cantar junto a Los Palmeras. Voy a hacer canciones románticas, por supuesto, las que la gente sé que quiere escuchar, pero después le metemos pura caña.
– ¿Tenés contacto con Luis Miguel?
– No, pero fue a verme a la clínica. Agarró al chofer, fue solo con un sombrero, unos lentes. Fue una cosa bien bonita, yo quería hablar con él hacía tiempo.
– ¿Por qué querías hablar con él?
– Cosas espirituales. De niños, Chayanne, Luis Miguel, Ricky me veían en México. Teníamos un gran apego por Luis Miguel, conocí al papá. Él quería que nosotros, en la oficina, manejáramos a Luis Miguel, pero era imposible con el papá. Pero Luis Miguel siempre fue una luz impresionante. Por eso le dicen “El sol”. Con todo lo que le ha pasado, con todo el dinero, con toda la fama, todavía está ahí siendo Luis Miguel. Impresionante.
– ¿Vas a recitales?
– Cuando quiero y me gusta. He visto a Roberto, a Rafael… Tienen que verlo, ese es un artista de verdad, cada canción que hace es un arte. Es un artista en el escenario, todo lo hace con arte, no se le cae ni una canción. No hay canción de relleno. Él dijo una cosa muy interesante. Alguien le dijo: “Es que, a veces, el público está muy frío”. Pero él respondió: “No, no, no. El público no está frío. El público es un papel en blanco en el que tú le escribes lo que quieras. Tú lo levantas, lo aplastas, eres tú quien lo mueve. El público está conforme tú le transmitas”. Y tienes razón. Para eso es el artista. El público no te va a levantar a ti, tú tienes que levantar a la gente.