Era su novia, la dormía con cloroformo para violarla y la mató cuando ella lo descubrió: el atroz fallo judicial que lo dejó impune

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El crimen de Mel Ignatow a Brenda Schaefer: un caso brutal que conmocionó a Estados Unidos en los años 80

Brenda Schaefer era su novia, pero la dormía con cloroformo para violarla, aún después de haber hecho el amor cuando estaban los dos despiertos. Eso era lo que le daba verdadero placer a Mel Ignatow, hacer con ella lo que quisiera mientras estaba inconsciente. Ese juego perverso que solo uno de los participantes sabía que se estaba jugando terminó abruptamente una noche de 1988, cuando Brenda se despertó justo en el momento que Mel estaba por ponerle un pañuelo mojado con el líquido adormecedor sobre la cara.

-¿Qué hacés? – le preguntó asustada la chica.

-Tranquila, solo quería que te relajaras – le contestó.

Brenda saltó de la cama como impulsada por un resorte, se vistió a los apurones y salió de la casa de Mel decidida a no verlo más. Lo que había comenzado como una relación casi de película, con cenas románticas, costosos regalos y encuentros ardientes en la cama para Brenda se transformó de golpe en una pesadilla. Su príncipe azul era en realidad un monstruo. De nada sirvieron las llamadas telefónicas casi diarias de Mel, Brenda siempre se negaba a volver con él. El ritual acosador se repitió durante meses, hasta que la chica le dijo en tono definitivo, aunque con pocas esperanzas de que su pedido fuera respetado:

-Te dije que no llamaras más. No vuelvas a hacerlo.

Brenda se sorprendió cuando Mel dejó de llamar. Creyó que la pesadilla había quedado atrás y que podía seguir con su vida. Quizás por eso, cuando en septiembre de ese mismo año –meses después de su última llamada– volvió a escuchar la voz de su ex novio en el teléfono no cortó.

Quiero devolverte las joyas que dejaste en mi casa – le escuchó decir a Mel.

Vaciló un momento antes de responder:

-De acuerdo – dijo, y eso le resultó fatal.

No podía imaginar que desde hacía meses el hombre planificaba su muerte, ni tampoco que tenía una cómplice dispuesta a ayudarlo. Así se gestó uno de los asesinatos más resonantes de fines de la década de los ’80 en los Estados Unidos, no solo por su perversa ejecución, casi ritual, sino porque, aunque todo el mundo sabía quién era el culpable, un juicio de desarrollo insólito lo dejó impune. Y no solo eso, sino que después, amparado por el principio legal que establece que nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo hecho, el asesino confesó cómo la había matado.

Mel Ignatow, el empresario que planificó y ejecutó el asesinato de su exnovia con la ayuda de una cómplice: la mujer que había dejado para empezar a salir con Brenda Schaefer

Un plan siniestro

Brenda Schaefer tenía 34 años y trabajaba como enfermera cuando conoció al empresario de importaciones y exportaciones Melvin Henry Ignatow, de 48, en Louisville, Kentucky. Corría 1986 y fue lo que se dice un flechazo. Los primeros meses fueron de cuento de hadas, aunque con el correr del tiempo Mel –como todos llamaban a Melvin– se puso posesivo y solía celar a Brenda. Para ella no fue una señal de alerta, Mel seguía mostrándose casi siempre gentil, después de las discusiones se disculpaba haciéndole buenos regalos y el sexo era de lo mejor, tanto que después del amor, Brenda se dormía como un tronco. Recién se despertaba tarde –y eso sí, con algo de resaca– la mañana siguiente.

Llevaban casi dos años de relación cuando Brenda descubrió la verdadera razón por la que dormía tan profundamente y se despertaba con resaca después de cada noche compartida con Mel. Fue cuando lo vio con el pañuelo empapado en cloroformo a centímetros de su cara y saltó de la cama. Después, reflexionando, estuvo segura de que lo hacía para violarla mientras estaba dormida. Por eso no aceptó volver a verlo y le pidió que no la llamara más. Se tranquilizó cuando dejó de sonar el teléfono. Para ella, todo había terminado.

Sin embargo, lo que para Brenda era un final, para Mel era un principio, el de la elaboración de un plan para matarla. Para el crimen que tenía en mente necesitaba un cómplice, más precisamente una mujer, y no demoró en encontrarla. Buscó a otra ex novia, Mary Ann Shore, a la que había dejado cuando comenzó a salir con Brenda. No le costó mucho convencerla, porque Mary Ann odiaba hasta la obsesión a la mujer que veía como culpable del abandono de Mel.

Decidieron matarla en la casa de Mary Ann, porque sería más fácil llevarla engañada allí que a la casa de Mel. Compraron materiales e insonorizaron una habitación para que no se escucharan los gritos de la víctima e, incluso, hicieron pruebas de sonido para estar seguros. También cavaron una fosa en el fondo de la vivienda. Cuando todo estuvo listo, Mel llamó a Brenda para decirle que quería devolverle sus joyas y le dijo que las pasara a buscar por la casa de su nueva novia. Y la chica, crédula, fue.

Estuvieron dos años en pareja hasta que Brenda se despertó justo cuando Mel estaba por ponerle un pañuelo mojado sobre la cara

Un asesinato brutal

El almanaque señalaba el 23 de septiembre de 1988 cuando Brenda llamó a la puerta de la casa de Mary Ann. Una vez adentro, no la dejaron siquiera sentarse en el sillón de la sala. La redujeron y la llevaron a la habitación insonorizada, donde la amordazaron y la ataron a una mesa de vidrio. Allí Mel le arrancó la ropa, la golpeó, la violó y la sodomizó. No una sino varias veces. Mientras tanto, Mary Ann sacaba fotos de todo el “proceso”. Gastó varios rollos de película en eso.

Cuando Mel se cansó de golpear y violar a Brenda le pidió a Mary Ann que saliera de la habitación. Había decidido estar solo en el momento de matar a su ex novia, porque esa muerte requería para él un ritual: abrió una botella de cloroformo, empapó un pañuelo y se lo puso en la cara hasta matarla. Después llamó a Mary Ann y entre los dos arrastraron el cuerpo hasta el patio trasero, lo arrojaron en la tumba y lo cubrieron de tierra.

Cuando terminaron, Mel se despidió. Necesitaba tener testigos de que estaba en otra parte para construir una coartada. Sabía que iban a sospechar de él. Fue a un restaurante especializado en comida mexicana y allí armó un escándalo para quejarse de la preparación de la bebida que pidió. Al día siguiente, la familia de Mary Ann denunció su desaparición y señaló a Mel como un antiguo novio con el que las cosas habían terminado mal. En el interrogatorio, el hombre dijo que hacía mucho que no veía a la chica y que la noche anterior había comido en el restaurante mexicano. La coartada quedó confirmada cuando el dueño y uno de los mozos del local recordaron al comensal escandaloso.

El caso de Brenda Schaefer quedó caratulado como “persona desaparecida” y se hicieron los procedimientos de rigor para buscarla, sin suerte. La policía sospechaba que Ignatow la había matado o que, por lo menos, tenía que ver con su desaparición, pero no tenía ninguna prueba para incriminarlo: sin cadáver no hay muerto y la coartada de Mel era sólida.

Los investigadores intentaron entonces una última jugada: invitaron a Ignatow a testificar ante un gran jurado para limpiar su nombre ante la sociedad y quedar fuera de toda sospecha. El asesino aceptó y cometió un error: en su testimonio mencionó al pasar a Mary Ann Shore. La policía decidió tirar de ese cabo suelto y la interrogó.

El principio de doble incriminación impidió que Mel Ignatow fuera juzgado dos veces por el mismo asesinato de Brenda Schaefer

La confesión de Mary Ann

Durante el interrogatorio, los detectives presionaron y cercaron a Mary Ann hasta que señaló a Mel como autor del crimen y confesó su participación secundaria. Además, indicó el lugar preciso donde habían enterrado el cadáver. Habían pasado catorce meses del asesinato y el cuerpo estaba en un muy avanzado estado de descomposición. La autopsia mostró que había sido abusada, pero no fue posible encontrar evidencia de ADN, de sangre y semen debido a la degradación de los restos.

A cambio de un tratamiento legal más benigno, la cómplice aceptó llevar un micrófono y tratar de lograr una confesión del asesino. Mary Ann se reunió con Ignatow y le dijo que estaba siendo acosada por la policía y el FBI, y que temía que descubrieran el cuerpo. Para tranquilizarla, Mel le dio una respuesta que lo incriminó más allá de toda duda: “Ese lugar que excavamos no es poco profundo. Aparte de esa zona justo al lado de ese sitio, no hay árboles cerca”, dijo.

Con esa grabación en su poder, la policía lo detuvo de inmediato y la fiscalía lo acusó de asesinato. Debido a la enorme publicidad que estaba teniendo el caso, la justicia decidió trasladar el proceso judicial al condado de Kenton. El juicio se realizó en diciembre de 1991 y su resultado escandalizó a la opinión pública.

La fiscalía trató de demostrar que el empresario era un sádico sexual, controlador y celoso, que había maltratado a la víctima durante los casi dos años de relación. Aparte, se aportó la conversación grabada entre el acusado y la cómplice. Era la prueba decisiva, pero entonces ocurrió lo que nadie había previsto: el jurado decidió que Ignatow había dicho “caja fuerte”, no “sitio” y concluyó que la conversación no se refería a una tumba sino a una caja fuerte enterrada. A eso se sumó la incongruente declaración de Mary Ann en el estrado, que aportó poco y se mostró poco creíble al reírse de las preguntas de la fiscalía y de los dichos de otros testigos.

Luego de debatir durante horas, el jurado declaró “no culpable” a Mel Ignatow. El juez, avergonzado por el veredicto, tomó la decisión de escribir una carta de disculpa a la familia Schaefer. La recibieron los hermanos de Mary Ann, porque los padres de la chicha habían muerto, con muy pocos días de diferencia, después del crimen. Nunca se recuperaron de la pérdida de su hija.

Ignatow fue condenado por perjurio tras mentir al FBI y admitir el asesinato en un testimonio detallado

Debajo de una alfombra

El asesino se retiró libre de la sala del tribunal con la seguridad de haber quedado impune. Sin embargo, esa impunidad le había costado cara: para pagar a sus abogados defensores debió vender su casa y olvidó algo que tenía escondido en ella. Seis meses después del fallo, un decorador contratado por los nuevos dueños arrancó una alfombra del piso de un pasillo y debajo encontró una rejilla de ventilación que contenía una bolsa de plástico, sujeta con cinta adhesiva. Dentro de la bolsa estaban las joyas de Schaefer y tres rollos de película sin revelar.

Cuando la policía reveló las fotografías encontró el registro paso a paso de las torturas y las violaciones tal como había relatado Schaefer en su testimonio. La cara de Ignatow no aparecía en las fotos, pero el vello corporal y los lunares en su piel coincidían exactamente con los suyos.

No quedó una sola duda sobre la autoría del crimen, pero el asesino no podía ser procesado nuevamente, protegido por el principio que impide que una misma persona sea juzgada dos veces por el mismo crimen. Parecía que Mel se saldría una vez más con la suya, pero la fiscalía encontró un recurso para volver a sentarlo frente al tribunal, ya no por el asesinato sino por los delitos de perjurio y de haber mentido al FBI. Ignatow se declaró culpable y admitió también el crimen, del que hizo un pormenorizado relato. Al terminar su testimonio dijo que quería enviarle un mensaje a la familia de Brenda: “Murió en paz”, aseguró.

En octubre de 1992 fue condenado a ocho años y un mes de prisión por perjurio, pero salió en libertad por buena conducta en octubre de 1997, cuando apenas había cumplido cinco años de su condena. No estuvo mucho tiempo en las calles: ese mismo mes, fue condenado por otro delito de perjurio, al acusar falsamente de amenazas de muerte a un antiguo jefe de Brenda, el doctor William Spalding. Fue sentenciado a nueve años de prisión como delincuente reincidente de segundo grado en enero de 2002.

Melvin Ignatow volvió a salir en libertad en diciembre de 2006 y regresó a Louisville para vivir en un departamento ubicado a menos de cuatro kilómetros del lugar donde había matado a Brenda Schaefer. Murió en la cocina de su casa el 1° de septiembre de 2008, a los 70 años. La autopsia determinó que la causa del deceso fue una caída accidental que lo dejó inconsciente y le produjo una herida en la cabeza por la cual se desangró. Consultado por un periodista local, su hijo mayor hizo una breve declaración: “Probablemente pasará a la historia como uno de los hombres más odiados de Louisville… Tal vez así se acabe todo, para que no tengamos que lidiar con esto una y otra vez. Eso es lo que espero”, dijo.

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