Camina o muere (The Long Walk, Estados Unidos/2025). Dirección: Francis Lawrence. Guión: JT Mollner, a partir de una novela de Stephen King. Fotografía: Jo Willems. Música: Jeremiah Fraites. Edición: Peggy Eghbalian y Mark Yoshikawa. Elenco: Cooper Hoffman, David Jonsson, Ben Wang, Garrett Wareing, Charlie Plummer, Joshua Odjick, Judy Greer. Distribuidora: BF Paris. Duración: 108 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: regular.
A esta altura, Francis Lawrence ya es un especialista en contar historias distópicas. Arrancó el camino de manera inmejorable con Soy leyenda y desarrolló el oficio entre logros y altibajos a lo largo de toda la saga de Los juegos del hambre. Cambiando a Suzanne Collins por Stephen King, Lawrence acaba de sumar otra muestra a su visión pesimista sobre el porvenir, esta vez con resultados decepcionantes.
Bajo el seudónimo de Richard Bachman, King escribió The Long Walk (La larga marcha), publicada por primera vez en 1979. La novela juega con la transformación de Estados Unidos en una dictadura militar sin las huellas tecnológicas de vanguardia que estamos acostumbrados a ver en los relatos de ciencia ficción que anticipan el futuro. El escenario, por el contrario, nos ofrece la imagen de un país detenido en el tiempo y dominado por una atmósfera gris, lejos de cualquier señal de progreso.
De ese mundo rural y pueblerino que no le encuentra sentido ni siquiera al uso del teléfono celular surgen los competidores de un juego de supervivencia extrema del que participa un centenar de jóvenes obligados a caminar sin detenerse, siempre al mismo ritmo de marcha. Si por alguna razón se frenan, empiezan a recibir advertencias de los soldados que se mueven junto a ellos en vehículos sobre ruedas (uno de ellos parece una tanqueta). Si no las cumplen, serán ejecutados uno por uno hasta que quede un solo participante, el que más tiempo resiste toda esta exigencia a través de cientos de kilómetros.
La película es la crónica de la cruenta caminata, desde la llegada de los competidores al punto de partida hasta el desenlace. Toda la película está narrada desde el punto de vista de Raymond Garraty (Cooper Hoffman), un muchacho atormentado por la sombra de su padre y decidido a participar para atenuar la culposa relación que mantiene con su madre (Judy Greer). A su alrededor surgen los otros participantes, que para adaptarse a estos tiempos ofrecen un mapa de diversidad étnica y racial ausente en la novela original. Así, Peter McVries (David Jonsson) se convierte en afroamericano, Hank Olson (Ben Wang) en descendiente de asiáticos y Collie Parker (Joshua Odjick), en representante de los pueblos originarios.
Con una producción magra en recursos que nos remite al cine filmado en tiempos de pandemia, Camina o muere (forzado título local) se limita a acompañar el progreso de la marcha a través de una narración plana y chata. Las únicas revelaciones surgen del intercambio verbal entre los competidores, que oscila entre la solidaridad y el recelo. Todo lo que vemos viene explicado con anterioridad (como si asistiéramos a un larguísimo ejercicio de psicodrama en movimiento) y los momentos más impactantes se resuelven casi siempre con escenas de violencia gratuita.
Los actores también sufren ese planteo monocorde, en el que la entrega y el compromiso se agotan en las muestras de resistencia física y las representaciones estereotipadas, sobre todo la del “Comandante”, único exponente con voz y mando de la despiadada dictadura gobernante, personificado con piloto automático por Mark Hamill.
Nada nos sorprende o llama especialmente la atención: ni los arranques de ira ni la resignación espiritual de quienes irán quedando en el camino. El final, que altera significativamente el sentido del texto original, resulta tan apagado como el resto. Camina o muere es la más pueril de todas las historias que en los últimos tiempos vienen observando desde el cine, con bastante aprensión, el futuro cercano de Estados Unidos.