La gran ambición: una mirada nostálgica a la honestidad política

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La gran ambición (Berlinguer, la grande ambizione; Italia, Bélgica, Bulgaria, 2024). Dirección: Andrea Segre. Guion: Andrea Segre, Marco Pettenello. Fotografía: Benoit Dervaux. Edición: Jacopo Quadri. Música: Iosonouncane. Elenco: Elio Germano, Stefano Abbati, Paolo Pierobon, Roberto Citran, Francesco Acquaroli, Paolo Calabresi, Andrea Pennacchi, Elena Radonicich. Calificación: ATP con leyenda. Distribuidora: Z Films. Duración: 123 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

La cita de Antonio Gramsci “por lo general somos testigos de la lucha por pequeñas ambiciones ligadas a fines privados contra la gran ambición, que es inseparable del bien colectivo”, con la que se inicia esta película, cuidadosamente advierte que los hechos y personajes que narra son reconstruidos a partir de textos, archivos y testimonios colocando al cine italiano nuevamente en la senda del cine político que tan famoso lo hiciera en la década del 70. Pero las diferencias y similitudes con aquel que encumbró a Elio Petri, Gillo Pontecorvo, Francesco Rosi y Giuliano Montaldo no deben soslayarse, porque aquí la potencia y poder de la denuncia política y social es reemplazada por una mirada más nostálgica, reflexiva y sutil.

Elio Germano en La gran ambición

Así, el comienzo de La gran ambición, con imágenes de archivo del triunfo y posterior golpe al chileno Salvador Allende, enmarcan el momento histórico y la figura de Enrico Berlinguer, líder del comunismo italiano y que junto con Georges Marchais y Santiago Carrillo, inició la construcción de una alternativa al comunismo soviético y al capitalismo occidental que denominaron “eurocomunismo”. Pero el film se centra en el desarrollo del “compromiso histórico”, otra de las líneas de acción de Berlinguer, que buscó afanosamente el entendimiento con el otrora poderoso Partido Demócrata Cristiano para sostener un reformismo que alejara las posibilidades autoritarias dentro de la escena de la política italiana, un acuerdo que tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos rechazaron de plano. Sin embargo, en la historia política italiana será la extrema izquierda con el accionar de las temibles “Brigadas Rojas” que pongan de facto fin al “compromesso” con el secuestro y posterior asesinato del líder democristiano Aldo Moro. La película de Segre retrata la trastienda de todo este entramado político.

Pero el trabajo del realizador, quien se esmera en acercar esta ficción a la reconstrucción histórica lo más certeramente posible aún a expensas de la dramatización ficcional, funciona como retrato de un político respetado por sus adversarios, quien con una sólida formación cultural y filosófica quedó como último símbolo de honestidad de los grandes líderes italianos de otro tiempo. En tal sentido, el trabajo de Elio Germano como Enrico Berlinguer casi funciona como el film en sí mismo, porque es a través de su perfil donde la modestia cinematográfica y una estética bastante convencional crecen hasta convertir al relato en un retrato sofisticado donde el valor de la nostalgia coloca en perspectiva actual muchos de los elementos presentes en la narración y la representación histórica.

Con inteligencia, Segre enmarca a Berlinguer en el momento de mayor auge político, aunque se permite hacer no solo un racconto de su labor posterior sino también de cómo su figura sostuvo al comunismo italiano incluso luego de la debacle soviética. Y es de esta manera en la cual el director mantiene la llama del cine político activa desde su formulación ética y su interpretación histórica, dando paso de la contundencia de la denuncia de otro tiempo a la reflexión a través de sus infinitos contrastes con el presente, tal como hicieran Marco Tullio Giordana con I cento passi, o el último grande del cine italiano como es Marco Bellocchio, que retrató con Buongiorno, notte el mismo momento histórico pero desde la perspectiva de Aldo Moro. Segre continúa esa senda, desde un rigor histórico que en su mirada también es añoranza.

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