La historia de Alex Lewis y su hermano gemelo Marcus desafía los límites de la memoria, la identidad y la protección fraternal. A los 18 años, Alex sufrió un grave accidente de moto que lo dejó en coma. Al despertar en el hospital, apenas recordaba su propia vida, su nombre o el de su madre.
La excepción era Marcus. “Solo sabía que ese chico de la habitación era mi hermano gemelo y que se llamaba Marcus”, relató en una entrevista con el programa Outlook de la BBC.
Reconstruyendo la vida desde cero
La recuperación de Alex fue más que física. Una reconstrucción completa de su identidad. Marcus asumió la tarea de enseñarle lo más básico: “Tuve que mostrarle dónde vivíamos. ‘Esta es la cocina. Este es el baño. Esta es nuestra habitación. Este es tu cepillo de dientes. Estos son tus zapatos. Literalmente desde cero’”, explicó.
La madre ambos, Jill, se negaba a aceptar la pérdida de memoria de su hijo, por lo que Marcus se convirtió en su principal apoyo, no solo en la vida cotidiana, sino también en la construcción de recuerdos e historia familiar.
La familia vivía con reglas estrictas. Sobre su padrastro Jack, Alex relató: “Nos poníamos en pie cuando entraba en la habitación y le llamábamos ‘señor’. No entrábamos en su lado de la casa a menos que nos llamaran o nos invitaran a ir. Solo se le hablaba cuando daba permiso”.
Mientras tanto, Jill, era descrita por Marcus como “una mujer alta, ruidosa, muy extrovertida, muy hermosa. Siempre que había una fiesta, era el centro de atención, La gente se sentía atraída por ella”.
Una infancia idílica, pero inventada por Marcus
Durante años, Alex aceptó la versión de su vida que Marcus le contaba. “Me dijo quién era mi padre, mi madre, mis hermanos. Me presentó a mi novia, que para mí era alguien a quien acababa de conocer. Me dijo que tenía trabajo, que ya no vivía en casa de mis padres. Y le creí todo”, explicó Alex.
Incluso desarrollaron estrategias para reintegrarse socialmente: antes de cada encuentro, Marcus le describía quiénes eran las personas y qué relación tenían con él.
“Alex saludaba a la gente y fingía que todo estaba bien, que los conocía a todos. Solo quería ser un chico normal de 18 años; no quería soportar el estigma de haber perdido la memoria y ver que la gente lo trataba de forma diferente”, relató Marcus.
La hora de la verdad
Pero la utopía se vino abajo tras la muerte de Jill. Alex comenzó a sospechar que algo no encajaba.
“Fue duro. Tenía 18 años cuando la conocí y 30 cuando murió. Me caía muy bien. Cuando murió, lloré en la cama. Pero en ese momento me di cuenta de que nadie más lloraba. Nadie más se preocupaba por su muerte. Ahí empecé a cuestionarme que algo no andaba bien”, dijo Alex.
Al revisar las pertenencias de su madre, los hermanos encontraron objetos inquietantes: “En un cajón, encontramos una foto de Alex y yo, de unos diez años, completamente desnudos y decapitados. Ella había recortado las cabezas de la fotografía. Solo aparecían nuestros cuerpos sin las cabezas”, relató Marcus.
La combinación de estos hallazgos con la observación de que sus hermanos acudían a terapia llevó a Alex a buscar ayuda profesional, hasta que la psicoterapeuta le sugirió confrontar la verdad con Marcus.
“Me hizo preguntas que despertaron algo en mí. Empecé a llorar sin saber por qué. Y ella me dijo que tenía que hablar con mis hermanos, preguntarles la verdad”, recordó Alex.
El encuentro fue directo: “Marcus estaba en la cocina. Entré y le dije, sin rodeos, que creía que nuestra madre había abusado sexualmente de nosotros. Estaba allí de pie, con una taza de té en la mano. Se puso blanco y dejó caer la taza al suelo. Asintió. Confirmó lo que le dije y se fue”.
La revelación fue devastadora: Jill Dudley había abusado sexualmente de sus hijos y permitido que otros hombres lo hicieran. Marcus había ocultado deliberadamente estos hechos a Alex durante catorce años.
“Decidí hacerlo así. ¿Por qué le daría a un joven vulnerable de 18 años información tan difícil de digerir, cuando podía darle algo alegre y genial?”, confesó Marcus.
“Tomé la decisión consciente de inventar cosas, de decir que nos íbamos de vacaciones familiares todos los años, cuando nunca lo hicimos. Se fue intensificando cada vez más, hasta el punto de que ya no había vuelta atrás. Le creé una nueva realidad. Y conté la historia falsa durante tanto tiempo que incluso empecé a creérmela. Lo ayudaba a él y a mí mismo”, detalló.
Reconstrucción de su identidad, por segunda vez
El precio de la protección fue alto: Marcus tuvo que fingir normalidad y mantener la fachada de una vida feliz. Para Alex, supuso reconstruir su identidad otra vez.
“No lo recordaba en absoluto. Creo que al perder la memoria, perdí también mis sentimientos. Pero esta revelación abrió un torbellino de emociones. Me sentí fatal por todo, por haber vivido en casa de mis padres tras el accidente sin saber nada de esto”, explicó.
Pero no se sintió traicionado: “Si me hubieran dicho todo esto al despertar del coma, no habría sido capaz de afrontarlo mentalmente. Cuando ya lo supe, al menos tenía la capacidad para buscar ayuda. Aunque tuve que afrontarlo emocionalmente, claro, porque a día de hoy sigo sin poder creer que eso haya sucedido”, resumió Alex.
De la historia personal a Netflix
Alex y Marcus plasmaron su experiencia en la autobiografía Dime quién soy (2013), coescrita por Joanna Hodgkin, que sirvió como base para el documental homónimo de Netflix, dirigido por Ed Perkins. El proceso de filmación requirió años de conversaciones previas para generar confianza.
Realizado en colaboración con la Asociación Nacional para Personas Abusadas en la Infancia (NAPAC), el documental expone la complejidad de la memoria, el trauma y la protección entre hermanos, mostrando cómo la verdad puede ser tan devastadora como liberadora.