En distintos rincones del mundo el turismo encontró una veta singular: la nostalgia sobre ruedas. Desde museos oficiales hasta ferias de clásicos, los autos del pasado se transformaron en atracciones capaces de movilizar a miles de visitantes cada año. En algunos casos, incluso, antiguos depósitos y desguaces fueron reconvertidos en escenarios artísticos donde el desgaste en las chapas busca convivir con la memoria.
Son lugares que, sin necesidad de relucir motores de última generación o sus agregados tecnológicos, convierten el paso del tiempo en un espectáculo y hacen de esa estética un negocio rentable. Si bien abundan los museos con colecciones de modelos antiguos, pocos espacios pueden presumir de la magnitud y diversidad que ofrece una estancia perdida en el interior del estado de Georgia, Estados Unidos.
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Ahí, entre senderos boscosos, se extiende el predio que con justicia se bautizó “Old Car City”. Se trata del mayor cementerio de autos clásicos del mundo, con más de cuatro mil vehículos repartidos en un paisaje de 13,7 hectáreas. Un sitio donde la naturaleza avanza sobre la historia automotriz y la transforma en arte.
El origen de este lugar se remonta a 1931, cuando la familia Lewis abrió una tienda que vendía productos de diferentes rubros en la pequeña localidad de White, unos 80 kilómetros al norte de Atlanta. Con el paso de las décadas, el negocio se transformó primero en un depósito de piezas y años más tarde, en una enorme colección de autos de fabricación estadounidense que fueron quedando tirados. Dean Lewis, actual dueño y anfitrión, supo convertir lo que parecía un simple desguace en un museo a cielo abierto y en un fenómeno cultural que hoy recibe visitantes de todo el mundo.
El paisaje combina industria y naturaleza, con seis kilómetros y medio de senderos peatonales que atraviesan un bosque y en el que los autos —principalmente modelos fabricados entre 1920 y 1070— aparecen colonizados por musgo, maleza y árboles que ganan poco a poco terreno por las chapas. Packard, Edsel, Ford y Chevrolet conviven en distintos estados de descomposición, pero también hay piezas que sobresalen por su valor simbólico. Entre ellas, el último auto que Elvis Presley compró poco antes de su muerte.
El atractivo no reside solo en la restauración, sino en la decadencia convertida en obra visual. Old Car City se convirtió en un verdadero paraíso para fotógrafos y realizadores audiovisuales. Ese carácter artístico lo distingue de cualquier museo tradicional y lo llevó a ser reconocido por medios internacionales y por el World Record Academy, que lo certifica como el cementerio de autos clásicos más grande del planeta.
El predio abre de martes a sábado, de nueve de la mañana a cuatro de la tarde. La entrada cuesta alrededor de US$15 para adultos, US$10 para niños de entre siete y 12 años y es gratuita para los menores de seis. Quienes deseen llevar cámara para registrar imágenes deben abonar una tarifa mayor, de unos US$25, un detalle que refuerza el perfil fotográfico del lugar. En tiempos en los que la industria automotriz acelera su visión hacia el futuro, Old Car City busca ofrecer un viaje opuesto: un paseo melancólico por la historia.