¿Una victoria pírrica del kirchnerismo?

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El rey Pirro (318-272 a. C) de Epiro, región del norte de Grecia, reinó en pleno apogeo expansionista de Roma. Durante la República, los romanos habían conquistado todo el centro y el norte de Italia y se aprestaban a ocupar el sur, conocido como la Magna Grecia, en el que existían antiguas colonias griegas. Tarento, una de ellas, pidió ayuda a Pirro, quien aspiraba a emular las hazañas de Alejandro Magno. Pirro desembarcó con un aguerrido ejército, que incluía elefantes, desconocidos por los romanos. Tras su triunfo en Heraclea, Pirro avanzó hacia el norte y llegó a estar a pocos kilómetros de Roma. Como le pasaría a Aníbal décadas más tarde, no encontró suficiente apoyo y decidió retirarse. Al año siguiente, 279 a. C., se reinició la guerra y las legiones romanas y las falanges de Pirro se enfrentaron en la batalla de Ausculum. La batalla duró dos días y finalizó con la victoria de Pirro, pero fue tal su costo en vidas y recursos que pronunció la frase que pasaría a la historia: “Otra victoria como esta y estoy perdido”. Pirro nunca perdió una batalla, pero finalmente perdió la guerra y se vio obligado a regresar a Epiro. Desde entonces, la expresión “victoria pírrica” es sinónimo de un triunfo que debilita más al vencedor que al vencido.

En la política argentina han existido ejemplos de victorias pírricas electorales en las que un triunfo inicial se terminó trastocando en una dura derrota final. Para entrar en materia, y sabiendo que se trató de una elección para la gobernación, recordemos el triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires (PBA) en las elecciones de 2015. En las PASO de agosto, el Frente para la Victoria obtuvo el 40,4%, divididos entre el 21,2% de Aníbal Fernández y el 19,2% de Julián Domínguez); Cambiemos, el 29,9% y el Frente Renovador, el 19,6%. En las elecciones de octubre los resultados fueron: María Eugenia Vidal, 39,4%; Aníbal Fernández, 35,3% y Felipe Solá, 19,3%. En lo que resultó una sorpresa mayúscula, en dos meses Cambiemos sumó casi 10 puntos y Vidal derrotó al peronismo kirchnerista por primera vez desde 1983. El triunfo en las PASO de Aníbal Fernández resultó ser una victoria pírrica.

En las recientes elecciones legislativas en PBA, los resultados arrojaron que Fuerza Patria obtuvo el 47,3%; LLA-Pro, 33,7%; Somos, 5,3%; Izquierda 4,4%; Potencia, 1,4%; Hechos, 1,1%. Sumadas las fuerzas no peronistas de LLA-Pro, Potencia y Hechos llegan al 41,5%, a 5,8 puntos de FP. A estos números se deben sumar dos millones de ciudadanos que no fueron a votar, que representan el 25% de los votos emitidos. A partir de estos datos, ¿por qué nos preguntamos si el triunfo de Kicillof fue una victoria pírrica?

Las reacciones políticas posteriores al 7 de septiembre han expuesto a un kirchnerismo triunfalista y adoptando las posiciones agresivas y destituyentes del “vamos por todo”. Asistir al despliegue exacerbado de los conocidos pasajeros del tren fantasma del kirchnerismo, verlos actuar envalentonados para arrinconar al gobierno en el Congreso y comprobar en qué grado festejan al imponerle una ley tras otra, abusando de sus bancas y de la complacencia de sectores no peronistas, funcionales a su estrategia a pesar de sus sanas intenciones, sobrecoge de hondísima preocupación a los moderados. Y lo más grave es que el kirchnerismo critica al Gobierno olvidando la terrible crisis que engendró el tercer triunvirato de nuestra historia, el de Massa, Cristina y Alberto Fernández. Ellos exclamaron: “Detrás de mí, el diluvio”, por la espantosa herencia que dejaban, y ahora proclaman: “El diluvio aquí y ahora”, para desestabilizar al Gobierno, aunque el país se hunda en un oscuro abismo.

Sin embargo, la impúdica exhibición de este funesto coro de populismo kirchnerista quizá sea su talón de Aquiles y encienda luces de alarma en la sociedad argentina. Pirro, en su arrogancia triunfalista, creyó que se llevaría por delante a sus enemigos. Los tenaces romanos le demostraron su error. Hoy se necesitan millones de tenaces argentinos que renueven su confianza en el rumbo que votaron en 2023. Pero para recrear esa esperanza en el futuro, quieren ser escuchados.

Recordemos un episodio de la historia. En mayo de 1958, Francia vivía una gravísima crisis debido a la guerra en Argelia, que desembocó en la convocatoria de Charles de Gaulle al poder, luego de doce años de estar retirado de la vida pública. A pocos días de asumir, en un mitin en Argel frente a miles de colonos franceses preocupados por la guerra y por su destino, De Gaulle pronunció un discurso histórico y arengó a la multitud con su famoso: «Je vous ai compris” (“Los entendí”). Gracias a su liderazgo, Francia encauzó una crisis que llevaba años. De Gaulle les mostró a los franceses un futuro mejor.

Nadie sabe mejor que Milei que es tiempo de comunicar, con la autenticidad que se le reconoce, que ha entendido el mensaje de las urnas. Que es consciente de que les ha pedido a millones de argentinos un esfuerzo que sobrepasa sus posibilidades porque no llegan a fin de mes. Y que corresponde agradecerles con empatía y renovarles su esperanza de modo que nadie se confunda: en octubre se vota por el pasado o por el futuro.

Todos los gobiernos cometen errores. Milei, con idéntica autenticidad, tendría que mostrar que corrige los errores, que la lucha contra la corrupción es su bandera irrenunciable y aun admitir que su Gobierno ha tenido demoras en la gestión de asuntos de crucial importancia y complicaciones en el manejo de alianzas con fuerzas afines. ¿O acaso la sociedad no tendría una respuesta positiva si Milei reconociera que la tarea que se propuso era inmensa y fue subestimada? ¿O aceptar que quizá faltó sumar gestores probados al gobierno?

Ningún argentino piensa seriamente que se podían arreglar en menos de dos años las calamidades acumuladas durante décadas. Sin embargo, los ciudadanos agradecerían una demostración de autocrítica sincera, si además viene acompañada por un mensaje enérgico que renueve la confianza en que el Gobierno será capaz de consensuar las reformas que se requieren con urgencia. Para que el triunfo de Kicillof sea una victoria pírrica, Milei está en condiciones de acertar, como lo hizo en 2023, a interpretar las demandas de la sociedad en diálogo directo y sin intermediarios. Surge espontánea una consigna: los entendí, los escuché. Y juntos nuevamente vamos a construir la Argentina que nos merecemos.

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