La primavera es el momento más emocionante del año para los jardineros: la estación en la que todo parece posible. Los días se alargan, la tierra se calienta, el aire huele distinto. Es el momento perfecto para sembrar y planificar un jardín que no solo aporte color en los próximos meses, sino que se mantenga florido hasta el final del otoño.
El secreto está en aprovechar la energía de este ciclo para sembrar desde semilla, porque nada es más económico, versátil y fascinante que ver nacer una planta desde cero y acompañarla en todo su desarrollo.
¿Qué especies elegir?
La respuesta está en esas flores que aman el calor y no se conforman con florecer un ratito: las anuales de ciclo primavera-verano-otoño, esas que germinan rápido, crecen con fuerza y llenan de color durante meses.
“En estos últimos años, las variedades que encontramos en el mercado, sobre todo si a semillas nos referimos, han aumentado notablemente», asegura la jardinera Paquita Romano.
“Esto nos da la oportunidad de lograr jardines llenos de colores y formas. Para sembrar esta primavera y llegar al otoño con esas floraciones espectaculares, algunas de mis recomendadas son: Zinnia elegans , Zinnia peruviana, Celosia sp., Cosmos bipinnatus, Cosmos sulphureus, Cleome spinosa, Helianthus annuus (girasoles) entre otras.»
Siembra y cosecha
La siembra es el único método por el cual se propagan las plantas anuales
“Es probable que el primer año compremos las semillas; debemos tener en cuenta que su poder germinativo disminuye con los años (luego de dos años, más o menos, su viabilidad baja considerablemente). Por esta razón es importante conocer la fecha de su cosecha. Pero una vez que la planta florece en nuestro jardín, seremos los encargados de cosechar nuestras propias semillas”, explica Paquita.
Cada especie tiene su propia forma ideal de comenzar y en jardinería se habla de dos métodos principales: la siembra directa o “de asiento”, que se realiza en el lugar definitivo donde crecerá la planta, y la siembra en almácigo, que consiste en sembrar en un contenedor para luego trasplantar.
Salvo en casos puntuales, como las especies con raíz pivotante —larga y profunda— que no toleran el trasplante, lo más recomendable cuando usamos semillas por primera vez es optar por el almácigo siempre que la especie lo permita.
Esta técnica nos da control total sobre el proceso: permite un seguimiento más cuidadoso, un ambiente estable para la germinación, evita cambios bruscos de temperatura, protege de lluvias intensas que puedan encharcar la tierra y, además, mantiene las semillas a salvo de aves que suelen alimentarse de ellas.
También es un método más seguro para las plántulas, ya que sus brotes tiernos son especialmente vulnerables al ataque de hormigas y caracoles. Y, como ventaja extra, nos ofrece la posibilidad de planificar el diseño del jardín, eligiendo con precisión dónde irá cada planta, logrando así una composición más armónica y estética.
“En general, la profundidad de siembra es una vez su tamaño y, en caso de que las semillas sean muy pequeñas (como las de amapolas o verbascum), no hace falta cubrirlas y se recomienda utilizar bandejas para distribuirlas de manera uniforme», explica Paquita.
Cuando nuestras plántulas tengan cuatro hojas verdaderas va a ser el momento de repicar. Se le dice repicar a la acción de trasplantarlas a macetitas individuales o a suelo.
Una vez que las plántulas hayan germinado, tenemos que ir llevándolas al sol de mañana en un proceso de aclimatación o adaptación, para evitar que se estiren y se debiliten.
Cosecha propia
Cuando la siembra se concrete, seremos los dueños de nuestras propias semillas. Desde ese momento debemos encargarnos de cosecharlas para volver a iniciar el ciclo el año siguiente.
Un jardín que abraza la casa, la atraviesa y hasta se sube al techo
“La cosecha debe realizarse un día con baja humedad ambiente o al menos sin lluvias recientes y preferentemente al mediodía, para asegurarnos que las semillas estén bien secas al momento de guardarlas y evitar así el ataque de hongos”, agrega la jardinera.
Una vez cosechadas, se guardan en sobres de papel madera, rotulados con el nombre de la planta, el lugar y la fecha de la cosecha. Luego, se clasifican los sobres en una caja plástica, herméticamente cerrada, en la heladera. Si fuera posible, el cajón de las frutas es el lugar más apropiado (nunca almacenar en el congelador o freezer).