El actual esquema de política económica en Argentina, iniciado con la promesa oficial de “pulverizar” la inflación, sigue enfrentando importantes desafíos de sustentabilidad. La estrategia sólo se orienta a mantener el superávit fiscal con disciplina monetaria. Sin embargo, a más de año y medio de su implementación, las tensiones macroeconómicas persistentes ponen en duda la efectividad del camino elegido por el Gobierno como así su capacidad para impulsar un crecimiento duradero.
La economía argentina muestra claros signos de fragilidad al analizar los últimos indicadores de actividad económica. El EMAE, estimador mensual oficial del PBI, registró en julio su tercera caída consecutiva. Por su parte, la industria y la construcción también vienen presentando retrocesos mes a mes en términos desestacionalizados. El consumo interno se debilita: caen las ventas minoristas, las ventas en supermercados, en los autoservicios mayoristas y ahora también en los shoppings. Al segundo trimestre ya se observaban contracciones trimestrales en consumo privado, exportaciones y en inversión.
En el plano fiscal, el superávit primario se mantiene, pero bajo un contexto cada vez más exigente. Los elevados intereses de la deuda ponen presión sobre las cuentas públicas y podrían comprometer la sostenibilidad del resultado financiero si no se reducen en términos reales. De hecho, la fuerte carga de intereses en los meses de julio y diciembre tornará deficitario el resultado financiero.
En el plano monetario, la búsqueda de eliminar de manera brusca la emisión endógena de dinero, que se generaba por las elevadas tasas de interés que tenía que pagar el BCRA por los pasivos remunerados y su reemplazo por las LeFi, terminó trasladando pesos al mercado cambiario y haciendo más frágil el esquema monetario.
La política antiinflacionaria no logra aún su objetivo de “pulverizar” la inflación, que se mantiene cercana al 2% mensual y resulta elevadísima en comparación con la meta anual del 2% en países desarrollados. Si sumamos el atraso cambiario se observa una erosión de la competitividad y de la demanda agregada. Históricamente, esta estrategia siempre terminó en devaluación, aceleración inflacionaria y recesión.
Para que la deuda se refinancie a tasas decrecientes y sea así sustentable, se requiere crecimiento de la economía y mayores exportaciones. Sin embargo, la disparada de las tasas de interés en pesos en los últimos dos meses terminó encareciendo el crédito local, enfriando la frágil recuperación económica e incluso contradiciendo la idea oficial de expansión vía financiamiento post-ordenamiento macro.
A su vez, la montaña rusa transitada por el riesgo país que en menos de un mes subió de 700 puntos básicos hasta 1.500 puntos (hoy alrededor de los 1.000 tras el anuncio del presidente de EE.UU.) evidenció cuánto le falta a la Argentina por recorrer en términos de reputación financiera.
Sin empleo local no habrá futuro
El “orden macro” no basta sin expectativas de trabajo local, de crecimiento y rentabilidad. El endeudamiento creciente, la suba de tasas y la volatilidad cambiaria refuerzan la percepción de vulnerabilidad haciendo que todos los esfuerzos realizados resulten inútiles.
Sin desconocer la disciplina fiscal y la simplificación de regulaciones, los desequilibrios estructurales del actual modelo postergan más de lo que resuelve. La combinación de atraso cambiario con endeudamiento externo, alta inflación real y falta de competitividad, contempla una nueva crisis de deuda. Deben introducirse cambios de política económica que contemple la creación de empleo y la reactivación del consumo interno, el principal motor de crecimiento económico.
El esquema será sustentable cuando se abandone este modelo de endeudamiento y altas tasas nominales, a un modelo que genere competitividad y empleo genuinos, exportaciones crecientes y crédito interno a tasas compatibles con el crecimiento.