Este es un episodio de nuestra historia que muy pocos conocen. Ni siquiera lo tienen presente, y esto es lo que es más grave, los habitantes que moran en las inmediaciones en donde sucedieron los hechos. Muchas veces, como dice el refrán popular, la rama nos tapa el monte. En este caso, cuantitativamente hablando, las ramas son las campañas de San Martín o Belgrano y el monte, la innumerable cantidad de episodios heroicos y hechos de armas protagonizados por otros actores sociales de menor fuste y renombre.
No digo que se deban desconocer las campañas de los próceres, todo lo contrario. Digo que las comunidades de los pueblos y ciudades de los diversos y múltiples lugares de nuestro país, deberían conocer primero y principal, los hechos históricos que ocurrieron en su seno, y después ir ampliando el panorama para desde la región, abordar la provincia, y luego la nación. Como en la práctica esto no es así, sino más bien, todo lo contrario, la adscripción al terruño o la identidad histórica local, salvo notables excepciones, luce desdibujada, edulcorada y pasteurizada y, mucho peor aún, totalmente desconocida.
Dentro de esos episodios ignotos, se encuentra el que nos ocupa: la batalla de Tapalqué. Esta sucedió el 20 de agosto de 1839, entre las tropas de la dotación del Cantón Tapalqué y diversos grupos indígenas. El Cantón Tapalqué, arqueológicamente estudiado por mi colega Miguel Mugueta, fue una estructura militar de singular importancia durante el “Rosismo” y funcionó hasta que, en 1855, se abandonó el lugar para construir el nuevo pueblo, 25 kilómetros al norte. El Cantón poseía una guarnición nutrida en efectivos y en sus inmediaciones, moraban multitud de aborígenes de los llamados “amigos”, piezas claves, ubicadas allí por el gobernador Rosas para consolidar un hábil proyecto de frontera.
El mismísimo Charles Darwin que conoció el primitivo emplazamiento en 1833, describe la presencia de indígenas conviviendo con los federales. “Tapalqué en sí, o pueblo de Tapalqué, si así puede llamársele, consiste en una llanura perfectamente plana, salpicada hasta donde alcanza la vista, de toldos o sea de chozas en forma de hornos que los indios construyen. Aquí residían las familias de los indios amistosos, que forman parte de las fuerzas de Rosas”, escribió.
En el amanecer de un 20 de agosto de 1839, este enclave fue atacado por una fuerza de indios Ranqueles y chilenos de unos 1100 efectivos, unos mil de lanza y unos cien de bola, según lo detalla el parte de la batalla, escrito dos días después por el coronel comandante de la División del Sur, Nicolás Granada, y enviado a Juan Manuel de Rosas. Granada contaba con 120 soldados del Regimiento 3 de Caballería y 84 del Escuadrón Escolta de Gobierno, al mando del Edecán de Rosas, teniente general Ramón Bustos; más, los indios “amigos”.
Las tropas del Escuadrón Escolta poseían como distintivo el uso de corazas de hierro, además del típico gorro de manga y el chiripá de color rabiosamente punzó del resto de los cuerpos de caballería. Los efectivos acantonados repelieron el ataque, y se lanzaron a perseguir a los indios en retirada, quienes se habían llevado una buena cantidad de caballos, y de varias “chinas” es decir, mujeres de los “indios amigos”. Los alcanzaron a 2 leguas del cantón y allí comenzó la batalla. Relata Granada: “(Los indios) ya estaban todos formados en una línea y con la caballada a la espalda, y dando frente a nuestra fuerza y en el momento mandé nuestros caballos hacia ellos. Los de la derecha al mando del Teniente Coronel Edecán de V.E. Don Ramón Bustos de la tropa de la Escolta y los de la izquierda comandados por el señor General Don Florencio Villanueva, los de la Escolta 84 hombres y los otros 120 hombres, el resto de la tropa con una pieza y los indios amigos colocados en varias divisiones protegiendo nuestra tropa.
“Los enemigos cuya fuerza era muy superior a la nuestra, se movían a un mismo tiempo y todos los escuadrones marcharon con ellos. Los de la Escolta cargaron con la mayor bizarría y valor con el Teniente Coronel Don Ramón Bustos contra más de 900 indios enemigos peleando con denuedo e intrepidez recomendables. Los del ala izquierda de igual modo resistieron con firmeza los ataques que les hacían. Por todas partes se afanaban los indios y por todas partes eran acuchillados, y se peleaba con la mayor ferocidad, hasta que dadas las órdenes y llegado el momento, toda la División se movió con fuerza y se dejaron de resistir los enemigos.
“Después de esta última carga volvió la espalda sin poderse rehacer, y la tropa y los indios amigos comenzó a lancearlos y a acribillarlos sin alivio poniéndolos en completa retirada. Persiguiéndolos de muerte hasta la distancia de dieciocho leguas, dejando un número apreciable de muertos y más de 1.900 caballos de ellos, casi todas las chinas que llevaban quedando prisioneros los indios chilenos para que V.E. disponga de ellos (Archivo General de la Nación 27-7-2).”
Los indios comandados por los caciques Calfutrún y Renqué tuvieron unas 150 bajas, entre muertos y heridos, mientras que los defensores 18 individuos de tropa, el teniente graduado Vicente Ferrer y 5 indios “amigos”; heridos, el teniente coronel Ramón Bustos, los capitanes Lorenzo Duarte y Patrocinio Recabarren, y 34 soldados de tropa. El reconocimiento del gobernador Rosas se materializó en la entrega de medallas de oro, plata y bronce, tierras, más el importe de un mes de sueldo extra para cada uno de los combatientes.
En aquellos campos, cobijado por el cantarín arrullo del arroyo y la suave cadencia de las pajas cortaderas, sobrevive, pulverizado por los vientos del olvido pero todavía en pie, un monolito que insiste en conmemorar este hecho de armas.