El problema no son las preguntas, sino las respuestas

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El resultado electoral de la provincia de Buenos Aires, ¿se debió a la política o a la economía?; ¿cuál será el régimen cambiario a partir del 27 de octubre próximo?; ¿cuánto crecerá, o disminuirá, el PBI en 2026? ¿cuándo y cómo terminará la guerra en Ucrania?; ¿quién obtendrá el premio Nobel en economía en 2025? ¿podrá el Papa León XIV morigerar las disputas vaticanas, entre progresistas y conservadores?; ¿ganará el equipo argentino el Mundial de fútbol que se desarrollará en 2026? Me llevó un par de minutos plantear estas preguntas; se requiere mucho más tiempo, y recursos, para ensayar respuestas fundamentadas. Salvo “no sé, porque es imposible saber”.

Al respecto conversé con Murray Newton Rothbard (1926 – 1995), quien -al decir de Mark Skousen- como Milton Friedman, Rothbard nació en Nueva York, hijo de inmigrantes judíos provenientes del este de Europa; y como Friedman, es petiso, terco y brillante. Se doctoró en Columbia, pero a diferencia de Milton, en vez de desarrollar una carrera en una universidad importante, trabajó en el conservador William Volker Fund,; luego enseñó, durante 25 años, en el Instituto Politécnico de Brooklyn, una escuela de ingeniería, y más tarde en la universidad de Nevada. Asistió a los seminarios dictados por Ludwig Edler von Mises; no publicó monografías en revistas especializadas, sino que escribió libros. Se proclamaba “anarcocapitalista”.

– Hablando de uno de sus libros, Skousen cuenta una simpática anécdota.

– En sus palabras: “en 1980 le pedí a Rothbard que escribiera un texto alternativo a Los filósofos mundanos, de Robert Heilbroner. Mi propuesta, que incluía u$s 20.000 de adelanto, lo entusiasmó. Le aclaré que el texto no debía exceder las 300 páginas, y que el manuscrito debía estar listo en 1 año. Pasaron 3 años, y no había manuscrito. Estaba escribiendo, pero lo que en economía denominamos un tratado schumpeteriano: una densa obra, en varios volúmenes, destinada a los economistas. 15 años después el editor Edwar Elgar publicó los 2 primeros volúmenes de su historia, Pensamiento económico antes de Adam Smith (556 páginas) y Economía clásica (528 páginas). Uno de los motivos que tuve para escribir mi La hechura del análisis económico moderno, es que exista algo parecido a lo que le había encargado a él”.

– Más allá de esto, en 1990 usted sintetizó algunas de sus ideas.

– Dije en una entrevista que en el nombre del subjetivismo no se pueden desechar ni la ciencia ni la razón; que el análisis económico tuvo sus raíces iniciales en Italia y España, países de orientación subjetivista, pero que, luego, lamentablemente, se volcó al objetivismo de Adam Smith, David Ricardo y los economistas clásicos; que llegó la hora de desechar todas las analogías con la física, que la religión es muy importante en la historia del pensamiento económico, al menos hasta Alfred Marshall. Los escolásticos emergieron de la doctrina católica, John Locke era un escolástico protestante, Smith –quien provenía de la tradición calvinista- enfatizaba el dolor que producía el trabajo, típico de un puritano; y que el siglo XX pertenece a intelectuales ateos, seculares.

– Existe una asimetría manifiesta entre la facilidad con la cual se pueden plantear preguntas relevantes, y la dificultad para contestarlas con algún fundamento.

– Efectivamente, pero al respecto vale la pena diferenciar las dificultades inherentes a las preguntas que se refieren al pasado, de aquellas incógnitas que tienen que ver con el futuro.

– Comencemos por las referidas al pasado.

– En econometría se plantea lo que se denomina el problema de identificación, derivado del hecho de que varias causas pueden producir los mismos efectos; y como la investigación va de estos a aquellas, ¿cómo saber cuál de las posibles causas es la que efectivamente actuó en el caso que interesa? Ejemplo: la pregunta: ¿por qué aumentó el delito, en determinada localidad, en los últimos 5 años?, no se puede contestar listando las causas posibles. Porque esto responde a una pregunta diferente, a saber: ¿por qué podría haber aumentado? La frecuencia con la cual periodistas, analistas y funcionarios, “saben” por qué ocurrió lo que ocurrió, eligiendo casi al azar la explicación que más les place, o los conmueve, es bien preocupante. En sus clases, cuando algún alumno decía algo Friedman le preguntaba: ¿cómo lo sabe?, porque quería que diferenciara entre lo que sabía, lo que suponía y lo que deseaba.

– ¿Cómo se atacan los problemas de identificación?

– Buscando información, que permita discriminar entre las hipótesis que siguen siendo congruentes con el hecho que se quiere explicar, y aquellas que no. Como bien dice Karl Popper, nunca se puede probar que una teoría es correcta, pero se puede probar que es falsa, si aparece información incongruente con sus implicancias.

– ¿Y con respecto al futuro?

– La dificultad es diferente, y radica en la esencial incertidumbre en la cual se desarrollarán los hechos. El presupuesto nacional para 2026 se construyó en base a un aumento promedio de los precios de 10,1%, a lo largo del año próximo. ¿Por qué no 9,9%, 10,4% o 24,6%? Por lo cual, para responder las preguntas referidas al futuro, no me entusiasma la técnica de los escenarios, a cada uno de los cuales se le atribuye determinada probabilidad. El otro día un analista financiero dijo que “los mercados” le adjudican 50% de chances a la reelección de Javier Gerardo Milei en 2027. Roberto Moldavsky no puede competir con nada de esto.

– ¿En base a qué recomienda adoptar las decisiones?

– La decisión es siempre binaria: compro o no compro, invierto o no invierto, exporto o no exporto, etc. Por lo cual resulta último aplicar lo que en estadística se conoce como error tipo I, error tipo II. Nadie, ni siquiera el equipo económico, puede hoy saber qué régimen cambiario existirá a fines de 2025; pero, como dije, no porque sean brutos sino porque es imposible saber. Quien hoy tiene que adoptar una decisión en materia cambiaria, se puede basar en el mantenimiento del actual régimen cambiario, y se equivocará si las circunstancias llevan a modificarlo de manera dramática; pero también se equivocará si decide en base a un cambio de régimen y éste no se materializa. Por eso los analistas, antes de efectuar sus recomendaciones, deberían decir “error tipo I, error tipo II” tal cosa.

– Lo cual implica equivocarse junto a sus asesorados.

– Desestimando la recomendación de Henry Kissinger, quien apuntó que los asesores nunca son penalizados por alertar contra cosas que no ocurrieron, pero sí por no haber alertado contra cosas que sí ocurrieron. Perspectiva que les cuida las espaldas, pero no le sirve al cliente.

– Don Murray, muchas gracias.

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