Miles de millones de dólares se destinan al desarrollo de robots humanoides, pero para Rodney Brooks, una de las figuras más influyentes en la robótica internacional, este entusiasmo inversor está mal enfocado.
Brooks, cofundador de iRobot y exprofesor del MIT, sostiene que las limitaciones técnicas y de seguridad de los robots humanoides convierten estas inversiones en un desperdicio de recursos. Su postura desafía la narrativa predominante en el sector tecnológico, donde empresas y fondos apuestan por una revolución robótica que, según el experto, aún está lejos de concretarse.
Brooks fundamenta su escepticismo en varios argumentos técnicos. Uno de los principales obstáculos radica en la destreza manual: los robots humanoides actuales no pueden igualar la sofisticación de la mano humana, que cuenta con unos 17.000 receptores táctiles especializados. El experto califica de “fantasía pura” la idea de que los robots puedan aprender habilidades manuales complejas simplemente observando videos de humanos, como proponen compañías como Tesla y Figure.
A diferencia de los avances en reconocimiento de voz e imagen, que se apoyaron en décadas de recopilación de datos específicos, la robótica carece de una tradición similar en el ámbito del tacto. “No tenemos una tradición de datos táctiles como la que existe para voz o imagen”, advierte Brooks, subrayando la brecha tecnológica que separa a los robots de la destreza humana.
La seguridad física representa otro desafío crítico. Los robots humanoides de gran tamaño requieren enormes cantidades de energía solo para mantenerse en pie. Brooks alerta sobre el riesgo que esto implica: si un robot duplica el tamaño de los modelos actuales, la energía potencialmente dañina que libera en una caída se multiplica por ocho. Esta característica convierte a los robots humanoides en dispositivos peligrosos en entornos no controlados, lo que limita su viabilidad para aplicaciones cotidianas y masivas.
Inversión en robótica y empresas tecnológicas
A pesar de estas advertencias, la industria tecnológica mantiene su apuesta por los robots humanoides. Empresas como Apptronik han recaudado cerca de USD 450 millones, con el respaldo de gigantes como Google, que colaboró con su equipo de robótica DeepMind para integrar inteligencia artificial avanzada en hardware robótico. Figure, otra firma destacada en el sector, recibió inversiones de Microsoft y el fondo de startups de OpenAI, y en febrero de 2024 anunció una alianza con OpenAI para combinar sus investigaciones en IA con su experiencia en hardware y software robótico.
Sin embargo, esta colaboración se disolvió en marzo de 2024, cuando FigureAI comunicó que había logrado un “gran avance” en el desarrollo de una IA propia para robótica y que continuaría su camino de forma independiente.
Brooks observa que, a pesar de la magnitud de estas inversiones, los recursos se destinan a experimentos de entrenamiento costosos que, en su opinión, nunca alcanzarán la producción masiva. “Hoy, los miles de millones se destinan a experimentos de entrenamiento costosos que nunca llegarán a la producción masiva”, sentencia el experto, cuestionando la sostenibilidad de la estrategia actual del sector.
Inteligencia artificial y percepción pública
El debate sobre la inteligencia artificial (IA) y su papel en la robótica también ocupa un lugar central en el análisis de Brooks. El experto ha manifestado en repetidas ocasiones que la percepción pública sobre la IA suele estar sobredimensionada respecto a sus capacidades reales. Un ejemplo reciente lo proporciona el estudio realizado por la organización sin fines de lucro METR, que reclutó a 16 desarrolladores destacados para evaluar el impacto de las herramientas de IA en el desarrollo de software.
Los resultados mostraron que, aunque los programadores creían que la IA aceleraba su trabajo en un 20%, en realidad completaron las tareas un 19% más lento cuando utilizaron estas herramientas. Este desfase entre percepción y realidad refuerza la advertencia de Brooks sobre las expectativas infladas en torno a la IA.
Frente a las voces que alertan sobre los riesgos existenciales de la inteligencia artificial, como Elon Musk, Brooks mantiene una postura más mesurada. Desde hace años, argumenta que la IA no representa una amenaza de ese calibre y que el verdadero reto reside en superar las limitaciones técnicas y prácticas que enfrenta la robótica actual.
En este contexto, la visión de Brooks apunta a un futuro en el que los robots más exitosos no buscarán parecerse a los humanos, sino que adoptarán formas y funciones optimizadas para sus tareas, marcando así una ruptura con la tendencia actual de la industria.