Pese a que pasaron 15 años de su partida, el nombre de Romina Yan sigue siendo un faro de luz y de nostalgia en el espectáculo argentino. Su recuerdo viaja de generación en generación, se multiplica en homenajes, en canciones, en maratones de ficciones que ella supo protagonizar y en la dulzura de quienes la amaron de cerca y de lejos. Aquel 28 de septiembre de 2010 la noticia de su muerte, tan repentina como devastadora, detuvo el pulso de todo un país. Pero la historia de Romina fue mucho más que ese final abrupto: es la de una artista que eligió brillar con luz propia, por mérito y por sensibilidad, lejos del peso del apellido famoso y cercana a los sentimientos de varias generaciones de chicos, adolescentes y familias que la hicieron parte de su vida. Cada aniversario no solo hace que sus fans recuerden su presencia en sus corazones, sino que también sus padres, Cris Morena y Gustavo Yankelevich, y sus hijos, Franco, Valentín y Azul, la siguen evocando con orgullo.
Desde muy temprano, Romina supo encontrar su propio lugar en la televisión. Los estudios, la vorágine de grabaciones y ensayos eran también su casa, como lo habían sido para sus padres. En la última entrevista que dio en vida, en Alfombra Roja (C5N), confesó que su primer objetivo, casi secreto, cuando decidió presentarse a un casting para Jugate Conmigo, era poder estar más cerca de su madre. “Era la única posibilidad de compartir más tiempo juntas”, aseguraba. Su deseo de pertenecer la llevó a postularse al programa sin decir su apellido; solo después de pasar la prueba los productores descubrieron que la nueva seleccionada era hija de la mismísima Cris Morena.
No fue sencillo derribar el mote de “la hija de…”. El anonimato primero y la presión luego fueron dos etapas necesarias para que Romina pudiese abrirse paso. Con humildad, trabajo y una mirada única supo despejar cualquier duda y logró conquistar el afecto de compañeros, guionistas y directores. En cada aparición, ya desde sus inicios, Romina lograba que la atención se posara sobre ella no por imposición sino por carisma natural. “No tuve opción, mi papá me dijo que iba a hacer Chiquititas y yo no quería”, le confesó en una de sus últimas entrevistas en Telefe, sobre el personaje de Belén Fraga que marcaría su carrera y el imaginario de cientos de miles de jóvenes.
Ese trabajo arduo durante los primeros años de pantalla también la puso frente a un costo personal: Romina reconoció haber combatido la anorexia desde la adolescencia. Fue una lucha dura, silenciosa y compleja que solo quienes la atravesaron pueden dimensionar. A pesar de lograr superarla, ella misma admitía que la enfermedad era una compañía latente, un desafío cotidiano mientras transitaba la fama y la exigencia de la industria del espectáculo.
La familia era el refugio al que siempre volvía. En cada entrevista, Romina recalcaba el profundo valor que tenía para ella, y cómo el consejo y apoyo de sus padres era punto de consulta permanente. Tras sus primeros pasos en Jugate Conmigo, la historia siguió con Chiquititas y años de trabajo intenso en la productora, con una disciplina que la destacaba desde el detrás de escena. Pero la búsqueda de independencia fue una constante: necesitó abrirse camino, demostrar que podía crecer y brillar lejos del nido. Lo hizo, y con creces.
Cabe destacar que el personaje de Belén Fraga en Chiquititas la puso en lo más alto. Estuvo en pantalla durante cuatro temporadas, de 1995 a 1998, volvió para participaciones especiales en 2000 y 2001 y, después, incursionó en nuevos proyectos televisivos y teatrales que también cosecharon éxito. Su voz y presencia marcaron la infancia de varias generaciones, como también lo hicieron himnos como “Corazón con agujeritos” y “Rinconcito de luz”. Esos chicos crecidos, hoy adultos, no han dejado de recordarla y de agradecerle la huella que dejó en sus vidas.
El amor llegó a su vida con Darío Giordano, productor con quien formó una familia junto a Franco, Valentín y Azul. Como relató en una entrevista en AM (Telefe) con Leo Montero y Vero Lozano, su historia con Darío no fue amor a primera vista: se conocieron en una fiesta de Telefe y su buena onda la convenció recién cuando se animó a abrir su corazón, tiempo después de haber terminado una relación larga. La vida de Romina parecía marchar sobre ruedas: una familia en crecimiento, una carrera en constante ascenso y el afecto de un público fiel y ansioso de seguir viéndola.
Pero el destino tenía otros planes. El 28 de septiembre de 2010, en una tarde de primavera que no prometía sobresaltos, la noticia empezó a recorrer redacciones, portales y teléfonos: Romina había muerto de manera súbita. Tenía solo 36 años y mucho amor, talento y proyectos por delante. El país entero lloró su partida y las escenas de dolor se repitieron en corazones y plazas, en cartas, murales, videos y homenajes espontáneos. En tierras lejanas a las que sus novelas habían llegado, tales como México, Israel, Brasil, también hubo lágrimas y flores. Sin embargo, si alguien conoce la magnitud de esa ausencia, son sus padres y sus hijos, quienes atraviesan el duelo con la dignidad y la resiliencia que la propia Romina sembró en ellos.
La herida sigue abierta pese al tiempo transcurrido. Los padres de la actriz, Gustavo y Cris, han contado una y mil veces que el dolor de la pérdida nunca se supera; se aprende a sobrellevar, se hace parte del día a día. Pero su partida solo reforzó los lazos y el amor sembrado. De las lágrimas brotó también una nueva conexión, hecha de recuerdos, de sueños, de apariciones en lo onírico y señales que la familia interpreta como muestras de que Romina está, incluso cuando pareciera que se fue.
En una entrevista para El Observador en enero de 2024, Yankelevich fue claro: “Desde que falleció Romina, la única manera de entender el dolor era abriendo la cabeza, iniciar una búsqueda. Me ayudó a mí a encontrar la paz”. El productor habló de la enorme dificultad para volver a una vida “normal”, del dolor físico en el pecho, y de cómo un libro, El Gran Libro de los Ángeles, lo ayudó a comprender algo clave: que Romina estaba solo de paso, que seguía siendo una figura presente aunque invisible. “Si lo hubiera leído antes, sabría que estaba con un ángel”, compartió.
La travesía fue también dura para Cris, quien eligió el silencio y el retiro durante años. Encontró impulso para regresar a partir de una señal de su hija y lo volcó en su trabajo, que conoce bien cómo transformar el dolor en arte colectivo. En una entrevista con Susana Giménez, reconoció: “Vuelvo a nacer. Uno tiene que dedicarse a atravesar el dolor o intentar vivir con ello”. El proyecto Aliados fue, en ese sentido, el primer paso de su renacimiento. “Este proyecto es una especie de homenaje a mi hija y el camino que ella me abrió. La gente que lo mira va encontrarme en cada palabra, escena y chico, y también a ella. No podría haber vuelto con otro proyecto que sea esto, con mis ‘aliados’”, declaró, emocionada y arropada por su círculo.
El legado de Romina cruzó la pantalla y el escenario. En 2018, el Gran Rex recibió el espectáculo homenaje Vive Ro, en el que participaron decenas de artistas que compartieron trabajo y amistad con ella. Sus padres y sus hijos aplaudieron y lloraron cada canción, testigos vivos de que la energía de la actriz sigue vibrando en quienes la amaron y la admiraron. En declaraciones recientes, la productora insistió: “La presencia de un hijo cuando no está es a veces más fuerte que cuando está. Romina se transformó en alguien inseparable; está todo el tiempo a mi lado y al lado de todos los que la amamos”.
La conexión espiritual nunca dejó de hacerse presente. En el Cris Morena Day de agosto de 2024, en charla con Nati Jota, la productora habló de Romina como su guía: “Romina está acá. Vive Ro. Ese nombre salió cuando estábamos armando Aliados. Teníamos un vivero donde trabajaban los seres de luz y no tenía nombre. Se me acerca una persona con un papelito y me dice: ‘ya tiene nombre’. Ahí quedó Vive Ro. Ella está en mi colibrí, tengo muchas flores en mi balcón que los atraen. Pero ella está acá, en los ojos de mi nieta, en los ojos de Tomás, y en todos ustedes que la siguieron durante toda la vida”.
El 2025 trajo un golpe más a la familia: la tragedia por la muerte de Mila, sobrina de Romina e hija de Tomás Yankelevich y Sofía Reca. El dolor volvió, pero también la energía de sostén mutuo. En el escenario del Movistar Arena, durante un show de Erreway, Cris subió a decir unas palabras: “Estoy con ustedes acá escuchando las canciones que escribí hace tanto tiempo y que todavía siguen vigentes para todos ustedes. ¡Vivan las canciones, viva el amor! Mañana es el cumpleaños de mi hija Romina, que está con Mila, y que todos ustedes van a estar dándoles una luz. Gracias”, cerró, con la voz quebrada y la ovación del público acompañando cada frase.
Cada año, la familia, amigos y miles de fans se reúnen frente al Obelisco, o en los rincones más íntimos de la memoria, para recordarla. La herida sigue, pero el amor que Romina sembró en vida continúa floreciendo en quienes crecieron con su arte, en sus padres, en la sonrisa de sus hijos y en la música que nunca deja de sonar cuando la evocan. Son 15 años sin Romina Yan, pero el eco de su luz, de su dulzura y de su legado hacen que cada primavera sea siempre, de algún modo, “una primavera con ella”.