Una mujer que padece una sintomatología de insomnio, irritabilidad, problemas digestivos y convulsiones recibiría hoy un diagnóstico muy diferente al que obtendría en el siglo XIX. En plena época victoriana, la histeria era la “enfermedad de las mujeres” por excelencia, un trastorno tan misterioso como carente de fundamento científico.
Los especialistas de aquel tiempo consideraban la histeria como un mal derivado de algún problema psicológico. Se teorizaba que esta neurosis, tan difícil de definir, tenían origen en un deseo sexual reprimido, al mismo tiempo que se trataba a la mujer como un ser asexuado.
La patología de la histeria casaba con los valores imperantes en la Gran Bretaña de la reina Victoria, icono de una férrea moral y espejo de una sociedad estricta en cuanto al sexo. “La época victoriana fue probablemente la más oscura para la mujer, con el auge de la clínica y de la psiquiatría, que se encargaron de etiquetar y controlar la sexualidad en general, y la femenina en particular”, explica la sexóloga Valerie Tasso, autora del bestseller Diario de una ninfómana.
Ante un caso de “mujer histérica”, el tratamiento consistía en realizar los llamados “masajes pélvicos”, es decir, estimular manualmente la zona íntima para inducir el paroxismo histérico (el orgasmo). Sin embargo, los diagnósticos de histeria fueron tan populares que la demanda de esta terapia sobrepasó las capacidades de los médicos, que quedaban con las manos entumecidas de atender a tantas pacientes.
Con el tiempo, el tratamiento derivó en una innovación tecnológica, lo que acabaría siendo el origen del vibrador. En la década de 1880, el británico Joseph Mortimer Granviller patenta el primer vibrador electromecánico, ideado para aliviar contracturas y tensiones. “Cuando se descubrió su uso en el tratamiento de la histeria femenina, Granville intentó desmarcarse, pero la realidad es que abrió la puerta a una revolución íntima que acabaría saliendo del ámbito clínico”, recuerda Tasso.
La liberación del deseo femenino
Los primeros vibradores eléctricos se comercializarían ya en el siglo XX bajo la etiqueta de aparatos de bienestar. No fue hasta los años 60 cuando el Hitachi Magic Wand se vendió como el primer vibrador ya alejado de todo uso médico y enfocado a la emancipación sexual y el placer.
“La despatologización del deseo femenino llega cuando la sexualidad deja de ser tratada como un problema médico y pasa a estudiarse desde la sexología”, apunta la experta. “Ahí empieza un camino imparable hacia el autodescubrimiento, el disfrute y la emancipación de la mujer”.
Más de un siglo después de aquellos primeros casos de histeria, el sector de los juguetes sexuales han supuesto toda una revolución en la liberación del deseo femenino. Los productos de marcas como LELO, de la que Tasso es embajadora, exploran “el placer de manera consciente, conectando la sensualidad con la relajación y el bienestar general”.
Actualmente, se sabe que el bienestar sexual es una parte fundamental de la salud integral, puesto que el orgasmo tiene un impacto directo en la salud física y mental. “Sabemos que lo físico está estrechamente relacionado con lo mental. Y viceversa, ambos se retroalimentan. Por lo tanto, si me siento bien físicamente, es más que probable que me vaya a sentir fenomenal mentalmente. El impacto que genera el bienestar físico va a ir directamente y de manera inmediata a lo mental”, concluye la sexóloga en declaraciones a Infobae España.