Uno viaja con sus películas a cuestas. La imagen de la Costa Azul es un auto descapotable con Grace Kelly al volante junto a Cary Grant en Atrapa a un ladrón, de Alfred Hitchcock. Posiblemente, Hollywood haya hecho más por esta costa del Mediterráneo francés que cualquier otra campaña de marketing: el azul zafiro del mar, los yates de lujo, los bulevares con tiendas de grandes diseñadores, las playas salpicadas de palmeras, los casinos.
Y si bien es cierto que sigue siendo un imán para las celebridades –desde futbolistas a miembros de la realeza– que amarran sus yates en Port Vauban, conocido como el “muelle de los multimillonarios”, en la ciudad de Antibes, hay mucho más en esta costa llena de historia y arte. Y su gente recibe con los brazos abiertos y hasta aliviados de tratar con viajeros más cercanos.
Una buena manera de llegar es vía Barcelona y conectar con otro vuelo de poco más de una hora a Niza, el ombligo de la Costa Azul. La extensión de esta riviera es discutible. Hacia el este, Menton, en la frontera con Italia, es su límite claro, pero hacia el oeste algunos dicen que termina en Antibes y otros que se extiende hasta Saint Tropez.
Menton es un pueblo relajado, de 30.000 habitantes, ideal para hacer base y moverse en tren a los otros puntos de interés. Los valientes podrán alquilar un auto y aventurarse por callecitas estrechas y empinadas y jugar a la ruleta con las multas al estacionar. Esta ciudad pequeña fundada en 1200, que fue parte del principado de Mónaco, invita a recorrerla a pie. Una caminata de media hora por la rambla nos lleva del puerto de Menton Garavan a la playa de Sablettes, donde está el cartel de Menton en grandes letras azules.
La vista es de postal: el mar a la izquierda, la silueta del casco histórico a la derecha, con sus fachadas engamadas en rosados, amarillos, naranjas y sobre todos ellos, el campanario de la iglesia San Miguel Arcángel, del siglo XV, levantada en lo más alto de la colina. La calle peatonal Rue Longe atraviesa el centro histórico de calles sinuosas y estrechas.
Allí se suceden las tiendas de suvenires de lavanda y limón en todas sus formas: jabones, imanes, bolsitas perfumadas para la ropa, licores, helados y mermeladas.
Entre el mar y el centro histórico está el museo de Jean Cocteau, poeta, pintor y director de cine. Algunos restaurantes y hoteles llevan sus clásicas siluetas impresas en las paredes. Este museo será el primero de varios de artistas que eligieron la Costa Azul para sentarse con el atril y pincel frente al mar.
El limón es el símbolo de Menton, por eso tiene su fiesta en febrero y su propio jardín, La Citronneraie, con ochenta especies del cítrico amarillo. Y la ciudad también tiene su nota argentina: el restaurante Mirazur, el único con tres estrellas Michelin de Menton, es del platense Mauro Colagreco.
El tren SNCF no es solo una buena manera de moverse en la Costa Azul, sino de disfrutar del paisaje que se ve por la ventana: la línea de playas o rocas, los manchones turquesas o azules según la profundidad del mar, la vegetación silvestre de la Provance. Así, en diez minutos llegamos al principado de Mónaco. Bastan unas pocas cuadras para darnos cuenta de que estamos en el punto más glamoroso de la riviera. Las mujeres parecen salidas de un desfile de grandes marcas: en pleno día lucen carteras y zapatos con nombre y apellido y joyas.
Como en las películas
Mónaco es el segundo estado más pequeño después del Vaticano. Su centro histórico recuerda que fue un feudo de la familia italiana Grimaldi, anexado a Francia y a Italia hasta conseguir la independencia en 1861. Allí está el Palacio del Príncipe, donde vivieron Rainiero II y la princesa Grace, con varias salas abiertas al público y, a pocas cuadras, la Catedral donde se casaron y donde descansan sus restos.
Su primogénito Alberto II creó hace unos años el impresionante museo oceanográfico Jacques Cousteau con más de 6000 especies marinas.
Una visita obligada es el Casino de Montecarlo, un edificio ícono de la belle époque y set de filmación de innumerables películas como varias de la saga de James Bond y Ocean’s Eleven, con George Clooney. La princesa Carolina prohibió el ingreso a los monegascos, por lo que, más allá del hall abierto al público, los jugadores que pagan entrada son en su totalidad extranjeros.
Como en toda la Costa Azul, los parques parecen competir en exotismo y belleza. Las suculentas se multiplican entre árboles y flores en Jardín del Casino. Amante del arte, la familia Grimaldi extendió el Camino de las Esculturas Rainiero III, donde entre obras de Botero y Anish Kapoor, hay una dedicada a Juan Manuel Fangio, que ganó dos veces el Gran Premio de Mónaco en 1950 y 1957.
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La siguiente parada será Niza, la quinta ciudad más poblada de Francia. El punto para empezar a entenderla es la Promenade des Anglais (Paseo de los Ingleses), “Prom” para los locales, un bulevar que bordea la bahía de los Ángeles por 7 kilómetros. Declarado patrimonio mundial por la Unesco, debe su nombre a los británicos que se instalaron a fines del siglo XIX atraídos por el clima amable.
La Prom es la preferida por los patinandores y los que andan en bicicletas eléctricas, aunque también de las almas tranquilas que pueden sentarse en las sillas azules a contemplar el desfile y el mar. La playa es de piedra de canto rodado, lo que asegura una transparencia de lago en el agua, y una dificultad para darse un chapuzón para aquellos que no lleven calzado de agua.
Del otro lado del bulevar están los grandes hoteles como Le Negresco y el palacio Lascaris, y en la punta, el reloj de sol diseñado por Rauba Capeu.
La Vieux-Nice (Niza Antigua) es el casco viejo peatonal donde descubrir el Cours Saleya, fragante mercado de flores que parece una postal de la Toscana y nos recuerda que los británicos no fueron los únicos en dejar su marca. La Place Garibaldi, nombrada en honor al prócer de la independencia, también lleva las marcas de la arquitectura italiana. La Place Messéna, en la intersección de la Prom y la avenida Jean Médecin, es punto de encuentro y corazón comercial donde están las famosas Galerías Lafayette.
Platos típicos
Los nizardos están muy orgullosos de su gastronomía, por eso distinguen con un sello de autenticidad a los restaurantes que respetan sus raíces. El Marché de la Libération (Mercado de la Liberación) es el paso previo: en los puestos callejeros se venden pescados fresquísimos, quesos artesanales, verduras orgánicas y libres de hibridaciones, como los tomates ancienne.
Es el lugar para probar al paso la pissaladière, una especie de focaccia con anchoas, cebolla confitada y aceitunas negras, o socca, torta de harina de garbanzos parecida a nuestra fainá. Y después almorzar en un restaurante encantador como Bistro des Serruriers, en una calle escondida, o Catherine frente a la muralla del monte Eberlé.
Como si siguiera la ruta de pintores, en Niza están el Museo Matisse, que reúne la mayor colección de obras del pintor, y el Museo Marc-Chagall, que exhibe diecisiete grandes lienzos inspirados en la Biblia que el pintor regaló al Estado.
Los buses turísticos integran Niza con Saint Jean Cap Ferrat y Villefranche-sur-Mer, una península a pocos minutos del centro, que encierra varios tesoros. Uno es la playa Des Marinieres contra una pared de roca cubierta por una Santa Rita fucsia con algunos barcitos para comer algo fresco.
Villefranche-Sur-Mer fue el lugar elegido por los Rolling Stones para grabar su álbum en 1971. Desde el puerto, zarpan paseos en barco que rodean el cabo Saint Jean Cap Ferrat y se detienen frente a las mansiones de los millonarios, de ayer y de hoy, desde Edith Piaf al arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, el hijo de Matisse o el inventor de las máquinas de coser Singer.
Algunas mansiones se pueden visitar como Villa Kérylos de 1902, que recrea una mansión griega, y la Mansión Rothschild, de inspiración renacentista, con espléndidos jardines.
La próxima parada es Antibes, que quedará en el recuerdo por dos cosas: su enorme muralla y el Museo Picasso. La muralla es hoy una pasarela natural para caminar sobre ella y disfrutar de las vistas del mar y el casco antiguo. Originariamente griega, luego romana, fue parte del feudo de la familia Grimaldi hasta 1481 cuando se integró a Francia.
Uno de los residentes más célebres fue Pablo Picasso que se instaló en el antiguo Chateau Grimaldi –la antigua casa de la familia gobernante de Mónaco– en 1946. Veinte años después se convertiría en museo. Picasso donó veintitrés pinturas, entre ellas La joie de vivre y Ulises y las sirenas, y otras donde pintó erizos de mar, convirtiéndolo en un talismán de la región. La terraza trasera, con esculturas de otros artistas, es un lugar para disfrutar de las vistas panorámicas, al este del Bastión de Saint Jaume y al oeste del Cap d’Antibes
Antes o después de la visita al museo, conviene darse una vuelta por el Marché Provençal donde además de productos frescos, se venden flores, especias y aceites de oliva. Entre junio y septiembre, por la tarde funciona una feria de artesanos.
Por último, una vuelta por el barrio de Safranier dentro del casco antiguo, con sus callecitas cargadas de macetas coloridas, ideal para almorzar cerca de la plaza. Otra opción es ir al hotel Villa Miraé donde Mauro Colagreco es el chef ejecutivo hace pocos meses.
Los megamillonarios que no bajan de sus lujosos yates anclados en Port Vauban, se pierden el verdadero atractivo de la Côte de Azur.
Datos útiles
Museos
Jean Cocteau. Abierto todos los días de 10 a 18, martes cerrado. Entrada 5 euros. Quai Napoléon III 5, Menton.
Matisse. Abierto todos los días de 10 a 18, martes cerrado. Entrada 12 euros. Av. des Arènes de Cimiez 164, Niza.
Chagall. Abierto todos los días de 10 a 18, martes cerrado. Entrada 8 euros. Av. Dr Ménard, Niza.
Picasso. Abierto de martes a domingo de 10 a 18. Entradas 12 euros. Place Mariejol, Antibes.
Pase
El French Riviera Pass es un pase que incluye el bus turístico, ingresos a museos y otros puntos turísticos como el Museo Oceanográfico de Mónaco, la Villa Ephrussi de Rothschild en Saint-Jean-Cap-Ferrat o el Museo Matisse en Niza. Además, descuentos en locales e ingreso sin hacer cola. Las tarifas son de 30 euros el pase de 24 horas; 45 euros el de 48 horas. Se puede comprar online.
Visita al casino
La visita al sector de apuestas del Casino de Montecarlo es exclusiva para mayores de 21 años y la entrada cuesta 18 euros. Es recomendable usar saco y corbata. No aceptan clientes con pantalones cortos, ropa deportiva, zapatillas y ojotas. La apuesta mínima en la ruleta es de 5 euros. Abre a las 14.12 euro. https://www.antibes-juanlespins.com/sorties-loisirs/antibes-ville-de-culture/les-musees/le-musee-picasso/entreprises