Llamémoslo ritual. Tal vez, “un ejercicio”. Ese sobrevuelo al escenario del British Art Center porteño ante cada nuevo desafío resulta, para él, un “necesario recordar”. Entonces vuelve a verse, con catorce, en un traje de reparto para Enrique III, la inocencia que no quiere despedir y “un fuego” que no supo descifrar. Y es ahí, precisamente de camino hacia el proscenio, que remata la emoción por la que viaja a ese lugar. En primera fila, la Tata y sus continuados; el abuelo y las citas para charlar; sus viejos y la libertad; Milagros y el side by side. Y no habría trip más elocuente para iniciar este encuentro en el que Franco Masini (31) dará cuenta de un propósito mayor que el de ser un buen actor: el de serlo sin perderse de vista.
Casi de visita en el país, tal como suele vivir desde hace algunos años, Masini habla de Abel Armento. Del “amplio y difícil arco” que le insumió la interpretación de esta última piel en el filme El retorno, de la directora y, además, psicoanalista Marcela Luchetta: el hombre que ha salido de un coma irreversible asegurando que es la reencarnación de Cristo. Un milagro que deberá confirmar el padre Tomás (Gabriel Gallicchio), erudito sacerdote del mismísimo Vaticano, en un camino con disyuntiva planteada por la locura y el misticismo religioso que pondrá en juego la lasitud de la Iglesia. Será este “Jesucristo normal” quien pregone, esta vez, que nada es como nos lo contaron y dispare la reflexión sobre si, en el contexto de hoy, volvería a ser crucificado. Un rol, codiseñado por el guionista, psicoanalista y conferencista José Luis Parise (autor de La historia oculta de Cristo, obra sobre la que se basa esta historia), que Franco define como “algo demasiado distinto” en su galería. Tanto, “que hasta necesité darle un cambio físico”, comenta, respecto del plan para descender de peso en pos de “marcar” sus costillas, resaltar cierta musculatura y no afeitarse por algo más de seis meses. Sin contar, claro, los coacheos de idioma, porque debió hablar perfecto italiano en este “ensamble de desafíos”, como señala.
Este lunático –que bien podría ser Mesías– viene de ser el amante gay de Alejandro Speitzer (30) en Straight (de Marcelo Tobar, 2023), un rockero en Solo el amor (de Diego Corsini y Andy Caballero, 2018) y, salteando escalas, un Puccio en El Clan (de Pablo Trapero, 2015). Entre paréntesis de su andar en el cine cabe sumar su atribulado Nico –“quien lo tenía todo y estaba vacío por dentro”– en la inminente Amor animal (Prime Video), serie de Sebastián Ortega (52) producida por Underground y rodada en Uruguay para doscientos cuarenta países. Un perchero de trajes que hoy revisa con orgullo de su “exploración muy personal”. Y es aquí, en marco de su “compromiso con la vocación”, que Franco subraya “fundamental” el “regreso a la raíz”. Se refiere a sus “primeros maestros”, a quienes recurre “cada tanto” para, de un modo u otro, refrendar su decisión: el actor, director, docente y teatrista Mariano Caligaris y la directora de casting y actores Adriana Perewozki.
Se trata de “compartir mi crecimiento”. De “celebrar su apuesta”, describe. Porque de un avión a otro, y entre sets del mundo, Franco dice imaginar lo que debe significar para ellos –“que encendieron mi llama”– cada uno de sus pasos en esta profesión. En definitiva, más en el team de “los de siempre y para siempre”, como sus amigos. Caligaris, su primer profesor de teatro (a quien le seguiría luego Raúl Serrano) fue quien lo eligió entre los alumnos del Saint Gregory College alentándolo a subirse a la adaptación de la pieza de Shakespeare que disparó el pasaje de inicio en este texto. “Me dijo: ‘Sé que vas a poder’. Fueron dos textos en dos horas de obra. Dos textos que no solo me hicieron feliz en ese momento sino que, además, despertaron el hambre que jamás perdí”, infiere. “Porque, realmente, todavía no podría explicar qué es eso que siento al actuar”. Tampoco cuánto madura la vida en el exterior. Porque, como aduce: “La adaptación a otros ritmos, a otras culturas, a otros modos de vida, me sacaron del ‘lugar cómodo’ y me hicieron más dispuesto a los cambios en todo sentido, hasta en el social. No sólo es aprendizaje profesional para mí, sino que también una cuestión más íntima”.
Perewozki, en cambio, advirtió a Franco en el trailer de La maga y el camino dorado (Nickelodeon). Tenía trece y un factor que sin duda prometía. Fue invitado a participar de un taller para treinta niños actores y quedó entre los seis con vistas a formar parte del elenco de Peter Punk para Disney XD (2011-2013). Mamá fue firme en la decisión de ‘distracciones cero’ a mitad de un ciclo lectivo. Pero Adriana lo fue mucho más y tras año y medio de insistencia, Masini finalmente se vistió de Iván, mánager de la banda Rock Bones en aquella ficción que le valió también una gira nacional e internacional. “Pasó el tiempo y sigo teniendo su frase presente. Ella solía decirme: ‘Franco, ama al teatro dentro de vos y no a vos mismo dentro del teatro’”, recita. Y será un concepto al que volverá cuando hable, luego, de sus grandes miedos.
Ellos fueron los primeros en verlo. Él dice haberse visto (tal vez por primera vez) bajo direcciones de Trapero. “Había desafío. Había admiración. Había un gran elenco. Y en medio de todo eso pensé: ‘Ok, soy actor. Arrancó. Vamos a muerte”, recuerda de sus días de Puccio. Fue como quitarse de un tirón el sayo de Disney. Etapa que había traído “herramientas”, sí. Pero también la etiqueta del “galán” que era tiempo de arrancar. Por supuesto que no sería de inmediato, su Pedro Correa en Esperanza mía (eltrece, 2015-2016) impulsaría ese perfil con una “sorpresiva e impactante popularidad”. “Me gustaba tanto lo que hacía que hasta sentía que no merecía llamarme ‘actor’. Eso había nacido jugando y, ya con veintiuno, no caía que finalmente se había convertido en un trabajo con formalidades, con responsabilidades, con un sueldo… Un trabajo. Ahí me cayó la ficha”, cuenta.
“Hoy miro hacia atrás, se me infla el pecho, y digo: son dieciocho años de desafíos. De una carrera de esas que no terminan nunca”, señala Franco. Entonces habla de “la llamita”. Del tránsito de este camino “consciente de no perder la inocencia”. Y con eso se refiere a “que este oficio no llegue a pesar. Que no se me haga mecánico. Que nunca me resulte solo ‘un trabajo’”. Porque, como asegura, “ese es mi fantasma: perder el apetito. Estancarme. Acomodarme en un lugar. Que se me acote el movimiento”. Es por eso que “regresar a la raíz” se le hace tan vital. Tanto como probarse en toda aristas posible, “para ser considerado pero, mucho más, para considerarme”, sostiene. Así, y de camino, Y un día Nico se fue (Galpón de Guevara, 2017), Marco Polo (Teatro Maipo, 2017) y Casi normales (Teatro Astral, 2018) no han sido meras ofertas. Fueron parte de esa “construcción diversa, muy inquieta” que tanto se propone. Claro que había estudiado canto, coro, guitarra y hasta saxofón. “Pero hasta entonces yo jamás había cantado un texto”, recuerda. “Me tiré de cabeza a bucear el género entre artistas que ya estaban consagrados, tratando de absorber sus experiencias”.
No hace otra lectura más que “cuestión de destino”. Es que así, “sin grandes pretensiones, hasta te diría que jugando, la vida fue poniéndome en este lugar”, dice Masini. Sin embargo, y entre tanto, un día se inscribió en la Universidad (UADE). “Y nada tuvo que ver con la inestabilidad del actor. Porque hoy, y después de todo: ¿Qué es tan estable en este mundo?”, se pregunta. “Me anoté porque soy inquieto. Soy un tipo del hacer. Y no tolero perder tiempo sin aprender algo… Mirá ahora, de repente empecé a correr, me metí a investigar y estoy a punto de correr una maratón”, ejemplifica. En fin, “tenía un plan de grabación que me insumía solo seis horas diarias. Pensé: ‘¿Cómo puedo ocupar el resto del día?’” Y la respuesta no sólo estaba entre los pliegos de un brochure.
Estaba convencido de que Relaciones Públicas sería la carrera “que mejor podría asociarse a mi vocación”. De hecho, hoy le sirve al “otro lado de la actuación: por ejemplo, el de la imagen y las vinculaciones comerciales con las marcas que me convocan”. Todo eso fue linkeándome con la industria de la moda que, además de abrirme caminos internacionales, me identifica por su movimiento constante. Es muy atractivo para mí, siendo tan inquieto, jugar con el estilo de acuerdo a cómo me siento, a cómo asimilo cada contexto”, explica. Cuenta que le costó graduarse. Que los ritmos de una tira y, más aún, su gira tan popular, complicaron los tiempos. “Me habían quedado cinco finales. Y a punto de cumplirse el plazo para poder rendirlos, recibí un mail del director animándome a dar el paso. ‘¿Vas a desperdiciar cuatro años de estudio?’, escribió. Siempre se lo agradecí”, relata. Hoy, y desde 2016, Masini es Licenciado.
Durante y después de su coprotagónico con Georgina Amorós (27) en la serie Todas las veces que nos enamoramos (de Carlos Montero para Netflix, 2023), hizo de Madrid su “segunda casa”. En su paso por México, donde se instaló por Rebelde (basada en el éxito de Cris Morena, 2022) se hizo amigo del director Manolo Caro (40). Y rodando la tercera temporada de Riviera (de Neil Jordan, 2020) en Venecia, terminó de copas con el mismísimo Rami Malek (44) y su interesantísima troupe con la que compartían hotel. Aún en el contexto de esa internacionalidad personal y profesional, nada lo distrajo del llamado diario a los viejos y, mucho menos, los mensajes con su abuela. Porque, como dice, “no hay éxito mayor que el que está en casa”.
Es taxativo: “El tiempo con mi gente no se negocia”. Porque “esa es mi base, el lugar del que nunca me voy por más lejos que esté”. Franco infiere que creció mirado por dos “padres libres con ellos y con mis decisiones, sin presiones ni mandatos”, define. “Dos tipos observadores y sensibles” de los que no solo dice haber heredado “el uso de la palabra ‘disfrutar’ y el culto a la familia” sino también “la total entrega con la que construyo los vínculos de mi vida”. Otro de los puntos de contacto que señala es “la pasión” por eso que hacemos. Lucas (57) es anticuario y Luz (57) se dedica a la educación. “Tener actividades tan diversas, también potenció la dinámica familiar. Le dio color. Otro modo de aceptarnos y compartirnos, con el foco en acompañarnos en hacer lo que nos gusta”.
Recuerda una infancia de pares, de días de rugby “con ciertos cuidados”. Es que al enterarse Disney de la afición a ese deporte pidió que protegiese su cara. Y de un entrenador, por entonces perplejo de la condición, “que aún al cruzarme por ahí me jode con: ‘¡Que no te coma el personaje!’”, dispara. Recuerda una infancia “de juegos creativos, de ficciones inventadas y de obras pergeñadas entre amigos”. Recuerda una infancia “de mucho amor y de mucho esfuerzo”. Apunta al tiempo de sus padres para “ir y venir, llevándome, esperándome y trayéndome de un set a otro, después de un día de sus propias obligaciones”. Es por eso que dice: “¿Cómo no volver a compartir mis alegrías de hoy, ese afecto de siempre?” También apunta, en ese block, lo que llama “momentos difíciles”. Se refiere al divorcio de Lucas y Luz, cuando él tenía apenas seis años. Pero que, sin dudas, “el hecho de que ellos siempre hayan fomentado la unión, las salidas, las comidas, el tiempo que nos daban juntos, tuvo mucho que ver con que eso no doliese”, explica.
Entonces suma otro, y el más importante, de los “episodios complicados” en su haber. “A mis dieciséis, mamá sufrió un ACV y estuvo muy mal de salud”, relata respecto de esos tiempos de “incertidumbre” porque, como señala, “en un principio no detectaban el origen, las causas, qué le había pasado realmente. Es más, lo habían confundido con un ‘pico de stress’”, recuerda. “Fueron tres meses de internación en terapia esperando resultados. De preguntarnos ‘¿Qué es esto? ¿Qué es lo que pasa?’”, indica del evento que coincidió con el de Gustavo Cerati (1959-2016), lo que, desliza, daba marco a mayores preocupaciones. Mientras tanto, Franco sintió el instinto o la necesidad de contener a su hermana Milagros (28), de por entonces trece años.
Nada volvió a ser igual. Después de tal experiencia, indefectiblemente “la perspectiva de la vida es otra”, asegura. “Tanto mamá, como todos nosotros, aprendimos que el mundo puede cambiar en cuestión de segundos. Que no vale la pena hacerse problema ni quejarse tanto. Reversionamos la noción del disfrute. Se convirtió en un propósito. Entendés que la única certeza que tenemos es este ‘hoy’. Que muchas veces uno se esfuerza intentando bajar línea de lo que quiere para el futuro, esperando. Siempre esperando. Mientras, es el presente lo que se va”, apunta. Revela haberse hecho tan fundamentalista del ‘ahora’ y del ‘no tanto plan’ que “intento ir fluyendo en ese mood, en esa inercia del ‘ok, vamos’ cuando las cosas se presentan”, subraya. “Y es algo que traslado también a la forma de encarar mi profesión: yo me impongo disfrutar del proceso con conciencia, sin pensar en los resultados”.
“Esos momentos difíciles me hicieron crecer. Madurar demasiado rápido”, dice Masini. “Y esa resiliencia, combinada con las responsabilidades laborales que tuve desde adolescente y que tal vez me hacían sentir un adulto a los diecisiete, me dieron herramientas emocionales para afrontar lo que siga de vida. Para mantener fuerte el impulso de la vocación y de todo lo demás.” Y seguramente las conexiones vinculares también “se hicieron más entrañables”. No es casual que Franco se haya convertido en un gran “anfitrión de asados”. Porque “compartir tiempo, comidas, situaciones… la vida”, se le hizo fundamental. El día de mañana no se perdonaría, dice, “pensar ‘cómo me hubiese gustado aprovechar más a tal o cual persona’”. Luz se repuso y volvió a tomar las riendas de una ‘vida normal’ dejando huellas al lo largo del proceso. “Siento profunda admiración por mamá y por las personas con pasión. Los constantes. Los que no se rinden. Los que vuelven a levantarse. Los que disfrutan de lo más simple. Esa es la gente que yo quiero tener al lado”.
Milagros (28) entra a plano cuando se habla de sus “fundamentales”. Porque además de hermana, “ella es mi amiga, mi confidente, mi todo”, precisa. “Uno es el apoyo del otro. Sabe perfectamente cuando me pasa algo, cuando estoy mal, cuando estoy inseguro, cuando estoy ansioso o preocupado. Tiene la palabra justa, el abrazo preciso. Y sabe, como nadie, bajarme a tierra”, sostiene. “Mi hermana me enseñó qué es la empatía, la escucha y la importancia que eso tiene en el manejo del ego. Cuestiones que me ayudaron mucho en mi relación con los demás”. Milagros, también actriz y actualmente abocada a su emprendimiento de diseño y fabricación de joyas, fue compañera y motivadora de su pasión por la música. La misma que supieron compartir en su banda Té para tres.
Cuenta que esa, su otra veta artística también lo hace feliz. Que la respeta demasiado como para no “llevarla a fondo como se lo mereciese”. Y no está dispuesto, para eso, a bajar del podio a la actuación. Es así, que entre rodajes y grabaciones, “cada tanto suelo sacar algún tema”. “Cicatriz”, se titula la última. Esa que habla de “las marcas que va dejando la vida y de cuánto nos enseñan”. Entonces vamos a por ellas. El ejemplo inmediato es la pérdida de tres de sus abuelos, “entre 2012 y 2015”. O, en realidad, eso que le dejaron. Citará a Ricardo – “un tipazo con gran sentido del humor”–, marido de Mimí y padre de su padre. “Recuerdo que me llamaba diciendo: ‘Franco, ¿vas a venir a tomar un cafecito conmigo para contarme cómo van tus cosas?’ Y ahí nos veíamos siempre, en el bar de la esquina de su casa”, cuenta. “Yo le contaba sobre mi personaje y las jornadas de trabajo en Esperanza mía. Él no entendía demasiado, pero a mí me bastaba con que se divirtiera un rato”.
Hablará de Tata, su tía abuela. Hermana de su abuela Victoria, madre de su madre. Del “importantísimo” rol de su compañía (“para ellas y para todos”) desde la muerte tan temprana de su abuelo materno, cuando Luz era muy niña. “Ella era tan graciosa… Muy particular. De gran carácter. Y como nunca había tenido hijos, se encariñó mucho con nosotros. Especialmente conmigo, nieto mayor en la familia”, relata. “Era sumamente cinéfila y por ahí, pasábamos el día juntos en el cine. Veíamos un continuado de tres películas, una al mediodía y dos después de haber parado para comer algo”, evoca Masini. “O de repente me decía: ‘¿Nos vamos de viaje?’ Y me llevaba con ella una semana entera”. Con todos ellos ha tenido un “vínculo más que cercano”, como describe antes de revelar la costumbre de mensajearse a diario con Victoria. “Todavía siguen doliendo”, suelta. “Daría lo que fuese porque estuvieran conmigo en el próximo estreno de El retorno, por ejemplo. Por contarle como me fue en España o cómo fueron los meses que he vivido en México. Pero sé que están. Yo sé que sí. Los siento cerca”.
Franco no demora en definir el legado de ese club de abuelos. “Ellos me dieron mucho amor. Mucho. Y cuando se recibe tanto, no sabés hacer más que darlo. Lo das”, asegura. “Porque, en definitiva, yo no sé dar a medias. Si voy a darte amor, voy a dártelo todo”. Así vamos entrando en el terreno de la entrega. “No estoy enamorado”, anticipa. Se ha emparejado con mujeres de pisada. Tuvo un affaire con la actriz Ángela Torres (27), un romance con Candelaria Tinelli (34) y un último noviazgo con la Brand manager y empresaria de la moda Juana Farrell (31). “Hoy estoy bien conmigo en este camino de bucearme, de seguir conociéndome. De saber qué quiero ahora y qué voy a querer para un después. Y estoy contento con lo que voy viendo de este trabajo interno”. ¿Qué ha aprendido del amor en estos años? Una pregunta ineludible en este segmento. “Aprendí que el amor puede cambiar y hasta desaparecer en un segundo. Que no hay que tenerlo tan escrito, tan proyectado. Porque así como él, las personas también cambian. Como cambia el deseo. Como cambian los ciclos. Como cambian las épocas. Porque la vida cambia”, enumera. Claro que ‘no a amar a medias tintas’ suele conllevar el precio de las “grandes decepciones”. Es por eso que revela: “Ahora me he hecho más consciente de a quién le doy mi amor, mi tiempo y mi todo. Aprendí a aplicar algo de análisis al tema y que no está mal que suceda”.
“Yo era un chico muy autoexigente. Del ‘todo lo puedo’. Del ‘yo me lo banco’. Y entendí que está bien ser vulnerable. Es sano asumir que hay cosas que uno no sabe, con las que uno no puede. Que necesitas que alguien te ayude, te escuche, te guíe”, reflexiona Franco. Sin dudas resabios de ese camino de conocimiento de sí mismo que ya ha mencionado. Siempre ha sido un bicho de terapia, “fundamental, entre otras cosas, para surfear esos ‘altos’ y esos ‘bajos’ que plantea mi carrera”, acota. “Y como estoy en una etapa de mi vida en la que intento ser un gran disfrutador, está bueno interpretarme, entenderme e ir definiendo qué es lo que quiero y lo que ya no”. Al menos hay algo que nunca ha dejado de estar claro. “Me niego a perder la inocencia”, dice Franco. “Eso que se sentía en un espacio de, tal vez, ocho plateas. En la que no estaba en juego un resultado, un caché… No había más que ese fueguito incondicional a todo. Yo me propongo seguir abrazando esa emoción. Y no soltarla jamás, como a ese chiquito agradecido de su vocación y de sus afectos”.