Para un médico, no hay “mejores” personas a las que tratar

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“¿No pueden encontrar mejores personas a las que tratar?”

Como Médicos Sin Fronteras (MSF) nos hicieron esa pregunta hace algunos años, durante una reunión con un grupo armado. Hablábamos de uno de nuestros hospitales en una línea de frente y del hecho de que estábamos atendiendo a personas que eran vistas como el enemigo.

Han pasado ya diez años desde que un bombardeo estadounidense mató a 42 trabajadores, pacientes y acompañantes, y destruyó el hospital de traumatología de MSF en Kunduz, Afganistán. Hubo indignación, bronca y una tristeza profunda; se reclamaron investigaciones; se lanzaron campañas; y en mayo de 2016 se adoptó una resolución histórica en Naciones Unidas, la 2286. (En esos meses también hubo ataques devastadores contra instalaciones de salud en Siria y Yemen). La resolución condenaba de forma categórica los ataques a centros médicos y al personal sanitario en contextos de conflicto, y pedía una mayor protección. Sin embargo, la Safeguarding Health in Conflict Coalition estima que, en 2024, en promedio, la atención sanitaria fue atacada 10 veces al día en zonas de conflicto. En lugar de mejorar, la situación se ha agravado, con un aumento de ataques en lugares como Ucrania, Palestina, Sudán y Haití.

Cuando un hospital deja de funcionar o los equipos médicos ya no pueden trabajar, la gente sufre. En los días previos al bombardeo, el hospital de Kunduz estaba abarrotado: pacientes en cada rincón disponible. Solo esa semana, casi 400 personas heridas en los combates -hombres, mujeres, niños- recibieron atención. Después, ese salvavidas desapareció. De la noche a la mañana, más de un millón de personas en el noreste de Afganistán quedaron privadas de atención quirúrgica de calidad, y se necesitaron casi seis años para reconstruir lo perdido.

Lo más triste es que para algunos esto se considera algo positivo. Los ataques contra la atención médica se usan como estrategia militar: una decisión deliberada de privar a determinadas poblaciones de su derecho humano a la salud. Y eso nos devuelve a la pregunta inicial: “¿no pueden encontrar mejores personas a las que tratar?”. No existen personas “mejores” ni “peores”. Los pacientes se atienden sin discriminación, según la necesidad médica, sin importar su etnia, creencias políticas o afiliación, religión o género. Ese es un principio fundamental del Derecho Internacional Humanitario, y no debería convertir a la ayuda médica en un blanco. No hay un sistema de dos categorías que defina quién merece atención y quién no.

Pero cada vez es más difícil defender la protección de hospitales y de la atención médica cuando se ha vuelto tan fácil atacarlos. Parece que la gente se ha insensibilizado ante lo escandaloso de estos actos. Hoy basta con que un Estado, como Israel, diga que sí, que atacó un hospital en Gaza, pero que las personas que estaban adentro “lo merecían”. Incluso en el caso excepcional en el que un hospital haya perdido su protección -y no fue el caso de Kunduz-, eso no convierte a quienes están dentro en un blanco legítimo. El nivel de escrutinio internacional es tan bajo que casi nunca se exige justificación ni pruebas. Un hospital no puede ser arrasado “por error”. Y cuando un hospital es bombardeado, no corresponde a quienes estaban adentro demostrar por qué no debían ser atacados.

¿Todavía es posible brindar atención médica de forma segura en una línea de frente hoy? Si seguimos por este camino, la respuesta pronto será no. En Kunduz, el hospital se encontraba en medio de un frente en constante movimiento y, aun así, siguió funcionando. Atendió heridos cuando el área estaba bajo control del ejército afgano y también cuando pasó a estar bajo control talibán. Eso fue lo negociado, eso es lo que debería ser un hospital en un conflicto. Sin embargo, hoy en Ucrania, cuando un hospital queda del “otro lado” de la línea de frente, muchas veces deja de funcionar por completo como estructura sanitaria.

Las personas que acudieron al hospital de Kunduz lo hicieron porque pensaban que era un lugar seguro. Algunos incluso llevaron a sus familias. Nadie podía imaginar lo que ocurriría el 3 de octubre de 2015. Todos los que estaban dentro creían estar protegidos, aunque tuvieran miedo. Hoy, en distintas partes del mundo, la gente todavía busca refugio en hospitales, aferrándose a la esperanza de que allí estarán a salvo.

En todo el mundo, trabajadores de la salud siguen presentándose día tras día en contextos de inseguridad y conflicto, pero hace falta mucho más para protegerlos a ellos y a sus pacientes. Los Estados que atacan la atención médica con impunidad deben ser cuestionados y forzados a justificar sus actos. La carga de la prueba tiene que pasar de los atacados a los atacantes.

Quizás lo más importante sea mantener la indignación, rechazar la normalización del bombardeo de hospitales. Atacar la atención médica es un acto atroz. No es un precio aceptable a pagar. No existen “mejores” personas a las que tratar.

Director de operaciones de MSF

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