“Nos conocimos por un boleto. Un mundo de 30 asientos”, decía el comentario en un reel viral de Instagram que sumó más de 1600 likes. Fui enseguida – por algo soy Señorita Heart- tras la historia de ese hombre que había escrito el comentario más poético de la red social. Y descubrí mucho más que lo que había pensado.
Una orden a Dios
El 7 de octubre de 2009 Eduardo ingresó al seminario de Mercedes para ser sacerdote de la iglesia católica. Su proyecto era ordenarse y recibirse como doctor en Teología. Pero cuatro años y cuatro meses después tomó la difícil decisión de cambiar de rumbo, se había dado cuenta de que ese no era el camino correcto para él. El 28 de febrero de 2014, con un bolso y sus cosas se fue a vivir a lo de su madre para buscar el nuevo rumbo en su vida.
Unos días después hizo lo que él sabía que no debía hacer: fue a rezar, se arrodilló en el primer banco, abrió sus manos y le dio una orden a Dios. “En realidad cuando uno reza no tiene que hacer eso, pero le di una orden. Le dije una cosa o la otra, en una mano una mujer, la que Dios pusiera en mi camino, y en la otra mano quedarme solo para toda la vida”, cuenta Eduardo.
La respuesta de Dios llegó a los pocos meses.
“¿De qué te reís?”
Para el año 2015 Eduardo trabajaba como colectivero en la línea urbana de Tandil. Julieta, oriunda de Ayacucho, se había mudado a aquella ciudad y tomaba el colectivo todos los días para ir al trabajo. Se subía en la parada cerca del dique y de forma muy amable saludaba al colectivero y se iba a sentar. Eduardo manejaba y hacía su trabajo. Él tenia compañeros que “encaraban” a mujeres en el colectivo, pero a él no le salía. Recuerda aquella época en la que él tenía más pelo, usaba jopo, iba al boliche y se le acercaban quienes lo habían reconocido, “Tandil es chico y nos conocemos todos, éramos seis líneas de colectivos y te averiguaban tu nombre”, recuerda con risa.
Pero él seguía haciendo con calma su trabajo. Un día, como cualquier otro, Julieta se subió a la unidad pero esta vez estaba lleno, todos los asientos ocupados y no le quedó otra opción que quedarse parada. Faltaba poco para que llegara el boleto electrónico a Tandil y aprovechó para sacarse algunas dudas con Eduardo, el chofer: “Te hago una pregunta con respecto al boleto electrónico, ¿yo tengo que decirte algo a vos o a la máquina”. Eduardo se río por aquella ocurrencia.
“Ella es bajita, le digo la peque porque es chiquita como la Peque Paretto, en ese momento me miró y haciendo un gesto con la mano me dijo ¿de que te reis?”, recuerda Eduardo. Julieta quiso saber si podía quedarse de pie adelante y Eduardo aclaró que no había inconveniente siempre y cuando abonara el boleto, por si subía algún inspector. Cuando llegó a destino se bajó, se dijeron un “hasta luego” y el día continuó con normalidad para ambos.
“Otra vez sopa”
Eduardo cumplía su recorrido algunos días en el turno tarde y otros en el turno mañana. Ese día le tocaba el turno de la tarde y ya estaba terminando cuando se subió Julieta y otra vez estaban todos los asientos ocupados. “Hola, ¿cómo estás? Otra vez sopa”, le dijo Julieta. “Sí, otra vez sopa”, respondió él.
Volvió a preguntarle si se podía quedar de pie junto a él durante el trayecto, intercambiaron nombres y algunas conversaciones cotidianas hasta que Julieta se bajó para combinar su viaje de regreso a casa con un segundo colectivo.
Cuando Eduardo llegó a casa de su mamá, ella estaba cocinando una sopa, él enseguida se acordó de Julieta y se tentó. “Vos andás en algo raro, yo te conozco”, sentenció su mamá.
Eduardo y su madre querían mudarse al barrio Villa Italia y, sin imaginarlo él, Julieta tenía los mismos planes. Había una señora que requería ser cuidada y estaba la opción de vivir allí, así que ambos fueron a conocer a los familiares. Al salir caminando Eduardo le ofreció a Julieta acompañarla a pie a donde ella necesitara, pero Julieta ya tenía otros planes, y le aclaró que no era necesario, que una amiga la esperaba. Luego supo que eso no era cierto. Pero a pesar de ello intercambiaron números de teléfono por si se enteraban de algún alquiler.
“¿Te querés quedar a dormir?”
Cuando Eduardo manejaba no usaba el celular, aprovechaba tal vez algún semáforo largo pero no más que eso. Aquel día el teléfono sonaba una y otra vez, entonces en cuanto tuvo la oportunidad lo miró y se encontró con el siguiente mensaje: “Hola, soy Julieta, espero te acuerdes de mí. Te quiero agradecer el gesto que tuviste el otro día y en compensación te quiero invitar a tomar algo”.
Eduardo ese día terminó temprano de trabajar, se fue a su casa, se bañó, afeitó, perfumó, compró rosas y lavó el auto, “estaba chiche”, recuerda. Tomó las llaves de su casa pero su madre, que lo conocía como nadie, le dijo “No volvés, vos hoy no dormís acá”.
Eduardo y Julieta fueron al dique, compraron pizza, empanadas y unas gaseosas y se fueron a la arcada de ingreso al parque donde se fundó la ciudad de Tandil. Conversaron toda la tarde y aunque Eduardo quería darle un beso, era muy tímido, no se animaba, y cuando tomó coraje y lo intentó ella le dijo que iba muy rápido. Para su sorpresa, fue ella, luego, quien tuvo la iniciativa y fue allí cuando se dieron su primer beso.
La acompañó hasta su casa, se pusieron a charlar en la puerta y ella le hizo una invitación: “¿No querés tomar unos mates?”
Los mates y la conversación se extendieron hasta las dos y media de la mañana, momento en el que Eduardo tomó la decisión de volver a su casa. Pero Julieta le hizo otra propuesta: “¿Ahora te vas a ir? ¿no te querés quedar a dormir?”
“El cielo me decía es acá”
Eduardo es muy agradecido de la Virgen, y en esta oportunidad no podía no serlo, por lo que al terminar su oración se puso a llorar. Julieta sabía toda su historia, sus creencias. “Era como que ella se abría y se abría el cielo; y el cielo me decía es acá, es ella”, recuerda enamorado Eduardo.
El 7 de febrero de 2016 se pusieron de novios, en octubre del mismo año comenzaron a vivir juntos. “Está el proyecto de casarnos, cuando ella me diga que sí nos casamos”, asegura Eduardo.
Él sigue firme en su fe, asiste a la parroquia, no se considera un fanático pero sí le gusta ir a dar gracias por todo lo que sucede en su vida. Dejó el colectivo y hace siete años que trabaja como remisero, ahora en el turno de la noche. “Me gusta mucho escuchar a la gente, ahí aplico la filosofía y la fe, si una persona está mal le regalo una estampita, es un apostolado que tengo yo”, cuenta.
Asegura que fue Dios quien le puso a Julieta en su camino, de ella lo cautivó su simpleza, su humildad, “lo que demuestra, cómo quiere salir adelante, es una chica muy inteligente y muy viva. La relación con Juli fue un regalo y el día que ella me diga que sí, insiste Eduardo, nos casamos”