La bomba de Espert explota en varios frentes

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El escándalo por el financiamiento de las campañas de José Luis Espert acaba de meter al Gobierno en una encerrona de daños múltiples, algunos de los cuales exceden las próximas elecciones. El más obvio, un eventual impacto en el resultado del 26 de octubre, parece ínfimo y hasta descontado en relación con las derivaciones del lugar que el diputado ocupa en la Cámara baja: Espert es presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda y, desde que explotó el caso, la renuncia que parte de la oposición le exige al oficialismo para aprobar el Presupuesto 2026. Hay 30 firmas para desplazarlo, no solo del kirchnerismo, y eso representa un obstáculo para avanzar en la ley de leyes. Es decir, para la gobernabilidad que reclamaron en estos días tanto el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos como el FMI.

Si alguien se propuso arruinar al Gobierno reflotando la causa, como cree Milei, acertó al menos al tocar el nervio más sensible en medio de la corrida. Y con un tema que Espert no termina cabalmente de aclarar. El Presidente decidió defenderlo a pesar de todo. “No le vamos a dar de comer a la oposición”, lo oyeron decir el miércoles en la reunión de la mesa de campaña, que tiene todavía muchos no convencidos de los argumentos que ha dado el diputado y una firme y pública objetora, Patricia Bullrich. Lo mismo que pasa en el resto del Gobierno. “Si siguen faltando explicaciones, las deberá seguir dando”, dijo ayer Manuel Adorni, vocero presidencial y uno de los que, hasta ahora, y a diferencia de Milei, no retuiteó el posteo explicativo de Espert.

El video había sido revisado por el equipo de comunicación que encabeza Santiago Caputo. En La Libertad Avanza equiparan esta bomba a la del caso Spagnuolo: temen que afecte al universo de desencantados a quienes el Gobierno pretende convencer de volver a votar. Pero la inquietud va más allá de lo que pase el 26: sin presupuesto será también difícil gobernar. Habría que lograr un resultado muy favorable, algo que no está en los planes de nadie en el oficialismo, para convencer a la oposición y a los gobernadores. Justo en momentos en que no solo la Casa Blanca y el Fondo, sino el establishment económico entero, reclaman acuerdos. El último informe del JP Morgan, por ejemplo, prevé hasta las elecciones un camino incierto, con alta demanda minorista de dólares, pero considera además “esencial” que se llegue después a “un acuerdo político amplio”. Economistas que han tomado contacto con el Departamento del Tesoro dicen que hasta los funcionarios de Scott Bessent proponen en privado incorporaciones al gabinete.

Ya no alcanza con recomponer la relación con Pro. Las dos reuniones de esta semana entre Milei y Macri, celebradas como un avance en el mercado, no llegan todavía a convencer a los propios macristas. ¿Qué tan cerca deberán estar ahora del Gobierno?, se preguntan. Algunos de ellos, como Rogelio Frigerio, gobernador de Entre Ríos, lamentan haber sido tan concesivos en la provincia de Buenos Aires. La lista de ese distrito, que encabeza Espert, se conformó bajo el influjo de la victoria de Adorni en la Capital Federal, algo que resultó finalmente engañoso y distorsivo para ambas fuerzas: desmembró al Pro y envalentonó al Gobierno en la epopeya de ir por todo, ofendiendo aliados que ahora necesita.

Lecciones que Milei deberá aprender en medio de la corrida. Hubo, por lo pronto, proyecciones que no se han cumplido desde el 14 de abril, cuando salió del cepo. No solo el valor del dólar. ¿Cómo es posible que aquella decisión tan reclamada por el mercado, a la que habría que sumarle el paquete de 14.000 millones de dólares del FMI, el respaldo explícito de Bessent y Trump, los 19 meses de inédito superávit fiscal y la inflación más baja en varios años, no haya conseguido todavía una caída del riesgo país? ¿Por qué desconfían los ahorristas? Las respuestas, que son múltiples e incluyen cuestionamientos de analistas a las políticas cambiaria y monetaria, no deberían tampoco pasar por alto una duda eterna y subyacente: más allá de las declamaciones y lo políticamente correcto, ¿hasta dónde la sociedad y la dirigencia política están convencidas del equilibrio fiscal?

No por casualidad la corrida se aceleró el 8 de septiembre, tras la derrota del Gobierno en la provincia, cuando el mercado constató que la mayor parte de los bonaerenses no tenía inconvenientes en volver a votar a la fuerza que emitió 13 puntos del PBI y llevó la inflación al 211% anual. ¿La batalla cultural sobre el gasto está realmente ganada? Probablemente no. La Argentina viene de 24 años con la idea opuesta: el Estado como garante de bienestar.

Estos planteos trascienden lo que puedan pensar Kicillof o el kirchnerismo. Hay legisladores de la oposición con posiciones públicas firmes en favor de las cuentas ordenadas que acaban de votar contra los vetos del Poder Ejecutivo a leyes que las comprometen. Al contrario de lo que suponía Milei, esos vetos no hicieron más que dejar en claro que una parte importante de la dirigencia está dispuesta a más gasto no solo sin pagar un costo político sino, al contrario, con respaldo abrumador en las urnas. Principio de revelación.

Por eso el Gobierno se juega tanto en la elección del 26. Es inevitable recordar el ajuste que Macri había iniciado en 2018 y lo llevó a la derrota y a la corrida en las primarias de 2019. ¿Convenció aquel antecedente a Milei de tomar un atajo, esta política cambiaria audaz que aceleró la baja en la inflación pero que, al mismo tiempo, multiplicó los desequilibrios? ¿Perdía el Gobierno las elecciones con un tipo de cambio más alto y, en cambio, una reducción del IPC más gradual? Ya todo es contrafáctico. Pero cobran relevancia algunos antecedentes regionales. Un trabajo del economista Alfredo Romano, por ejemplo, expone la experiencia del plan de estabilización de entre 1991 y 1999 en Uruguay, país con un bimonetarismo análogo al de la Argentina, y concluye en que hubo que esperar ocho años para que la inflación bajara ahí del 108% a un dígito, 9,9%. ¿Era el ritmo ideal? ¿Solo el posible? Quedará para el debate.

Lo que viene es probablemente más arduo. Alguien le preguntó esta semana a Milei qué le parecía más riesgoso, si seguir destinando recursos del Tesoro para sostener el dólar debajo del techo de la banda cambiaria o eliminar ya, de golpe, esos límites y dejarlo flotar libremente. Él cree que lo segundo: en un momento como el actual, dice, a pocos días de las elecciones, con volatilidad extrema y la demanda de dinero por el subsuelo, dejarlo librado a la suerte será avivar el fuego.

Tiene ahora dos fechas relevantes: el 14 de este mes, día de la reunión con Trump, y el 26, las elecciones. Si pierde le quedará poco margen de maniobra. ¿Un mal resultado para el Gobierno volvería a dejar a la Argentina en desorden fiscal? Dependerá más del resto de la dirigencia. Esta vez, a diferencia de lo que pasó en 2019, el país tiene superávit financiero. Toda una tentación para el dirigente gastador. Principalmente porque puede haber nuevas cajas en el futuro: la energía tendría un saldo positivo de entre 5000 y 8000 millones de dólares por año y para el agro se proyectan condiciones óptimas de humedad, buena cosecha e ingresos por 32.000 millones. Por eso el mercado mira a la oposición: la macro ordenada no se logra con la voluntad de uno solo.

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