Por qué Gastón Pauls convirtió su historia personal en una misión para ayudar a otros

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Gastón Pauls proviene de una familia de artistas y, como muchos talentos de su generación, dio sus primeros pasos profesionales en la TV juvenil de la década del noventa, con el suceso de Montaña rusa. Actor, director, guionista, presentador, productor de cine y televisión, el éxito para Gastón no vino solo. Hoy, 17 años después de “Tocar el fondo del fondo del fondo del fondo”, según sus propias palabras, puede hablar de las consecuencias de sus excesos, los caminos para el cambio y cómo su experiencia personal ayudó y ayuda a otros que luchan contra las adicciones. Pauls se sincera en esta charla en colaboración con Fundación La Nacion.

– ¿Qué pasó hace 17 años?

– Una bendición, que es como tocar el fondo del fondo del fondo del fondo, y me harté de estar harto. Hace 17 años descubrí, y hasta el día de hoy lo sostengo, que por ese camino terminaba en la cárcel, el hospital o el cementerio; que eran los finales que había visto de gente conocida, amiga mía. Que no me quedaba mucho carrete, por ese lado, para otras cosas. El escenario se presentaba así. Creo que hubo una especie de mini iluminación –que, a veces, te dura un segundo– de pedir ayuda a otro ser humano. Y, a partir de ahí, empieza otra etapa, que fue la de reconocer la derrota para empezar a ganar. O sea, fue decir: “Estoy perdiendo”.

– ¿Hubo un punto de inflexión, hubo varios? ¿Cómo fue que despertaste?

– Fueron un montón de puntos de inflexión, un montón de golpes, un montón de pérdidas, un montón de suicidios de amigos, de accidentes, de sobredosis. Yo también padecí sobredosis. Porque la sobredosis, a veces, parece que es solo quedarte idiota… No, la sobredosis es cuando te pasaste de dosis y ya estás al borde del infarto, al borde de la muerte. Creo que el tema de las adicciones y la salud mental, tristemente, es como una alarma que apagás y seguís durmiendo. ¿Te suena la alarma? Sí. ¿Nos gusta dormir un rato más, cinco minutos más? Sí. La apago y sigo durmiendo cinco minutos más. Vuelve a sonar a los cinco minutos, la volvés a apagar. Ese es un poco el mecanismo que tienen los adictos y la gente que padece ciertas patologías mentales: pateo, pateo, pateo, total todavía estoy vivo. Hasta que un día no los pateaste más.

Había habido un montón de amenazas, de alertas que no había podido interpretar hasta que, después de cuatro noches sin dormir, de 120 horas de estar despierto, le pude pedir, en mi caso, primero ayuda a Dios, y después a otro ser humano, que en ese momento era mi pareja. Eso, para mí, es muy simbólico. No hay manera de salir de las adicciones si no hay un reconocimiento de la derrota y de que estás en el fondo del fondo del fondo. Recién ahí podés empezar a levantarte un poco.

– ¿Cuánto necesitás del otro y cuánto de uno mismo?

– Esta es una posición mía, pero yo no creo en salir solo del asunto. Sí tiene que haber un reconocimiento, una decisión y un ponerse en funcionamiento o en camino hacia una recuperación. Pero necesitás, por lo menos así lo concibo yo, o un especialista u otro adicto en recuperación. Llevo 17 años, ocho meses y días en recuperación, pero sigo yendo a grupos anónimos; no es que ya dejé el problema atrás. Y en los grupos decimos que el valor terapéutico de un adicto ayudando a otro no tiene igual.

– ¿Por qué es quien te entiende?

– El que entiende dónde estuviste, de dónde venís, dónde podés recaer y volver; y por eso sigo yendo, porque cuando alguien recae, no solo es “qué triste que haya recaído”, sino también es una alerta para mí. Si yo recaigo, puedo terminar así, suicidándome como se suicidó hace un año un amigo. Yo necesito del otro, del compañero o la compañera.

– Hace 17 años comenzaste a transitar este cambio. ¿Cómo fue ese camino?

– Creo que se suman muchas cosas. El éxito, que en inglés está muy cercano a ‘exit’, que es salida. Buscás una salida. El éxito, el reconocimiento puede tener que ver con eso. En mi caso, todo arrancó antes, arrancó desde muy chiquito con algo que, para mí, es una de las piedras fundamentales de las adicciones y la salud mental: la baja autoestima, el no reconocer lo que soy, lo que tengo y querer algo externo para ser. O una sustancia o una persona que, de alguna manera, te dé la pauta de quién sos. Tener a alguien al lado, tener una sustancia o poseer algo físico, material para decir: “Con esto soy. Sin esto no soy”. “Si no tengo ese auto, yo no soy”. “Si no tengo esas zapatillas, yo no soy”. “Si no tengo el reconocimiento externo, no soy”.

Yo necesité sustancias tóxicas que llenaran un vacío que tenía en el alma, que lo sigo teniendo. Hoy necesito llenarlo con otra cosa: con fe, con esperanza o con trabajos, con un mensaje puntual. Ese vacío sigue estando. No conozco a nadie en este mundo que haya llegado a un determinado lugar y que diga: “Listo, se terminó el vacío”. El problema son los adictos que no pueden parar. Decimos que el adicto es una persona que está en el fondo de un pozo, tiene una escalera y una pala. El adicto agarra la pala y se sigue hundiendo más. Hasta que otro te dice: “Che, te estás hundiendo más, ¿tenés una escalera? Vení, usá la escalera”, y te ayuda a usar la escalera en lugar de enterrarte más con la pala.

– ¿En qué momento se te ocurrió ser el que le da la escalera a los otros?

– Es una recuperación de 12 pasos y el último, que me parece el más simbólico, es “conscientes de nuestra recuperación, ahora le llevamos el mensaje a otro adicto”. Lo único que se me pide es, ahora, llevar el mensaje a otros. No es más que eso. Es compartir la experiencia, la sabiduría que te puede dar el dolor o la oscuridad y la luz.

– Decías que las adicciones generan un placebo. ¿Cómo llenaste después ese vacío?

– Ojalá te pudiera contestar cómo lo llené. Para mí es un trabajo diario de llenar o no llenar, de ver el vaso vacío o lleno. Yo voy llenando y, a veces, a pesar de todo lo que hago y de todo el aprendizaje que tengo, igual me encuentro vacío y mi cabeza empieza a rumiar pensamientos de mierda. Perdón que lo diga así, pero es la verdad. No es que yo llegué a un lugar de elevación y de iluminación. Yo lo trabajo diariamente: cómo convivo, hasta dónde acepto y cuán consciente soy de cuándo caigo en la trampita y piso el palito. Sí sé que todo ese tiempo que ocupaba en consumir sustancias y convertirme en un esclavo de eso, ahora prefiero invertirlo en pasar un mensaje, compartir, escuchar; escucho mucho más ahora de lo que hablo.

– ¿Hay paralelos entre estas adicciones y el teléfono celular?

– Un montón. Nosotros, con La casa de la cultura de la calle, trabajamos con algo que nos están pidiendo en casi todos los lugares, más que seguir concientizando y previniendo sobre el consumo de cocaína o alcohol: “¿Qué hacemos con los chicos y el celular?”. Sobre todo nosotros, como adultos. De qué manera, eso que parecía ser una ventaja, termina siendo algo que nos pide mucha más energía y tiempo.

Nosotros capacitamos, damos charlas en colegios, y no solo hablándole a los pibes, hablándole a los maestros, capacitando en clubes de fútbol. El desafío es que los adultos seamos muy conscientes porque, si no, los chicos van a estar igual o peor que nosotros. Que, de hecho, es lo que está pasando.

– En las charlas de las que participás con La casa de la cultura, concretamente, ¿qué es lo que más surge, cuál es esa señal que hay que atender a tiempo?

– Yo di 750 charlas a lo largo de estos 11 años. Esas 750 charlas son 750.000 personas presenciales, y lo que vi es que no vuela una mosca. A veces, son pibes de nueve a 18 años. Lo que digo, primero, es que necesitan hablar del tema. Los está tocando mucho más de cerca de lo que me tocaba a mí a mis 14 años, que era todo un laburo conseguir una sustancia. Hoy todo te lo traen, es un delivery de droga. Así que, primero, está esa necesidad de hablar del tema.

– Hay otro tema que es la pornografía. ¿Qué impacto tiene?

– Todos los que estamos en este planeta venimos del sexo, de un encuentro sexual entre padres. Y, paradójicamente, es el tema más tabú, el que más cuesta hablar. Nadie se reconoce adicto al sexo, cuando las principales páginas del mundo, por escándalo, son las páginas de pornografía. Además, está relacionada a la droga, la esclavitud, la venta de armas. Creo que ahí está el gran caretaje en general: nadie nunca vio porno, pero las páginas de porno son las más visitadas.

Hay gente que no puede parar y pibes que, después, casi no pueden relacionarse con otro ser humano, condicionados por todas esas imágenes que vieron durante años. Entonces, es mucho más difícil conectar presencialmente con alguien cuando tu presencia siempre estuvo frente a una pantalla.

– ¿Cómo se revierten estas cosas?

– Hay algo de lo que hablamos, del éxito o ‘exit’. Hay algo que te da, que tiene que ver con las adicciones y con el clic de distancia. ¿Estamos a un clic de distancia de que te traigan una comida acá? Sí. ¿Estás a un clic de distancia de ver porno? Sí. ¿Estás a un clic de distancia de mandar un mensaje a Japón? Sí. Estamos a un clic de distancia de cadi todo. De alguna manera, es una analogía con lo que te generan las sustancias. Yo estaba a un pase de distancia, a un clic de distancia de tener más energía. Estaba a una pitada de distancia de colgarme y reírme con el porro. Estás a una pastilla del estado que querés tener; del éxito, rápido, fugaz, inmediato.

Eso es lo que más hay que trabajar, porque ahí también volvemos a lo de la pornografía o la comida: cómo saciás la necesidad y cómo te convertís en alguien exitoso acabando donde querés acabar.

– Para vos, ¿qué es el éxito hoy?

– Principalmente, tiene que ver con la libertad. De estar sentado acá con vos, porque elijo estar acá con vos, y porque también elijo los lugares en donde no estar. Y eso tiene que ver con lo mediático, con lo laboral, con lo emocional y hasta con lo intelectual. No voy a lugares donde no tengo ganas. Eso para mí es el éxito. Poder decir, a veces no voy a lugares porque, para mí, es mucho más lindo quedarme tres horas con mis hijos.

– ¿Cómo fue la charla con tus hijos, ese momento en el cual dijiste: “Este soy yo, el de la vida real”?

– Creo que, en realidad, sigue siendo una charla presente, pero yo fui respetando el tiempo de mi hija, por sobre todas las cosas; y mi hijo lo recibió casi por derrame porque mi hija era más grande. Entonces, a los seis años [ella] me preguntó: “¿A dónde vas?”. Le dije a un grupo, porque veía que todas las semanas me iba a un lugar a hablar de mí. Y así fue, literalmente de a poco, hasta que un día me dijo: “¿Y qué hacías que te hacía mal?”. Tendría ocho años, siete y pico, cuando le dije: “Consumía cocaína”. Fui a su tiempo, respetando eso hasta donde ella quisiera saber. Le expliqué la efervescencia, el poder o el éxito que sentís al principio, pero el ticket que te viene después, el que pagás con tu alma, con tu sangre, con tus neuronas. Creía y creo que eso es lo que tengo que hacer como padre, ofrecerle todo el abanico y después ella elegirá.

– Como padres nos atraviesan los miedos. ¿Cuál es la mejor fórmula para escuchar sin juzgar y poder acompañar a nuestros hijos cuando crecen?

– Yo creo que con una presencia real, aunque no siempre lo logro. La presencia real, la presencia genuina, el hablar con la verdad. Esa presencia con ellos es un lugar de referencia. Me gusta que no sea un lugar de referencia como “el faro que ilumina y te dice…”, sobre todo, sabiendo que, a veces, yo tengo mucho más para aprender de ellos que ellos de mí. Si yo creo que ya entendí todo y que solo estoy para enseñar, es complicado. A veces, mis hijos con una pregunta, una respuesta o una acción me demostraron por dónde va la cosa.

– Si vos pudieras reescribir tu historia, ¿vivirías en las mismas páginas o cambiarías algunas?

– Como sé que, por lo menos en este universo, uno tiene distintas líneas de tiempo, ahora, lo único que me preocupa es seguir escribiendo esta que tengo acá. Desde acá, me refiero, en esta charla podría estar llorando por mis amigos que se murieron. Los que se fueron porque se suicidaron, los que murieron en un accidente, sobredosis… No es una mirada todo el tiempo hacia atrás para generar un resentimiento con la vida, sino que todo eso que me pasó, sirva para escribir de una mejor manera este presente, porque es lo que puedo hacer. O sea, yo puedo escribir desde acá. La recuperación de los adictos, en los grupos anónimos, tiene una frase básica: “Solo por hoy”. Es lo que puedo hacer, desde mi experiencia; puedo advertir, prevenir, avisar que hay un fondo muy triste. Por eso digo, escribo mi historia libremente, conscientemente y con amor.

– ¿Cuándo te diste cuenta de que te hacía bien contar tanto dolor y que le hacía bien a otros?

– Primero, el día que me empecé a dar cuenta de cómo me miraba mi propia familia. Cómo, personas que unos días antes estaban llorando porque yo no podía parar de consumir, de pronto me miraron a los ojos y había otra luz. Cuando me di cuenta de que era más fácil de lo que yo creía, y cuando me miré al espejo un día –el día que casi me muero, después de cuatro noches sin dormir– y no me reconocí. La certeza de que me estaba escribiendo una mejor historia y también ayudaba a que mi gente cercana no tuviera que ver el horror diariamente, me dio la pauta de que el camino era por ahí. Y hoy, que recibo miles de mensajes con historias de “Llevo un año limpio, gracias por la charla” o “Llevo cuatro horas limpio”, “Tiré lo que tenía” o “Llevo cuatro días y mi hija me volvió a abrazar”… Dije: “Listo, esto paga todo; este es el camino.”

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