El 7 de octubre de 2023, la fecha en la que fueron asesinados más de 1200 judíos sin otro motivo que ser judíos, reúne punto por punto, detalle por detalle, la condición de genocidio. Philip Sands, jurista y escritor, sostiene que el rasgo distintivo del genocidio no es solo la cantidad de muertos, sino también la voluntad de exterminar a una nación. No otra cosa hicieron los soldados de Hamas en estos idus de octubre. Si no mataron a más, fue porque no pudieron, no porque no lo desearan.
El 7 de octubre fue una tragedia por la sangre derramada, pero también porque vulnera el principio de que, a partir de la creación del Estado de Israel, las carnicerías de los pogromos y los hornos crematorios, jamás retornarían. Pero regresaron. Otra vez la muerte y la sangre; otra vez el enemigo decidido a exterminarlos no por lo que hicieron o dejaron de hacer, sino por su exclusiva condición de judíos.
Ante estas tragedias, los judíos aprendieron dos verdades: jamás podemos permitir que alguien asesine a judíos y suponga que el crimen no se paga, y a la hora de ajustar cuentas sabemos que en algún momento gobiernos y naciones nos van a dejar solos como siempre nos han dejado. La encrucijada es perversa: a los judíos asesinados se los puede llorar, pero a los judíos que deciden defenderse se los condena sin apelaciones. Sin ir más lejos, la mitad de las sanciones de la ONU son contra Israel. En un mundo donde pululan dictaduras carniceras, satrapías sanguinarias, teocracias criminales, Israel, la única democracia que existe en Medio Oriente, es el preferido a la hora de la condena.
El 7 de octubre, los judíos apretaron una vez más los dientes y, fieles a las enseñanzas de Ben Gurión y Golda Meir, decidieron que no habría piedad para sus asesinos. Hamas pagará el precio. Y ese precio en la guerra se paga con la muerte. Los dirigentes de Hamas sabían las consecuencias que provocarían sus actos. Se prepararon minuciosamente. Raro. Dicen los judeofóbicos que la Franja de Gaza era un campo de concentración a cielo abierto. Raro. Raro porque no sé de ningún campo de concentración en donde sus huéspedes construyen 500 kilómetros de túneles. Prestar atención. Para hacer esa obra colosal de ingeniería se necesitan tres cosas: dinero sin límites, libertad de movimientos y el apoyo de un sector mayoritario de la población.
“Exterminarlos a todos”, dijo su jefe Yahya Sinwar. Sin compasión y sin culpas. Solo un psicópata puede razonar en esos términos. Un psicópata o un fanático religioso convencido de que a la hora de rendir cuentas de sus actos el juez que lo juzgará no es de este mundo. Sinwar no estaba solo. Aproximadamente el ochenta por ciento de la población de la Franja de Gaza y de Cisjordania compartía sus consignas.
Esos lujos, esa pasión desbocada del pueblo gazatí por honrar a sus héroes de Hamas, no sale gratis. Ellos saben que Israel, este Israel que alguna vez pensó ser Atenas pero no le dejaron otra alternativa que comportarse como Esparta, cobra sus cuentas. Y los cobradores no suelen ser amables. Como alguna vez escribió Malraux: “Puede haber guerras justas, pero no hay ejércitos justos”.
A Israel no se lo condena porque Netanyahu sea de derecha; se condena a un Estado por existir. O por estar desde 1948 en el lugar equivocado. Los que hoy ladran contra Netanyahu ayer lo hacían con el mismo tono contra Golda Meir y en 1948 contra Ben Gurión. Socialista, conservador, religioso, lo mismo da, porque lo que importa en todos los casos es que sea judío. A esa faena inmunda se suman hasta los más desprevenidos. Adolescentes de un colegio de la provincia de Buenos Aires se divierten cantando consignas convocando a quemar judíos. Muchos de ellos es posible que no hayan visto un judío en su vida. ¿De dónde sale esa pulsión de muerte?
Sinwar y Haniyeh, los jefes de Hamas caídos en combate hace un año, nacieron en la Franja de Gaza a principios de los años sesenta. Su nacionalidad es egipcia. Lo fue hasta 1967, hasta la Guerra de los Seis Días. ¿Desde 1948 hasta 1967 dónde estaban los palestinos que reclamaban su Estado propio? ¿Por qué Egipto no les reconoció su identidad nacional? ¿Por qué no lo hizo Jordania, tal vez el único Estado palestino realmente existente? Sencillo: la causa palestina tiene gracia si habilita la sangría contra los judíos.
Sinwar fue detenido cuando aún no tenía treinta años y estuvo veintidós años preso en las cárceles de Israel. Durante ese tiempo estudió, conoció la historia del pueblo judío, supo de sus debilidades, de sus miedos y hasta se benefició del desarrollo de la medicina judía porque en el quirófano de un sanatorio de Israel le extirparon un cáncer del cerebro. Sinwar luego vivió veinte años más gracias a la generosidad de las leyes judías. Cuando recupera la libertad gracias a un canje, asume la conducción militar de Hamas. Sus objetivos están claros: arrojar a los judíos al mar. Los recursos también son claros. Misiles, túneles, secuestros, canjes e intoxicar a las buenas conciencias de Occidente acerca de la victimización palestina. Las armas y la plata provienen de Irán, Qatar y la imbécil atonía de políticos europeos resignados a que el destino de Europa es ser, diría Oriana Fallaci, Eurabia.
La otra consiga se la podría calificar de existencialista. “Los judíos quieren vivir; a nosotros no nos importa morir”. No sorprende que Sinwar diga esto. A su manera es coherente con sus creencias de toda la vida. Sorprende que ilustres izquierdistas, elegantes liberales y piadosos cristianos legitimen estas conductas. La lógica suele ser perversa. Israel es genocida y Hamas es víctima. Invertir los polos de la contradicción es una exquisitez dialéctica.
¿Y qué pretende Hamas además de asesinar judíos? A esta pregunta sus cómplices occidentales responden con ambigüedades. Y así lo hacen porque los objetivos de Hamas son aberrantes y la corrección política impide hacerlos públicos. En otros tiempos defendíamos la causa de Vietnam. Con convicción, porque nos asistía la certeza de que la causa de Vietnam era justa. Allí estaba Ho Chi Minh, allí había un programa de gobierno que hablaba de una sociedad libre y justa. Hamas es la antípoda de esa causa. Fanáticos, misóginos, racistas. En otros tiempos nadie hubiera dudado en calificarla de una organización terrorista de ultraderecha. Hoy no lo hacen. Importa más condenar a los judíos.
Amanece en el kibutz de Nir Oz, en la ciudad de Sderot, en el moshav de Haasara. Los niños duermen, algunos mayores desayunan, otros inician las sesiones religiosas del sabbath. En el festival de música Nova, los jóvenes bailan, juegan al amor; en el cielo, apenas sonrosado por la luz, se distinguen algunas nubes. La vida es bella, pero no muy lejos acechan sombras. Los herederos de las legiones romanas que quemaron el templo; los cruzados del año mil; los mercenarios de los señores de la guerra; los dignatarios religiosos que acusaban a los judíos de haber traicionado a Jesús; los zares que afirmaban que los judíos envenenaban las aguas y asesinaban niños para celebrar rituales satánicos con su sangre; los monarcas y emperadores que ambicionaban las fortunas de banqueros judíos; los jefes nazis que se propusieron la solución final con campos de exterminio cuyos hornos durante meses y meses no dejaron de lanzar humo a través de sus chimeneas… toda esa piara de racistas judeofóbicos, genocidas y fanáticos se proponen, ahora en nombre del Islam, concluir la obra que Hitler dejó inconclusa. El 7 de octubre de 2023, otro baño de sangre está a punto de iniciarse.