Hace años que el nombre de Miguel Bonnefoy se escribe con mayúsculas en los catálogos literarias de Francia, su país natal. En 2021, su novela Herencia se convirtió en una de las más vendidas del momento gracias a una historia en la que, a través de varias generaciones, seguía el destino de una familia chilena que no era otra que la de su propio padre. El libro, considerado por el New York Times como una de las mejores ficciones históricas del año, quedaría finalista de dos de los premios más prestigiosos de la literatura francesa: el Goncourt y un Femina que, ahora, ya puede presumir de haber conseguido.
Y es que, tres años después, Miguel Bonnefoy ha conseguido hacerse con este galardón, junto a otros como el Gran Premio de la Academia Francesa, por un “libro espejo” del anterior en el que la protagonista es la familia de su madre. Así, El sueño del jaguar (Libros del Asteroide) viaja hasta la Venezuela de finales de XIX para iniciar un recorrido en el que vemos a abuelos, madres e hijos sobrevivir a todo tipo de coyunturas históricas, sociales y culturales. Un maravilloso viaje que culmina en el mismo punto que su predecesor: el momento en el que el padre y la madre de Bonnefoy se conocen.
Consagrado ya como uno de los referentes en Francia en materia de ficcionar la historia, Miguel Bonnefoy lleva ya 250.000 ejemplares vendidos con El sueño del jaguar. Claro que él, cuando le preguntamos por ello, cita a Malraux: “Todo éxito es un gran malentendido”. Nos dice que, muy probablemente, los lectores le estén “confundiendo” con otro escritor. Tal vez con el Gabriel García Márquez que inventó ese Macondo en el que el Caribe se respiraba detrás de cada flor… Uno de tantos maestros de los que se declara “humilde heredero”, y en los que se inspira para imaginar y recordar una Venezuela que, advierte, “no tiene nada que ver con la Venezuela de hoy”.
Dos personajes históricos en la historia venezolana
“Esta historia yo la tenía en la barrica de mi corazón desde hace treinta años”, explica Bonnefoy. “Antonio Borjas Romero y Ana María Rodríguez (dos de los protagonistas de la novela) son mis abuelos, Venezuela es mi madre y el personaje de Cristóbal es una especie de alter ego de mí”. Durante mucho tiempo, todos ellos residieron en su interior esperando su turno para quedar inmortalizadas sobre el papel. Claro que, para ello, era necesario encontrar ”la música, el ritmo, la forma y la estructura narrativa… algo que me tomó mucho tiempo en conseguir“.
El resultado final de todo ese proceso es un libro cuya materia prima es, obviamente, la memoria. Sin embargo, esta es solo el punto de partida para abordar una exploración de la historia venezolana en la que, poco a poco, va emergiendo una suerte de mitología íntima: “Buscaba entender de dónde vengo, hundir un poco las manos y el pelo en el vientre de mi familia para ver qué es verdad y qué mentira, cuáles son las herencias que dejaron y cuáles las cosas que han decidido callar o esconder”.
El ejercicio podría sonarnos a otros libros, de no ser porque la familia de Bonnefoy tiene una personalidad única. Antonio Borjas Romero fue un cardiólogo responsable de la aparición de la primera universidad de Maracaibo, además de diputado y una de las personalidades más destacadas del país. Por su parte, Ana María Rodríguez se convirtió en la primera mujer médica de su estado, además de en una destacada activista social de la ciudad venezolana. “Eran figuras públicas, así que no te imaginas la cantidad de documentos que tuve de la prensa venezolana de entonces: pude seguir casi durante medio siglo todo lo que hicieron día tras día”.
Ahora bien, una vez hecho este trabajo de “archivista” tuvo que pasar a la que define como “la parte más complicada”, más similar a la de los “equilibristas” cuya cuerda es “la frontera delicada entre la tentación de la ficción y la lealtad hacia la realidad”. La ficción debía ejercer de andamio para contar lo que había ocurrido realmente. Y es que, en el territorio de la novela, las reglas son distintas a las del mundo que todos conocemos: “La realidad puede permitirse el lujo de ser inverosímil y de no ser creíble. Paradójicamente, la ficción no se puede permitir ese tipo de libertades”.
Varias Venezuelas distintas
En El sueño del jaguar, la historia de Venezuela ocupa un papel central. Desde el propio origen del nombre del país (al que consideraban una venezziola o “pequeña Venecia”) a la influencia de un Simón Bolívar cuya estatua de bronce es situada en el puerto de Maracaibo un martes de noviembre. Se habla de los primeros yacimientos de petróleo que revolucionarían la economía del país, de los problemas que conllevó este hallazgo a la larga, de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez y, también, de la llegada del chavismo en 1999.
Con todo, esa Venezuela en la que nacen, crecen y se desenvuelven los personajes “no tiene nada que ver” con el país que vemos hoy, ni el que seguramente fue en un pasado. “Hasta yo diría que la Maracaibo de ayer tampoco es la Maracaibo del libro. Es una Maracaibo soñada, que yo he soñado, que a mí me hubiese gustado vivir, pero que no tiene nada que ver con lo que pasó realmente». La ficción se convierte en un filtro que evita caer, en cualquier caso, en opiniones sobre la situación actual o pretérita de un territorio que, en cierto modo, desconoce. Opiniones que “ensayistas, politólogos o economistas resolverían mejor”.
En cierto modo, para Bonnefoy lo fundamental es mostrar que en ese escenario, como en cualquier otro, existen camadas de gatos en las que “siempre puede haber un león, un tigre, un jaguar” capaces de superar las condiciones materiales y sociales en las que han nacido. “Mejorarte con tu fuerza, con la suerte, qué sé yo, con tantas cosas…”, suspira, sin negar que pese a que la novela viene a ser una reafirmación de la capacidad que tenemos para elegir nuestro destino, hay una gran parte de posibilidades determinadas por la familia y el lugar en el que naces.
La tradición ‘familiar’ de viajar a través del pasado
Más allá de los hechos o del lugar, novelas como Herencia o El sueño del jaguar son novelas esencialmente latinoamericanas, en tanto siguen la tradición de utilizar a las distintas generaciones de una familia para abordar la historia de un determinado lugar. Al ya citado Gabriel García Márquez de Cien años de soledad se le podrían sumar Isabel Allende y La casa de los espíritus, o Alejo Carpentier con su novela más conocida, El reino de este mundo.
“La literatura latinoamericana es una gran respuesta a un diálogo con la literatura europea”, reflexiona al respecto Bonnefoy. “No solo por la conquista, sino por compartir preguntas y respuestas, se produce una especie de mestizaje con puentes literarios que se han dado desde siglos”. De la “literatura gringa” que cuenta el asentamiento de judíos e italianos en Estados Unidos a otros ejemplos más ‘exóticos’, como Un puente sobre la Drina, un libro escrito por el Premio Nobel de Literatura Ivo Andrić que recorre cuatro siglos de historia».
“Lo pienso como un legado al que, de repente, América Latina le supo dar una nueva forma”, continúa. “Después vinieron las dictaduras, que hicieron que muchos intelectuales vinieran a España o a Francia y se creara el famoso boom, que es una invención europea y no tiene nada que ver con América Latina”. Con esta idea, hace referencia a la conveniencia comercial de coger a unos cuantos escritores con estilos distintos y agruparlos como una generación que, en realidad, no tenía nada de generación. Con todo, en ellos se concentraba “una larga y lenta maduración” de literaturas de todo el mundo, manifestada a través de este nuevo tipo de ficción histórica latinoamericana. “Toda literatura nace sobre otra literatura”, sentencia Bonnefoy. “Nadie ha inventado nada”.
Finalmente, subraya que todo acaba reduciéndose a lo que Marcel Proust definía como la sagesse du livre (la sabiduría del libro): ese momento en el que, si a través de todos sus elementos, la historia funciona, “el libro va mucho más allá del escritor”. “En el fondo, a nadie le interesa mi historia familiar”, considera, y concluye: “Lo que le importa es tratar de darle un relieve universal, que veas en todos esos personajes lo que tú puedes tener cerca de ti. Es ahí donde está la fuerza de la literatura”.