Déjenme explicarles. No es un ataque de misticismo, aunque, claro, depende de cómo lo vean. El punto es que el músico Milton Nascimento, el más minero de los cariocas, o viceversa, 82 años, está internado y el Parkinson que venía sufriendo desde hace un par de años derivó en un tipo de demencia que no solo prácticamente le impide expresarse (y mucho menos, cantar) sino que tiene síntomas similares al Alzheimer, con lo cual su pérdida de memoria es cada vez más frecuente. Su hijo Augusto dio la noticia en una revista de Brasil y posteó en Instagram un resumen de esta historia con imágenes del artista internado. Tomados de la mano, en un gesto que no necesita más explicación.
Hace tiempo que sabía que esto pasaría en algún momento. La primera señal de alarma me llegó el domingo de primavera. Ese día, emblemas de la música popular brasileña como Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil y Djavan (todos rondando los 80) participaron de un acto multitudinario en la playa de Copacabana contra la llamada “ley de blindaje”, que busca proteger a diputados y senadores que sean acusados de corrupción. Hubo discursos y mucha música. Pero no estuvo Milton.
“Bituca” (así lo llaman) concluyó su última gira en 2022 con un título premonitorio: “A Última Sessão da Música”, nombre de una canción del álbum Milagre dos Peixes (1973). La gira recorrió 26 ciudades, varias en Brasil, Barcelona, Lisboa, Londres y Nueva York. Para el final eligió volver a su infancia: el último concierto fue en el estadio Mineirão, de Belo Horizonte, capital del estado de Minas. En febrero de este año desfiló con la escola Portela en el carnaval de Río de Janeiro, donde nació.
Era alumno del Conservatorio Nacional de Música cuando lo escuché por primera vez. En el “templo” de Obras Sanitarias asistimos con algunos colegas al espectáculo “María, María” (tal vez su canción más emblemática y versionada), con el ballet contemporáneo de Oscar Araiz. Pero la pasión tardó un poco más en llegar. Un amigo me prestó varios vinilos que había traído de sus viajes a Brasil (recuerden, “plata dulce” a fines de los 70) y entendí a qué se refería la enorme Elis Regina cuando recomendó a su amigo del alma para un festival. “Si Dios cantara, tendría la voz de Milton Nascimento”, dijo, palabras más o menos, la cantante, que le había grabado la “Cançao do sal” y lo proyectó a otro nivel. El agradecimiento de Bituca fue eterno: “Esta fue la primera música que hice para la persona por la que hice todas mis canciones y las sigo haciendo”, dijo al presentarla en un concierto en San Pablo en 1991 (Elis había muerto en el 82).
La voz de Milton tiene un registro amplísimo, que le permite ser cálido y potente en los bajos y llegar a agudos increíbles con el falsete más limpio que haya escuchado en un cantante popular. El disco Sentinela (1980) es una muestra cabal. Y, les puedo asegurar, no son trucos de grabación. Otra vez en Obras, lo escuché cantar “Cantiga” y se estremeció el estadio.
Pero no me crean, háganlo por su cuenta. Tomen la enorme lista de su discografía y elijan. En estudio o en vivo, con sus músicos o en colaboración con estrellas de la talla de Wayne Shorter, Herbie Hancock, Mercedes Sosa, James Taylor, Paul Simon, Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil y muchos más.
Les dejo algunas perlas: “Clube da Esquina N° 2″, “Sentinela”, “Cançao da América”, “Encontros e despedidas”, “Quem perguntou por mim”, “A barca dos amantes”, “River Phoenix”, “Ponta de areia” o “Travessia”. La lista, queridos amigos, es interminable. Hay melodías imposibles o pegadizas, tempos quebrados o ritmos potentes. Y siempre el canto de un hombre que puede ser tribal, emular a los pájaros o expresar el amor. Coincidirán conmigo, entonces: “la voz de Dios” nunca se apaga.