Cae la tarde y el aire se llena de murmullos y abrazos. En el Parque Centenario, ubicado en el barrio porteño de Caballito, familiares, amigos y miembros de la comunidad judía se reúnen para recordar a las víctimas del ataque de Hamás y exigir la liberación de los rehenes que continúan secuestrados en Gaza. La convocatoria, bajo el lema “¡Que vuelvan todos los secuestrados ya!”, marca los dos años del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023.
No hay pancartas partidarias ni consignas políticas. Lo que domina la escena es el silencio compartido y los gestos de empatía. Algunos sostienen lazos amarillos, símbolo de esperanza y unidad, otros cargan fotos o carteles con los nombres de quienes todavía no pudieron volver. Entre los asistentes hay familias enteras, jóvenes, adultos mayores y vecinos que se acercan simplemente para acompañar.
Los oradores principales del evento son Mirta Tinaro, Micaela Rudaeff y Sandra Miasnik, tres de las voces más firmes en el reclamo por el regreso de los argentinos secuestrados: Eitan Horn, Ariel Cuño, David Cuño y Lior Rudaeff. Las tres vienen sosteniendo, desde hace dos años, una tarea incansable de visibilización en medios, actos públicos y espacios internacionales.
La jornada combina memoria, reclamo y contención. Para muchos, no se trata solo de recordar lo ocurrido, sino de sostener una presencia colectiva que mantenga viva la exigencia de justicia. En los últimos meses, mediadores internacionales —entre ellos Qatar, Egipto y Estados Unidos— impulsaron un borrador de acuerdo que contempla un alto el fuego temporal, la liberación de los rehenes con vida y la devolución de los cuerpos de las víctimas a cambio de prisioneros palestinos y garantías humanitarias en Gaza. Aunque el diálogo volvió a abrirse, la cautela domina entre los presentes: nadie quiere ilusionarse antes de tiempo.
“Vengo porque no puedo aceptar que esto se haya vuelto parte del paisaje noticioso”, dice Daniel Waisberg, ingeniero de 52 años, mientras ajusta un pequeño lazo amarillo en su campera. “Cada nombre que se pronuncia hoy representa una vida detenida, una familia sin respuestas. No se trata de política, se trata de humanidad”.
Junto a él, Florencia Sznajder, médica residente de 29 años, sostiene un cartel con la frase “El alma sigue secuestrada en Gaza”.
“Cuando me enteré de lo que pasó con los argentinos en el festival Nova, sentí que algo se rompía. Dos años después, me duele ver que todavía no hay justicia ni regreso posible. Este encuentro es una manera de decir que seguimos mirando”.
El ataque más sangriento
El ataque del 7 de octubre de 2023 fue el más sangriento en la historia reciente de Israel: más de 1200 civiles fueron asesinados y 252 personas secuestradas, entre ellas los cuatro argentinos cuyos nombres se repiten una y otra vez esta tarde.
Los familiares insisten en que el paso del tiempo no disminuye la urgencia. “No podemos permitir que el cansancio se convierta en olvido”, dice Paula Chab, psicóloga de 35 años. “Cada acto como este es un recordatorio de que todavía hay personas vivas allá, esperando. La empatía también es una forma de acción”.
Durante el acto, se encenderieron velas en honor a quienes fueron asesinados en el ataque y a quienes aún permanecen secuestrados. Un momento de silencio y memoria, en el que se mencionaron los nombres de Abi Korin, José Luis y Marguit Silberman, Shiri, Ariel y Kfir Bibas, Lior Rudaeff, Matías Burstein, Rody Skariszewski, Jazmín, Oron, Tahel y Tahir Bira, Silvia Mirensky, Ron Sherman, Haim Livne, Ronit Rudman y de los más de 1200 asesinados el 7 de octubre.
Las luces encendidas se convirtieron en un símbolo de unidad y de resistencia frente al olvido. Cada llama representa a un ausente, pero también la persistencia de una comunidad que se niega a olvidar.
“Yo no tengo familia allá, pero me siento parte de este dolor”, dice Sofía Levinson, de 36 años, que vino acompañada por su hijo. “Le expliqué que vinimos a recordar a personas que no conocemos, porque eso también es cuidar la memoria. Si nos olvidamos de ellos, perdemos algo de lo que nos hace humanos”.
El lazo amarillo, presente en muñecas, solapas y mochilas, se convirtió en un emblema de unidad. “Cada cinta representa a alguien que no se rinde”, comenta Hernán Groisman, de 40 años. “La gente cree que esto es un tema lejano, pero hay argentinos que siguen secuestrados. No podemos naturalizarlo. Estar acá es decirles que no los olvidamos”.
A su alrededor, los asistentes se saludan, se reconocen. Entre los presentes también está Gabriel Rubinstein, contador de 55 años. “Cada uno de nosotros tiene un límite de dolor, pero cuando la sociedad calla, los que venimos acá tratamos de poner el cuerpo por todos. Estos dos años no pueden volverse costumbre. No hay lugar para la indiferencia.”
El lema “¡Que vuelvan todos los secuestrados ya!” resuena una y otra vez en las conversaciones, en los carteles y en las voces que se entrelazan. Nadie sabe si el acuerdo internacional llegará, ni cuándo. Pero todos coinciden en algo: seguir presentes, seguir recordando y seguir exigiendo que los secuestrados regresen a casa.