Kathryn Bigelow, la reina del cine de acción, regresa con un thriller político: “Es aterrador el poco tiempo que transcurre entre el lanzamiento de un misil y su impacto”

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La inminencia de una catástrofe nuclear, y la angustia de decidir el destino de millones de personas en apenas minutos, constituyen el eje central de Una casa llena de dinamita, la nueva película de Kathryn Bigelow que llegará a los cines el 10 de octubre y estará disponible en Netflix a partir del 24.

La directora estadounidense, reconocida por su capacidad para plasmar la tensión política y social en la gran pantalla, vuelve tras ocho años de ausencia con un thriller que explora los mecanismos de poder y la fragilidad de la seguridad global ante la amenaza atómica.

En esta ocasión, Bigelow sitúa la acción en los centros neurálgicos de Washington, donde un misil se dirige hacia Estados Unidos con la ciudad de Chicago como objetivo. El sistema de defensa no logra interceptar el proyectil, que amenaza con destruir la urbe y sus alrededores en apenas 18 minutos, poniendo en riesgo la vida de al menos 20 millones de personas.

¿Quién es el enemigo?

La incertidumbre sobre el origen del ataque (con Rusia, China, Corea del Norte, Irán y Pakistán como posibles responsables) sume a los altos mandos en un estado de confusión y parálisis.

La directora repasa ese breve lapso de tiempo desde tres perspectivas: la de los expertos de la Casa Blanca, el alto mando del Pentágono y el propio presidente, quien debe tomar una decisión trascendental en cuestión de minutos.

“Resulta aterrador el poco tiempo que transcurre entre el lanzamiento de un misil y su impacto”, advirtió Bigelow en la rueda de prensa del Festival de Venecia, donde se presentó la película.

La cineasta subrayó que la jerarquía en la toma de decisiones deja al presidente con apenas dos o tres minutos para determinar el destino de la población y del mundo.

Kathryn Bigelow presentando 'Una casa llena de dinamita' en el Festival de Venecia REUTERS/Remo Casilli

Esta premisa, que vertebra la narrativa del filme, se apoya en una investigación exhaustiva: Bigelow pasó meses entrevistando a funcionarios estadounidenses para reconstruir con precisión los procedimientos y la atmósfera que imperarían en una situación semejante. “Trazamos una panorámica muy precisa no solo de los procedimientos de actuación previstos, sino también de la atmósfera que se respiraría y de las conversaciones que tendrían lugar en esas habitaciones”.

Una ficción especulativa que se siente muy real

La película, escrita junto a Noah Oppenheim, se presenta como una ficción especulativa que, según Bigelow, aspira a evitar que un escenario así se materialice en la realidad.

“La película podría describirse como una ficción especulativa. Yo diría que el tema del que habla aún no ha ocurrido. Esa es también la esperanza de la propia película, que evitemos que algo así suceda en la realidad. Igual esta historia puede fomentar el diálogo, lo que evitaría una situación parecida, afirmó la directora.

La ambigüedad sobre la identidad del agresor, que nunca se revela en la trama, responde a la intención de no diluir la responsabilidad colectiva y de invitar al público a reflexionar sobre la proliferación de enemigos y la falta de diálogo internacional. “Señalar a un solo villano significaría diluir nuestra responsabilidad. Lo que hemos querido preguntar al público es si este es el mundo en el que queremos seguir viviendo”, sostuvo Bigelow.

Anthony Ramos en 'Una casa llena de dinamita'. Cr. Eros Hoagland/Netflix © 2025.

El filme se estructura en tres actos, cada uno desde un punto de vista distinto, lo que permite mostrar el caos, la impotencia y la confusión que dominan a quienes deben responder a la amenaza.

Bigelow y Oppenheim optaron por este enfoque tras constatar que el tiempo de reacción real ante un ataque nuclear es mucho menor que la duración de una película, lo que les llevó a desglosar la acción en diferentes estratos de decisión: el sistema de defensa antimisiles, la sala de guerra de la Casa Blanca y el servicio de telecomunicaciones. “Es gente muy competente, pero que no puede hacer nada, y ahí aparece el caos, la impotencia y la confusión, que es real”.

La cuestión de si es razonable que una sola persona (el presidente de Estados Unidos) tenga la autoridad exclusiva para ordenar un ataque nuclear es uno de los dilemas que plantea la película.

Bigelow lamenta que en su país el uso de misiles no requiera consenso alguno: “En Estados Unidos, por ejemplo, el uso de misiles no requiere ningún consenso; el presidente del país (y solo él) tiene la autoridad para tomar esa decisión. Y eso sin duda es alarmante”, declaró. La directora evita asociar la trama a un contexto político concreto, pero subraya que la situación es extrapolable a cualquier nación con capacidad nuclear.

La trayectoria de Bigelow ha estado marcada por la exploración de temas de actualidad y la combinación de entretenimiento con reflexión política.

Una directora aguerrida

Desde sus primeras películas de acción, como Le llaman Bodhi y Días extraños, hasta su giro hacia un cine más periodístico con K-19: The Widowmaker, la directora ha buscado inspirar conversaciones relevantes. “Comprendí que lo que más me interesa como narradora es usar inspirar conversaciones relevantes”, reconoció.

Su colaboración con el guionista Mark Boal en En tierra hostil y La noche más oscura aportó una mirada documental a sus relatos, mientras que en Detroit abordó la brutalidad policial y el racismo, anticipando debates nacionales en Estados Unidos.

La preocupación de Bigelow por la amenaza nuclear es personal y persistente. “Siempre he estado preocupada, pero creo que la preocupación es más aguda ahora. No veo diálogo sobre el uso de armas nucleares y sobre el hecho de que en unos instantes se podrían aniquilar civilizaciones enteras”, confesó.

Kathryn Bigelow en el photocall de su película

La directora recuerda su infancia marcada por simulacros ante posibles ataques atómicos y lamenta que la sociedad haya normalizado la existencia de estas armas. “Ese miedo no ha generado un diálogo, más bien ha normalizado que existan las armas, que cada uno tenga las suyas y que la amenaza persista. Por eso vivimos en una casa llena de dinamita. Mi pregunta es, ¿cómo sacamos la dinamita de las paredes?”, planteó.

El desenlace de Una casa llena de dinamita mantiene la ambigüedad, sin revelar si finalmente se pulsa el botón nuclear. Bigelow defiende esta elección como una invitación al público a sacar sus propias conclusiones: “Mantener la ambigüedad del final invita al público a sacar sus propias conclusiones. Esta es una historia para que la concluyas. Espero que todos podamos ofrecer un final en el que sobrevivamos”.

Con este filme, Bigelow reafirma su capacidad para generar una ansiedad asfixiante en el espectador mientras aborda cuestiones urgentes de la agenda global.

La directora aspira a que la película sirva como punto de partida para un diálogo internacional sobre la reducción del arsenal nuclear. “Espero que sirva de invitación a un diálogo entre potencias, uno que permita iniciar un proceso de reducción del arsenal nuclear. Si queremos sobrevivir, lo necesitamos”.

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