El último fin de semana, Luxemburgo vivió jornadas históricas: después de un cuarto de siglo como jefe de Estado, el Gran Duque Enrique firmó su abdicación en favor del príncipe heredero Guillermo, quien ascendió al trono junto a su mujer Stéphanie en el Congreso de los Diputados, para convertirse así en el Gran Duque Guillermo, décimo soberano en la historia del Gran Ducado (a partir de ese día su hijo mayor, Charles, de 5 años, pasó a ser el heredero más joven de Europa).
UNA NUEVA ERA
Aunque el servicio oficial de meteorología del país había anunciado lluvias para todo el viernes 3, las calles se llenaron de gente que, desde la mañana, esperó en los alrededores del Palacio Ducal, el Ayuntamiento y la Cámara de Diputados, los tres escenarios en los que tuvieron lugar las celebraciones que se prolongaron hasta el domingo 5. Y, según estaba programado, todo comenzó cerca de las diez de la mañana del viernes, cuando los Grandes Duques salientes, Enrique y María Teresa, abrieron las puertas del Palacio Ducal para recibir a sus invitados. Después, y ya en la Cámara de Diputados, tuvo lugar la breve y sencilla ceremonia de abdicación, en la que Enrique firmó su renuncia frente a su familia, a miembros del gobierno y a representantes de las Casas Reales de Países Bajos y Bélgica. El acto, que combinó discursos protocolarios con gestos afectuosos (no faltaron las sonrisas ni los abrazos), continuó con una bienvenida en el Ayuntamiento y un encuentro con los ciudadanos en la plaza Guillame II, donde los flamantes Grandes Duques pudieron saludar a sus conciudadanos y fotografiarse con ellos. Hasta que, cerca del mediodía, llegó el esperado saludo en el balcón del Palacio Ducal, ubicado en el casco histórico de la ciudad de Luxemburgo.
Pese a que los primeros en salir fueron Enrique y María Teresa, visiblemente emocionados (juntos desde 1980, dejaron la jefatura del Estado con la misma ilusión, pasar más tiempo con sus nietos), la aparición de los flamantes Grandes Duques Guillermo y Stéphanie junto a sus hijos, Charles y Francois (primero y segundo en la línea de sucesión, respectivamente), provocó el aplauso unánime de las personas que se habían congregado para ser testigos de la historia, y ofreció la primera imagen de la nueva familia soberana.
Pendientes uno del otro en cada minuto del inolvidable fin de semana, Guillermo y Stéphanie compartieron su felicidad con la familia ducal en pleno: estuvieron presentes los cuatro hermanos del Gran Duque Enrique, María Astrid, Juan, Margarita y Guillermo de Luxemburgo, así como todos los hijos de Enrique y María Teresa, el príncipe Felix con su mujer Claire, los príncipes Louis –divorciado– y Sebastian –soltero–, y la princesa Alejandra, embarazada de su segundo hijo, junto a su marido, Nicolas Bagory. Por la tarde, el gobierno de Luxemburgo ofreció una recepción en el Cercle Cité.
DOS MUJERES DISTINTAS
La nueva Gran Duquesa es la única consorte europea con título nobiliario de nacimiento. Nacida en Flandes (su apellido es Lannoy) y perteneciente a una de las familias aristocráticas más antiguas de Bélgica –con múltiples conexiones o parentescos lejanos con la familia ducal, así como con otras familias reales europeas–, Stéphanie de Luxemburgo era condesa antes de ser princesa heredera. Esa es una de las grandes diferencias con su suegra, la saliente Gran Duquesa María Teresa (su apellido es Mestre), que nació en La Habana, Cuba, y cuya adinerada familia vivió en Estados Unidos, España y luego Suiza, donde ella conoció a Enrique de Luxemburgo mientras estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad de Ginebra. Su rápido compromiso generó mucha resistencia en la Gran Duquesa de entonces, Josefina Carlota, que rechazaba que el heredero se casara con una plebeya. Además, María Teresa siempre fue cálida y cercana, algo que al principio generó sorpresa y después conquistó el corazón de los luxemburgueses, mientras que, por ahora, la Gran Duquesa Stéphanie se muestra distante y contenida.
REYES Y PRINCESAS COMO TESTIGOS
La histórica unión entre Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, conocida como Benelux, relució durante la solemne ceremonia de abdicación: los reyes de los belgas, Felipe y Matilde, junto a la princesa heredera Elisabeth, y los reyes de Países Bajos, Guillermo y Máxima, con la princesa heredera Amalia, fueron los únicos invitados de la realeza europea. Tan importante es este vínculo que los recién estrenados soberanos les otorgaron un gran protagonismo a sus vecinos y aliados, hasta el punto que firmaron como testigos de la ascensión y salieron con los Grandes Duques al balcón del Palacio Ducal. Por otro lado, los reyes Harald de Noruega, Carlos Gustavo de Suecia y Federico de Dinamarca hicieron llegar sus felicitaciones a los nuevos Grandes Duques, y el papa León XIV envió un telegrama a la pareja ducal. “… Que su Alteza Real pueda promover una vida fundada sobre el respeto de los valores cristianos que han forjado la identidad de Luxemburgo y favorecer así la incansable búsqueda del bien común…”, expresó.
Párrafo aparte para Amalia de Países Bajos y Elisabeth de Bélgica, estrellas absolutas de la jornada del viernes, cuya presencia había generado una gran expectativa. Con edades similares, sus agendas como herederas son cada vez más relevantes: ambas firmaron los libros en el Palacio y el Ayuntamiento (momento en el que se advirtió que Amalia es zurda), eligieron estilismos muy festejados (al llegar al Palacio Ducal para la cena de gala recibieron una ovación), y participaron, en primera fila, de todos los actos de entronización.
PALABRA DE GRAN DUQUE
Los fastos por la ascensión al trono del Gran Duque Guillermo tuvieron su punto culminante en el banquete de gala ofrecido en el Palacio Ducal, con los reyes belgas y holandeses, el presidente francés Emmanuel Macron y su mujer Brigitte, y el presidente de Alemania Frank-Walter Steinmeier y su mujer, Elke Büdenbender, como invitados (todos llegaron caminando por una alfombra roja desplegada a las puertas de palacio). Además del majestuoso desfile de tiaras, joyas, vestidos y condecoraciones, la comida fue el momento elegido por el soberano para dar pistas sobre los ejes que guiarán su reinado. “Hoy, los compromisos que mi mujer y yo asumimos en favor de una sociedad cohesionada, inclusiva y solidaria no son sólo referencias que orientan nuestra acción al servicio del país, también encarnan el alma del Gran Ducado moderno y han contribuido ampliamente a su proyección y prosperidad”, dijo el Gran Duque Guillermo ante la atenta y orgullosa mirada de sus padres, Enrique y María Teresa. Otro dato para destacar es el menú elegido para la gran noche, una creación de los chefs reales Franck Panier, Pierre-Antoine Langhendries y Lindsay Delorne que, por pedido de Guillermo y Stéphanie, tuvo marcados guiños a su boda, celebrada en 2012: volvieron a apostar por el tartar de lubina y langostinos con foie gras, mouse de palta y crema de lima como entrada; hubo turnedó de ternera acompañado de verduras tiernas y jugo de trufa, tartaleta de verduras y tempura de inspiración japonesa, como principal, y, de postre, bavaroise de mango y maracuyá con cobertura de chocolate, decorado con oro comestible.
CIERRE EN LA CATEDRAL
El sábado 4, los Grandes Duques Guillermo y Stéphanie tuvieron su primera jornada como soberanos tras los actos de su ascenso al trono: rodeados de chicos y desafiando el mal tiempo, se trasladaron al cantón de Grevenmacher para participar de varios eventos que ponían el énfasis en los valores del deporte y el voluntariado (pese a que el viento y la lluvia obligaron a cancelar algunas de las celebraciones previstas, pudieron saludar a la gente y participar de actividades organizadas en su honor). Y, el domingo 6, les pusieron punto final a tres días de festejos con una misa Te Deum celebrada por el cardenal Jean-Claude Hollerich en la catedral de Notre-Dame de la capital, a la que asistieron acompañados por toda la familia gran ducal.