¿Recuerdas la última vez que cantaste en un concierto, gritaste un gol en el estadio o te emocionaste en una obra de teatro? Esa energía compartida que eriza la piel no es solo entretenimiento, también es bienestar. En el Día Mundial de la Salud Mental, resulta clave entender que estos espacios no son un lujo, sino una necesidad.
Durante la pandemia lo aprendimos con dureza. Cuando se apagaron los escenarios y se cerraron los estadios, lo que creció fue la angustia, la tristeza y la sensación de soledad. No fue solo una percepción: la Organización Mundial de la Salud (OMS) reportó que, en el primer año del confinamiento, los casos de ansiedad y depresión aumentaron en un 25% a nivel mundial.
La evidencia científica ayuda a entender porque esos espacios compartidos marcan la diferencia. Un estudio publicado en Public Health en 2016 demostró que asistir a un concierto en vivo reduce de manera significativa los niveles de cortisol y otras hormonas relacionadas con el estrés, generando un estado de calma y bienestar medible en el organismo. No se trata solo de recuerdos: la experiencia musical en vivo tiene un impacto fisiológico real.
El deporte, por su parte, también cumple este rol. En Inglaterra, una investigación analizó a más de siete mil adultos y encontró que asistir a eventos deportivos en vivo se asocia con una mayor satisfacción con la vida y con menores niveles de soledad. Vivir el espectáculo en comunidad es un antídoto contra el aislamiento.
Las cifras en Perú confirman la urgencia. El año pasado, el Ministerio de Salud reportó más de 1.3 millones de consultas por trastornos de salud mental y problemas psicosociales, principalmente ansiedad y depresión. La magnitud del desafío es innegable y exige considerar soluciones integrales que también involucren el arte, el entretenimiento y el deporte como aliados de la salud pública.
En este contexto, los espacios culturales y deportivos son más que un escape: son parte de la solución. En un concierto, cuando baja la luz y arranca la primera canción, ocurre algo que no se transmite por una pantalla. Esa experiencia compartida libera tensiones y genera conexión humana.
La música conecta con la gente, inspira y ayuda. El artista transmite y el fan lo traduce según como lo necesita. Esa conexión puede levantar a alguien de una depresión, darle fuerzas para seguir o simplemente hacerlo feliz por un instante. Ese es el poder del entretenimiento: convertirse en vehículo de emociones que transforman. Una canción puede ayudarnos a llorar lo que guardábamos, un gol puede recordarnos que no estamos solos, un baile puede devolvernos energía. Y todo eso, junto, contribuye a nuestra salud mental.
Por supuesto, no se trata de reemplazar la atención profesional. La salud mental requiere especialistas, servicios accesibles y políticas públicas sólidas, pero también necesita de comunidad y espacios donde podamos expresarnos, compartir y sentirnos parte de algo más grande.
Hoy se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental y resulta más que necesario empezar a hablar de este tema con naturalidad, sacarlo de la zona tabú para incorporarlo a nuestras conversaciones del día a día en casa, trabajo o cualquier otro espacio de interacción. Para ello, resulta fundamental la comunicación y concientización de la relevancia de este tema a todo nivel y edad. Normalicemos el hablar de salud mental en todos nuestros entornos y construyamos juntos un país más sano, humano y resiliente.