Leer a Krasznahorkai no es sencillo y sé que esto suena a pedantería, pero quisiera explicarlo. Decía más temprano en la red social X que a Lazlo hay que entrarle con cuchillo y tenedor, y es una metáfora que explica un poco mejor la idea de “difícil”. Podría haber dicho que hay que entrarle con una desmalezadora o una guadaña, pero eso indicaría que hay que limpiar el terreno de su escritura. Y no es eso.
Se entra con cuchillo y tenedor para que la digestión de su escritura sea más amable, para evitar el atracón que produce su estilo. Es incómodo, se mueve como una anguila y cuando pensás que lo tenés se te escapa de las manos. Es eso, como una anguila: sinuoso, ancestral, ominoso y atractivo de leer. Te desorienta desde puntos y comas que aparecen donde no deberían estar hasta digresiones que se convierten en sí mismas en argumentos. Nos vemos arrastrados por esa anguila al barro oscuro de la condición humana. Cuando su escritura se acerca a las orillas podemos apreciar el humor que aparece para recordarnos que, después de todo, siempre podemos tener un poco de fe.
Krasznahorkai es un escritor kafkiano (se define ante todo como lector de Kafka) y toma de él temas como la memoria, la catástrofe, el colapso. Son temas casi metafísicos en la escritura del Nobel 2025. Podríamos decir que sus personajes se confiesan pero con miedo, entonces la prosa es medida, resiste cualquier tipo de banalidad u ornamento porque busca la verdad.
Todo es fragilidad en este autor: los cuerpos, las instituciones, la memoria. Todo se degrada y se vuelve fluido, inasible, excepto por el lenguaje que es capaz de rescatar mediante la narrativa, las historias que vale la pena contar.
Para entender el estilo denso y colapsado de su escritura vale la pena pensar en su primera novela Tango satánico (1985). Un pueblo moribundo, sus aldeanos y las expectativas imposibles, la traición y el engaño. La novela es un retrato de una comunidad que se pudre por dentro, alejada de las promesas de la ideología, sostenida únicamente por los rumores de prosperidad. Aparece un salvador, Irimiás, que en su papel de profeta se dirige a los aldeanos con promesas de renovación y cambio cuando en realidad viene solo a perpetuar el sistema para el que trabaja. El bucle existencial en el que se encuentran los aldeanos es desolador, creen que avanzan y vuelven al punto cero cada vez.
Hay en esta novela personajes que registran todo como si documentar los hechos pudiera salvar algo. Y el diablo camina por las calles pero no es sobrenatural, está en el aire, en las relaciones, en las traiciones, en el sálvese quien pueda. Y dios no existe, tal como lo explica el profeta Irimiás: “Dios no se manifiesta en el lenguaje, tonto. No se manifiesta en nada. No existe… Dios fue un error”.
Para entender la complejidad de la trama, la densidad del tiempo, la escritura y la polifonía de voces en Tango satánico podemos poner como ejemplo el hecho de que el director de cine Béla Tarr tradujo esta novela en un largometraje de siete horas. Representar en cine la desesperanza, la espera inútil y la desesperación tal como están planteadas en la novela, de forma enroscada, densa e insoportable requería de ese tiempo también denso, insoportable. Tanto la novela como su adaptación cinematográfica exigen paciencia, pero sobre todo rendición: la literatura -el arte- puede aún ser un báculo cuando todo lo demás falla.
Todo premio es político y creo que la elección de Krasznahorkai, en estos tiempos convulsionados de inestabilidad, crisis climática y decadencia política, viene a recordarnos que la palabra es importante; que nada se resuelve en un reel o en 240 caracteres de un posteo en X. El Nobel 2025 viene a decirnos que prestemos atención, que estamos hechos de palabras y que hilvanadas, cuentan nuestra historia. Y el tejido de la realidad hoy es complejo; entonces debe ser complejo cómo lo relatamos.