Chang Sung Kim: su llegada a la Argentina, el primer personaje en TV y el éxito del presente con División Palermo

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Es el actor coreano que más trabajó en ficciones. Muchos lo recuerdan por sus papeles en Los simuladores, Los Roldán y Graduados. Siempre hizo “de chino” y, por primera vez, este año interpretó a un sicario coreano que mataba a quienes confundían su nacionalidad en División Palermo, de Netflix.

En diálogo con LA NACION, Chang Sung Kim recorrió su historia, desde que llegó a Buenos Aires directamente desde Corea del Sur, a los siete años, hasta el momento en que decidió hacer un cambio rotundo de vida y empezó a estudiar actuación, a los 35, y dejó de confeccionar y vender ropa, su sostén durante décadas.

-Muchas personas orientales se cambian el nombre, ¿vos nunca lo hiciste?

-Lo intenté, pero no funcionó, aunque insistí mucho porque es la forma de integrarte más rápido. Quise llamarme Eduardo, pero me decían Edu y no me gustaba; no me terminaba de convencer. Y entonces volví al Chang. Mi nombre completo es Chang Sung y me decían de todo: lechón, chinchón, chinchulín. Ahora me río, pero cuando sos chico, eso te duele. Con Chang me cargaron un poco al principio, me decían que era como el final del tango: ‘chan’. Pero quedó para siempre… Hasta mi mamá me decía Chang en casa.

-¿Y tenés ciudadanía argentina?

-No. También intenté sacarla en un momento, pero me daban tantas vueltas, que desistí. Me pedían hasta el día y el horario de la llegada del barco en el que vine y todavía no estaba digitalizado todo eso. Un día, casi me peleo con un empleado que me maltrató. Hasta que pregunté qué diferencia hay en tener la residencia, como tengo actualmente, y la ciudadanía. Me dijeron que lo único que no podía hacer era asumir cargos públicos. Y, sinceramente, eso no me interesa. Pero voy a hacerla de todos modos ahora que es más fácil, porque me siento argentino.

Trabajó en Los simuladores, Los Roldán y Graduados, antes de convertirse en un mafioso de División Palermo

-Hiciste muchísimas ficciones en los últimos 25 años, ¿tenés proyectos?

-Ahora casi no hay ficciones… Son épocas difíciles para la cultura; se dejó de hacer ficción en televisión, y con las novelas tenías trabajo todo el año. En cambio, si hacés una serie para plataformas, apenas son seis capítulos de media hora. Estoy haciendo una gira teatral con la obra Menos diez, junto con Daniel Valenzuela. En todas las localidades de la provincia de Buenos Aires hay un teatro y no necesitás un gran presupuesto. Estamos constantemente girando con esta comedia que cuenta el vínculo de un exjugador de fútbol y su representante. Habla sobre la fama y la caída. Es una obra que adaptamos, porque soy coreano y tengo esta cara.

Incomodidad

-Tuviste muchos momentos de fama, ¿te costaron las caídas?

-No, porque además a mí la fama no me gustó nunca. Te llega como una consecuencia del trabajo, pero no es algo que haya buscado, sinceramente. Porque es bastante incómoda a veces. Nunca pensé, ni siquiera, que iba a ser actor.

-¿Y por qué estudiaste teatro?

-Porque era divertido. Y en un momento tuve tanto trabajo que dejé lo que estaba haciendo para dedicarme a la actuación.

A los 35 empezó a actuar y a los 40 dejó su tarea anterior, en el rubro textil, para dedicarse de lleno

-Uno podría pensar que los personajes para vos pueden ser limitados…

-No hay muchos actores orientales y llegó un momento en que en los castings éramos tres; siempre los mismos. Tuve tanto trabajo, que a los 40 años largué todo para dedicarme de lleno a esto.

-¿Cómo te ganabas la vida hasta ese momento?

-En la industria textil. Mi familia siempre fabricaba. Al principio, cuando era chico, fabricaban zapatos. Y después, ropa. Yo vendía, aunque viví durante tres años en Brasil y ahí fabriqué ropa. Pero no soy un diseñador. Era más un comerciante.

-Y te cansaste…

-Quería hacer algo divertido y algunos de mis amigos habían empezado a hacer teatro y la pasaban muy bien. Los acompañaba a los ensayos, veía todo el proceso, después iban a comer una pizza y a tomar una cerveza. ¡Todo era una celebración! Y un ciudadano común que tiene su negocio no hace celebraciones todas las semanas. También vi la emoción del estreno, la gente llorando. Me encantó. Siempre digo que el oficio del actor es el más divertido del mundo. Si te da de comer o no, ese es otro tema.

-¿Cuándo pensaste que podías ganarte la vida divirtiéndote en un escenario?

-No fue una decisión. Simplemente empezó a salir una novela tras otra. Llegué a estar en cinco ficciones al mismo tiempo. Por ser coreano, no me llamaban para hacer un protagónico, pero sí personajes que eran parte de la historia. Yo hice ‘de chino’ siempre, hasta este último trabajo en División Palermo. Es la primera vez que me llaman para que haga de coreano (risas)… Cuando terminé de estudiar actuación, junto con algunos amigos abrimos una sala de teatro: El galpón del Abasto. Fue uno de los primeros teatros que hubo en ese barrio. Queríamos vivir de lo que nos gustaba. Como no me atraía dar clases de teatro, empecé a hacer publicidades y en ese momento se pagaban muy bien. Cuando necesitaban orientales, éramos tres: un señor mayor japonés, Jorge Takashima, el japonés que estaba con Antonio Gasalla, y yo.

¿Cuál fue tu primer trabajo en televisión?

-Fue en Gerente de familia, con Arnaldo André y Andrea Bonelli, donde era el dueño de un supermercado chino (risas). Un día un amigo que trabajaba en producción en Canal 13, me dijo que estaban buscando a un oriental. Y él sabía que yo estudiaba con Raúl Serrano. Entré sin casting, porque necesitaban ese personaje con urgencia. Y encima me pidieron que buscara gente para que fuera mi familia; tuve que llevar a mi hermana, a mi primito para darme una familia en la ficción. Mi hermana hizo un montón de cosas conmigo, porque no encontraban otras orientales. Y mi sobrina también… Hasta mi hija hizo algunas cosas. Les parecía divertido. Tenía todas las escenas con Arnaldo, y el chiste era que él iba al supermercado chino y nunca se entendían, porque nos confundíamos con el idioma. Y desde ese momento no paré de trabajar. Porque otro tema es que hay muchos orientales que no saben hablar castellano; yo sí, porque hace casi 60 años que vivo acá. O no saben actuar y se quedan muy tiesos. Entonces, no protagonicé, pero trabajo un montón. El colmo fue que en Los Roldán hice un personaje en la primera temporada y otro distinto en la segunda (risas).

El afecto de la calle

-¿Te frustró no ser protagonista?

-No, para nada. Lo que busca el actor es contar una historia, y yo soy parte de esa historia. Soy un privilegiado porque nunca me faltó trabajo, y con esta cara… (risas). El público argentino es muy afectuoso y siempre me reconocen, me piden fotos. Ese es el éxito para mí.

-¿Qué decían en tu familia?

-No les gustó nada. Siempre fui el rebelde de la familia. En mi casa se enojaron mucho cuando dije que me iba a casar con una argentina y no con una coreana. Esa fue la gran pelea con mi padre. Me echaron de casa y estuvo muchos años sin hablarme; casi 20. Me casé con la mamá de mi hijo Martín, me separé y a los años me casé con otra argentina que es la madre de mis dos hijas, Ema y Maya.

-En segundas nupcias y con otra argentina…

-Hay que ponerse en el contexto también: yo soy el único hijo varón y tenía que continuar el apellido y la sangre que, si me mezclaba, se disolvía. La mamá de mis hijas, Clarisa Waldman, también es actriz. Nos conocimos en el teatro: estaba haciendo un clásico, fui a verla y a la salida fuimos todos a comer. Hace 30 años que estamos juntos.

-¿Y tus hijas siguen tu legado?

-No. Mi hija mayor estudia diseño de indumentaria; le encanta la moda, la estética. Y la más chica estudia en una escuela de música; toca el violín. Mi hijo mayor, que vive en Río de Janeiro, tiene un bar de comida coreana.

-¿Cómo fue que te reconciliaste con tu papá?

-Mi viejo siempre fue muy difícil, muy estructurado. Empezó a aflojar un poco con mi fama. Cuando hice Los simuladores fue un furor; todos querían saludarme y repetían los latiguillos de mi personaje: “Quiero ver al gerente”. Un año estábamos de vacaciones en familia, fuimos a comer a un restaurante y mi papá vio cómo la gente se acercaba y con qué alegría me saludaban. Eso le encantó. Mi viejo tuvo una relación complicada con la Argentina, porque nunca terminó de adaptarse ni aprendió el idioma.

-¿Vinieron escapando de la guerra?

-De una posible guerra. Mi papá estuvo en el frente de batalla, porque te metían en el ejército a la fuerza. Entonces, cuando hubo amenazas de guerra, se vinieron acá. El destino final era Paraguay, para ahí teníamos visa. Pero llegamos a Buenos Aires y nos quedamos. Esto era el Primer Mundo para nosotros, que veníamos de una zona rural humilde. Nos instalamos en el Bajo Flores y aprendí el idioma enseguida, mucho antes que mis hermanas, porque ellas se quedaban en casa y yo, varón, podía salir. Entonces era el traductor de todos. Laburando mucho los dos, mis padres se compraron una casa que pagaron mitad al contado y mitad financiada con un interés del 2% anual.

-¿Alguna vez volviste a Corea?

-Volví en 2015, por los 50 años de la migración coreana. No tengo familia directa allá y perdí contacto con Corea hace mucho tiempo. Hago la conducción de muchos eventos de la comunidad coreana y ese año fuimos con un grupo e hicimos un documental. Necesitaba ir para sacarme algunas dudas. Y documentamos todo con un equipo y una directora amiga, Tamae Garateguy. El documental se llama 50 Chuseok, y la traducción es el día de la cosecha, que es el más importante del año.

-¿Qué sentiste al volver después de tanto tiempo?

-Fue emocionante y muy angustiante a la vez, porque no reconocí nada. Alguna vez me gustaría volver con mi familia.

-Algo que te ligó a tu tierra es el karate. Sos cinturón negro, ¿no?

-Sí. Hice karate y taekwondo. Alguna vez pensé que iba a ser artista marcial. Mi primer deseo fue ser futbolista, en realidad. Descubrí el fútbol cuando llegué a la Argentina y nunca dejé de jugar. Jugábamos en la calle y creí que era bueno hasta que un día nos llevaron a probar a Ferro, donde iban los cazatalentos. Ahí vi que había otros chicos que jugaban mucho mejor que yo. Entonces empecé artes marciales.

-¿Por qué no te dedicaste a las artes marciales, como pensabas?

-Cuando empecé a practicar no había cinturones ni exámenes. Simplemente ibas y practicabas. Cuando empezó a ser un negocio, no me gustó. Llegué a enseñar. Hice muchas cosas, y para mí la vida todavía no terminó… Tal vez, el día de mañana me dedique a otra cosa.

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