“Mi nombre es Yamauchi Hiroshi, en japonés el apellido va delante, aunque aquí me llaman Hiroshi Yamauchi”, se presenta el embajador del Japón en la Argentina. A los 60 años, Yamauchi cuenta que nació en una ciudad que está al lado de Kioto, pero que vivió la mayor parte de sus años en Hiroshima. “Por eso suelo decir que soy de Hiroshima, para hacer la vida más fácil”, explica en un castellano fluido. Café en mano en su residencia en Belgrano R, el embajador detalla: “Estudié Derecho, pero para ejercer como abogado hay que dar un paso más. Hasta el último minuto dudé sobre qué quería hacer, hasta que decidí ingresar al mundo diplomático, en el Ministerio de Relaciones Internacionales”.
– ¿Le interesaba viajar?
-Yo diría que mi elección estuvo relacionada con cómo fue mi vida. Cuando tenía unos diez años y estaba en la primaria, mis padres debieron viajar a los Estados Unidos. Mi padre trabajaba para Mazda, una empresa de coches, y mi madre, mi hermano menor y yo lo acompañamos. Allí vivimos, en Detroit, hasta que cumplí 15 años.
– ¿Qué recuerda de esos tiempos?
-No hablaba inglés. Solo sabía “apple” [manzana]. Aquel tipo de traslado no era normal en aquella época, por eso era un poco un bicho raro.
– ¿Sufrió bullying en el colegio?
-Como era casi el único japonés en el colegio, hubo cosas que, en esta época, podrían considerarse como bullying. Imagínese, por ejemplo, fechas como el 7 de diciembre, del ataque a Pearl Harbour, todo el mundo me decía “ustedes nos atacaron”. Luego, con 15 años, volví a Hiroshima, allí entré en la secundaria, pero seguía siendo distinto.
-Tampoco se sintió en casa… ¿un extranjero en su propia tierra?
-Sí, me volvió a pasar, porque ahí yo era el único que volvía del extranjero. Eso era muy raro, al menos en lugares como Hiroshima, quizá en Tokio fuera más frecuente. Esa fue la razón por la que decidí entrar en la carrera diplomática: quiero trabajar para estrechar los lazos entre Japón y el exterior. Deseo trabajar para que la gente de distintas culturas se entienda mejor.
-¿Qué lo trajo a Latinoamérica?
-En la diplomacia japonesa, uno entra en la carrera y luego le designan un idioma a estudiar, algo que marcará su recorrido profesional. Entre siete opciones, yo elegí el español, así que me enviaron a estudiar dos años a España, estuve en Salamanca y en Madrid. Hablar el idioma conduce a ciertos destinos: el mío fue la Argentina, por 1989, como tercer secretario.
– ¿Qué sabía de la Argentina?, ¿hubo choque cultural?
–Al principio Japón se sentía muy lejos, pero de a poco fui conociendo a este país. El haber estado primero en España aligeró un poco la sensación, ya que allí se saludan con beso y no con reverencia, por ejemplo. Yo trabajaba y, como tocaba el clarinete en la universidad y me gusta mucho la música, iba muy seguido al Teatro Colón. Me sentaba en el Paraíso, esos asientos arriba de todo, al menos para escuchar.
-Hoy, como embajador, es invitado especial al Teatro Colón…
-Se nota un poco la mejoría de ser embajador [sonríe]. También me gustaban los manga (caricaturas japonesas), así que en aquella época conocí a Mafalda, que me interesó mucho. Los mensajes que contienen sus dibujos son muy profundos y se pueden aplicar a muchos países. Incluso en esta segunda vuelta, me traje el ejemplar que compré tiempo atrás.
Un japonés suelto en Argentina
“Viví también en México, en Perú, luego tres años en Roma como vicejefe de misión, pero esta es mi primera embajada”, comenta Yamauchi. Discreto, poco se sabe del embajador más allá de sus funciones y apariciones en redes sociales, pero él se encarga de contarle a LA NACION: “Mi lazo con este país va más allá de lo profesional. Argentina fue la razón por la que me casé con mi esposa, por eso es tan especial para mí”.
-¿Cómo es esa historia?
-Al volver a Japón luego de aquella primera misión en la Argentina, una noche fuimos a tomar algo con un amigo, y la amiga de mi amigo. Resultó que ella, Mari, era economista y trabajaba con la Argentina en un banco de inversiones, ¡conocía de bonos argentinos de los años 90! De alguna manera, aquella noche empezamos a hablar de la reforma de Cavallo y de la convertibilidad. Era muy raro encontrar a una persona que pudiera hablar sobre ese tema, y ella sabía todo. Incluso también había viajado a la Argentina en algunas ocasiones, muy pocos japoneses habían venido a este país en esa época. Yo le debo a la Argentina mi matrimonio: nos casamos en 2001 y por eso le estoy eternamente agradecido a este país.
-¿Cómo lleva ahora su esposa su vida de diplomático?
-De vez en cuando hay diferencias, por supuesto. Pero los dos sabemos que le debemos nuestro matrimonio a este país, así que mi esposa también quería venir a la Argentina. Ella trabaja para una empresa privada en Japón, viaja cuando puede. Lo bueno es que se puede hacer trabajo por internet: estamos a 12 horas justas de diferencia horaria y entonces es posible coordinar un encuentro a las siete, ocho de la mañana. Con Europa ya es más complicado, las diferencias horarias son otras.
-El año que viene se cumplen 140 de inmigración japonesa en la Argentina, ¿cuánto han cambiado las relaciones entre nuestros países?
-En estos 140 años ha habido muy mucho recambio generacional. Los inmigrantes japoneses que están aquí están muy integrados en la sociedad y contribuyen en sus respectivos campos al bienestar común, y eso está muy bien. Queremos celebrar eso.
Un japonés en la Argentina
-Por redes sociales se puede seguir su gira por la Argentina…
-Visité unas 18 provincias ya. Tienen lugares únicos como el glaciar Perito Moreno. Entre los paisajes más impresionantes, me quedo con Catamarca, es una provincia que tiene casi todo, historia, vinos, termas. Hay lugares que son parecidos a los de los japoneses. También Santiago del Estero. La gente me va recomendando qué hacer o visitar y yo leo los mensajes, así fue como terminé con el sándwich de milanesa en Tucumán y con el dulce de cayote.
-¿Qué cosas de la Argentina son atractivas para un japonés?
-El que viene pregunta por la carne, por el tango, por La Boca y por el Teatro Colón. También por el fútbol y, aunque conseguir entradas es un poco difícil, me gusta la Selección.
-¿Qué hace cuando no está trabajando?
–Juego al tenis, leo libros, paseo por el barrio, por la avenida Melián, cercana a la residencia. Veo películas: me gusta el animé, que hoy se puede ver en cualquier parte. Soy muy de la vieja guardia, cuando yo comencé era todo Evangelion o Majingā Zetto (conocido acá como Mazinger Z); también Gundam, que es muy famoso.
-¿Qué rutinas japonesas mantiene en la residencia?
-En el primer piso, en los departamentos privados, nos descalzamos. Normalmente tengo preparadas pantuflas para darles a las visitas.
-Por las mañanas, ¿desayuna al estilo nipón, con pescado y arroz?
-Yo desayuno con frutas. A diferencia del Japón, donde son costosas, aquí las frutas son muy asequibles y se puede conseguir variedad en muchos lugares así que aprovecho. Y medialunas, claro.
-Fue furor en las redes, lo llamaron “el embajador fanático de las medialunas”, ¿cómo surgió eso?
-No sé si existe un “embajador de la medialuna”, pero si existiera, podría serlo. Ya el nombre, “medialuna”, es muy divertido, lindo. Incluso hice un taller el año pasado, en Atelier Fuerza, para aprender a hacerlas.
– ¿Las prefiere de grasa o de manteca?
-De grasa están bien, pero para saborearlas mejor, manteca, que siempre son más sabrosas.
– ¿Toma mate?
-Mate cocido, sí. Por las mañanas respeto la cultura argentina, de alguna manera. Luego, por la tarde y por la noche, intento comer japonés. Como tengo cocinero aquí, aprovecho.
– ¿Todos los embajadores viajan con su chef?
-Sí, porque es una manera de difundir la cultura japonesa. En la residencia normalmente procuramos tener un cocinero a cargo de la cocina. Arriba tengo otra, más pequeña.
– ¿Se cocina cuando está solo?
– Los días de descanso del cocinero, sí. Ramen… del instantáneo o cup ramen, ese que viene en copa. Porque si uno empieza de cero el ramen, solo para el caldo se necesitan como 12 horas.
-Y, ¿a dónde va a comer?
-A restaurantes tradicionales japoneses como Ichisou, Sashimiya o Bistro Tokyo aquí en Belgrano, clásicos. Luego, lo que están haciendo los cocineros con la asociación Club Gastro Japo al fomentar la gastronomía japonesa, está muy bien. Luego, voy mucho a argentinos, están surgiendo restaurantes que son bastante buenos. Hay uno muy bueno cerca de aquí, Anafe. De mis tiempos en Italia, me quedó el gusto por la pizza napolitana, así que me gusta la Sorrelina, pido y la voy a recoger. Luego, Ajo Negro tiene buen pescado fresco. Y hay varios lugares que quiero probar, como Ultramarinos, Yakinilo o la cantina Rondinela.
–Si tuviera que elegir, además de su matrimonio, ¿qué le dejó la Argentina?
-Yo diría que la Argentina es un país que, de alguna manera u otra, ha dejado mucho en mi manera de ser, de expresarme y de entender las cosas. Y le estoy muy agradecido por eso.