Los poemas de Piedras, de Laura Petrecca (Buenos Aires, 1985), están regulados por dos fuerzas: la narración y la incertidumbre.
La primera plantea escenas, paisajes, personajes y enigmas a lo largo de las partes del libro, que se pueden leer como capítulos o “capas geológicas” de una misma historia.
La segunda expresa posibilidades a través de premoniciones, hendiduras y búsquedas: “Si el silencio se tuviera que dar ahora / sería como entrar en un sueño”.
En el poemario, las piedras asumen el peso del destino y el de las palabras (“Ellos no saben el camino / o lo presumen aleatorio / esa piedra que sostienen en la mano / bien puede caerse y quebrarse pronto”), son a la vez imagen de lo que cae y lo que sostiene, el resto mineral y la ofrenda del ritual: “En el suelo, las piedras se disponen / sin ser alteradas por ningún movimiento / salvo el que ellas pueden, de pronto, hacer / hay algo primordial que está ahí”.
En las primeras partes del volumen, que son las más atractivas por el misterio que irradian, la voz poética oficia casi como el registro de una mirada anfibia sobre la naturaleza y el mundo: “Tengo la ilusión de que este lugar que veo / es el mismo que alguien podría haber visto / hace mucho tiempo / y el mismo que alguien verá / mucho tiempo después”. En las últimas, cuando la adultez hace su entrada con tono solemne y se insiste en los avatares de la maternidad o en las fragilidades del amor (“Flores que pierden partes / así somos”), la ambigüedad de Piedras decae.
Piedras
Por Laura Petrecca
Paripé Books
100 páginas
$ 18.000