Thomas Meyer: “La legitimidad del poder en la democracia es el debate y la discusión”

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Entre los muchos ensayos biográficos sobre quien fuera quizás la máxima teórica política y social respecto de los totalitarismos configurados en el siglo XX, Hannah Arendt. Una biografía intelectual (Anagrama), destaca por su aporte de datos inéditos y un enfoque distinto a los conocidos. Su autor, Thomas Meyer (1966, Bernkastel-Kues, Alemania), filósofo, investigador y profesor universitario en Múnich –reconocido estudioso del trabajo de Arendt y editor de gran parte de sus escritos póstumos–, recorre en esas páginas una vida y obra inseparables de su tiempo, pero a la vez de impresionante vigencia.

Con profusión de nombres, fechas, lugares y bibliografía, el trabajo de Meyer despliega especulaciones que exceden su objeto para abarcar una inmensidad: la política occidental (y el pensamiento subyacente) desde la década del 30 hasta fines del siglo pasado. “Dedico una atención especial a las décadas del 30 y el 40 porque ella no habló de sus experiencias, no permitió que se convirtieran en parte de su obra”, dice el autor, que presentó el volumen días atrás en Buenos Aires , en el marco de las Jornadas Hannah Arendt: Del exilio a la posverdad, organizadas por el Goethe-Institut.

La biografía de Meyer, celebrada por los medios más importantes en su país de origen, se remonta al primer Arendt del que se tiene información en Europa: Aron (bisabuelo de Hannah), un comerciante de provincias que emigró con su esposa a Königsberg (actual Kaliningrado, Rusia) y prosperó.

Hoy la verdadera política se diluye, se nos pierde en un flujo de información tal que resulta difícil distinguir qué es relevante y qué no lo es

En un contexto favorable de cultura y formación académica, aquel comerciante tendría un hijo empresario, un nieto ingeniero y una bisnieta intelectual, filósofa de formación, pensadora, escritora, activista.

Tanto el abuelo como el padre de Hannah fueron importantes para ella, y su pérdida simultánea en 1913, cuando tenía apenas ocho años, la impactó mucho. De allí en más, para ella los hombres –incluso Martin Heidegger, su profesor, pareja y antagonista– fueron un tema secundario en términos emocionales. Sí le interesó, en cambio, el amor, pero en cuanto a su forma y naturaleza, asunto en el que indagó especialmente desde su particular lectura de San Agustín, pero también en otros textos. El Padre de la Iglesia, según Meyer, se convertirá para ella en “un interlocutor en el estudio, alguien que no está presente en sí, pero cuya obra Arendt examina radicalmente”.

El pensamiento de Hannah Arendt –de cuya muerte se cumplirá en diciembre medio siglo– resuena premonitorio a la luz de brotes mundiales (incipientes o no tanto) de autocracias populistas con tácticas, rituales, discursos y estrategias que mantienen correspondencias manifiestas con aquellas desplegadas durante el Tercer Reich.

¿Cómo las coordenadas de la razón moderna que dio el siglo XIX, herederas del iluminismo y del conocimiento humanista, pierden subrepticiamente terreno frente a la sinrazón, la ignorancia y el odio? Ese proceso crucial es parte de lo que Meyer, siguiendo a Arendt, rastrea. Lo hace con cartas, manuscritos y documentos hasta ahora desconocidos. Así, en su libro el historiador ofrece “una serie de aproximaciones concentradas por completo en aquello que no ha sido tratado, o solo marginalmente, en la bibliografía previa. No escribí esta biografía contra otras interpretaciones, sino ofreciendo una interpretación independiente, nueva”.

Un hecho interesante da cuenta de la significación contemporánea de la obra de Arendt: tras la victoria de Donald Trump, Los orígenes del totalitarismo batió récords de ventas nunca antes registrados desde su publicación en 1951. Es que, valga la hipérbole temporal, Arendt es “la pensadora del momento”, según señala –coincidiendo con muchos– el propio autor. Entre otras cosas, porque la que creíamos ya trillada “banalidad del mal” reencarna hoy en casos concretos; se diría que nunca hubo antes tanta banalidad y tanto mal jactándose en el mundo al mismo tiempo.

¿Estamos ante una repetición cíclica de la historia, o es que Arendt expone algo intrínseco a la condición humana; algo que vuelve, una y otra vez, en retroceso perpetuo?

–Sin dudas, hay una actualidad absoluta en su obra. Resulta inquietante la sensación de que, en sus textos, estamos leyendo a alguien aún vivo. Y eso, obviamente, abarca muchas cuestiones, pero dos en particular: los refugiados, a los que ella dedicó un ensayo específico publicado en 1943, y los totalitarismos, que, en su análisis, no solo abarca al nacionalsocialismo, sino también al comunismo. Pero en ese enfoque hay algo que nos afecta hoy mucho, y es cómo las democracias liberales modernas se van transformando, de manera extraña, en sistemas autocráticos similares a aquellos. Hay que decir que Hannah Arendt escribía concentrada en su propio tiempo y quizá hubiese estado en contra de que sus libros fueran leídos en función de este presente. Pero esa doble posibilidad de poder entenderla como pensadora de entonces y, a la vez, de una actualidad que nunca hubiese podido imaginarse un contemporáneo suyo, es un fenómeno que no existe en otros autores del siglo XX.

El populismo de derecha tiene hoy mucha más conciencia de su poder de alcance, de su poder de expansión, que el populismo de otro signo

¿Hoy el gesto, la teatralidad, el cuerpo, convencen más que el pensamiento, que es, según Arendt, lo que nos conduce a discernir entre el bien y el mal?

–Sí; coincido completamente con ese diagnóstico. De hecho, ella siempre enfatizó el peligro de que las imágenes, los símbolos y las representaciones visuales reemplacen a las ideas. Sin ir más lejos, aquí mismo, el presidente argentino, con su aspecto despeinado y con su motosierra, es un ejemplo de esto. Pero de ninguna manera el único: los hay en muchos otros Estados democráticos. Lo cual es preocupante, porque, cuando el símbolo tapa la idea, cuando algo solo convence por una imagen, un lema o una frase única, se anula el debate y se socava la propia legitimidad del poder en democracia, que es la discusión.

¿Exigir lealtad al símbolo sería una forma de declararle la guerra, precisamente, al pensamiento, achacándole decadencia e inutilidad?

–Así es… Hay fenómenos interesantes, por ejemplo, el hecho de que hoy a los nuevos líderes de algunos países les gusta decir que las discusiones son una pérdida de tiempo. Tienen muchas formas de atacarla: “Es propia de parásitos estatales que nunca trabajaron, etcétera”. O reclaman: “En vez de tanta política, hay que tomar decisiones”. Esta idea de que la política está basada en decisiones y no en debates es el problema central. Pero no es una idea espontánea: la inoculó alguien, más precisamente un jurista alemán llamado Carl Schmitt, muy crítico del liberalismo y la democracia parlamentaria, que se sumó al régimen nazi en 1933, al que ayudó a fundamentar con su explícito apoyo intelectual. Ese tipo de planteo, según el cual las decisiones y no los debates conforman lo que yo llamo “la sustancia de la política”, hace evidente que no hay interés en la opinión de la población por parte de quienes detentan el poder y declaman esa antipolítica. Y es lógico y conveniente para quienes lo dicen, porque, desde esa perspectiva, una vez electo el líder, el führer (“el conductor” en alemán), solo se trata de dejar en sus manos la toma de decisiones, sin pedirle justificación ni rendimiento alguno de cuentas.

Si esa lealtad vertical, comprometida en anular al pensamiento para obedecer, se globalizara, estaríamos ante la desaparición de las democracias. ¿Vamos en esa dirección?

–Fundamentalmente, lo que está en juego hoy es la idea de participación que alberga el término “democracia”. Y claro que hay una amenaza y un peligro: que nos convirtamos en meros espectadores de una gran puesta en escena donde no tenemos injerencia alguna. Y el mayor peligro es que la realidad deje de ser relevante para nosotros; que ya no tenga importancia lo que vemos o sabemos que ocurre, sino aquello que el führer señale como único asunto importante. Entonces, todo debate político se hace superfluo e innecesario, porque el líder sabe y conduce. No necesitamos pensar, debatir, comprobar ni confrontar.

Resulta inquietante la sensación de que, cuando leemos los textos de Hannah Arendt, estamos leyendo a alguien que todavía está vivo

En esto intervienen los medios y las redes sociales…

–Absolutamente: por eso digo que estamos viviendo una fragmentación de lo que yo llamo “la sustancia de la política”. Es decir, atravesamos una época en que la verdadera política se diluye, se deja de ver, se nos pierde en un flujo de información tal que resulta difícil distinguir qué es relevante y qué no lo es. Vivimos sobreestimulados. Pero también es cierto que no vamos a descubrir nada desde un análisis conservador, crítico o cínico ante Twitter o TikTok. Esa es una postura intelectual cómoda. Tenemos que decidirnos: ¿cómo vamos a abordar esta revolución tecnológica? Esa pregunta puede llevarnos a respuestas distintas y nuevas.

¿La pandemia de Covid nos hizo perder la confianza en el conocimiento, en la institución máxima de la propia ciencia, como la OMS?

–Sí. Y, como resultado, lo que estamos viendo hoy es un quiebre total de la pretensión de objetividad de la ciencia. Desde hace bastante tiempo, la ciencia ya no es la medida de las cosas. El coronavirus exacerbó el proceso porque la ciencia no estaba preparada y se equivocó: creyó que, si se le daban números, datos y planillas a la política, le proporcionaban a esta (a los sectores gobernantes) la base para tomar buenas decisiones. Así habían funcionado, y muy bien, las cosas en épocas previas. Pero el alcance tecnológico de las fake news condujo a la gente a una duda y a una constante disyuntiva sobre a quién creerle: ¿a los profesionales desconocidos, representantes de la ciencia, que nos aconsejaban vacunarnos y cuidarnos? ¿O a Donald Trump, cuya imagen recorría las pantallas del mundo diciendo “no es tan grave, yo me contagié y a mí no me hizo nada”? De esos intereses políticos bajó el mensaje: “La ciencia nos quiere oprimir; nos mienten para dominarnos”, etcétera.

Desde su punto de vista, ¿cree que esta actitud de descreimiento y sospecha se extendió a otros temas, a otras conductas y creencias?

–Yo creo que sí. Desde entonces, y quizás aun desde antes, las teorías se expandieron a un ritmo tal que llegamos al punto en que cualquier persona normal, sensata, debe preocuparse por ser creíble o por ser refutada, aun cuando habla desde lo que todavía llamamos “sentido común”. El verdadero problema es que, justamente, ese hipotético sentido común ya no es estrictamente común. Lo puede ser aquí y ahora, para nosotros dos, pero no necesariamente más allá de esta conversación en el contexto en el que vivimos. Tengamos en cuenta que ahora mismo hay congresos internacionales de personas que tienen la convicción de que la Tierra es plana.

Usted es un estudioso del siglo XX: el de los antibióticos, las vacunas, los Juicios de Núremberg, la creación de las Naciones Unidas, la Declaración de los Derechos Humanos. Hablamos de cien años en los que prácticamente se constituyó la civilización global moderna. ¿Qué siente ante esa involución intelectual?

–Frente a eso hay dos posibilidades: por un lado, ejercer y promover la propia transmisión del conocimiento, buscar entusiasmar a mayor cantidad de gente joven, porque nuestras ideas todavía son ciertas. Pero, por otro lado, también nos corresponde pensar qué tenemos para oponerle al populismo de derecha que instala esas falsedades. Y hablo puntualmente del populismo de derecha porque hoy es el que tiene mucha más conciencia del poder de su alcance, de su poder de expansión, que el populismo de otros sectores.

Entre 1933 y 1939 Arendt, según usted documenta, fue miembro activa en una organización que rescataba niños judíos llevándolos de Francia a Palestina para salvarlos del nazismo. ¿Por qué casi no se habla de algo tan potente en su significado? El que ella no quisiera que sus experiencias se convirtieran en parte de su obra es llamativo, cuando su obra y experiencia se alimentan recíprocamente.

–Esta pregunta me la vuelven a hacer una y otra vez. ¿Por qué ella misma no lo enfatizó? Por un lado, creo que para ella hubiese sido imposible, por una cuestión de dignidad y respeto, resaltar sus propios logros dentro de la Shoá, teniendo en cuenta todo lo que significó. Al cabo de una tragedia tan grande, hubo en la comunidad una especie de prohibición implícita de señalar “yo ayudé con esto”. Por otro lado, este tipo de hechos no se amplificaban porque, en la opinión pública, los judíos y judías solo eran víctimas, no se los podía ver como protagonistas, como capaces de una acción, pese a la resistencia que, con el tiempo, se supo que existió.

¿Por qué habiendo tantas biografías de Hanna Arendt deberíamos leer la que usted acaba de publicar?

–Porque Hannah Arendt dice que el pensamiento implica la acción, pero las acciones siempre tienen que ser repensadas, y eso es lo que hace este libro, repensar aquellas acciones suyas y sumar nuevos documentos que nos ayudan a releer el pasado. Y porque, además, analiza material de archivo inédito, así como documentos antes ignorados que ayudan a retratar y comprender a Arendt en su propia época.

ENTRE LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA POLÍTICA

PERFIL: Thomas Meyer

Thomas Mayer nació en 1966 en la ciudad renana de Bernkastel-Kues, Alemania. Se doctoró en la Ludwig-Maximilians-Universität de Munich en 2003. En 2020, esta universidad lo nombró catedrático de Filosofía.

El foco de sus investigaciones y publicaciones es el siglo XX. También se ha dedicado a la historia intelectual y filosófica de la antigua Grecia. Sus campos de estudio son filosofía de la historia, la filosofía de la cultura y la filosofía política.

Tras varios años de residencia en Israel y Estados Unidos, vive en Berlín desde 2015.

Ha enseñado como profesor visitante en universidades de Estados Unidos, Suiza y Alemania, y ha recibido numerosas becas, incluidas las de la Fundación Humboldt y la Minerva Stiftung.

Especializado en el pensamiento de Hannah Arendt, escribió una biografía intelectual de la pensadora alemana que publicó en su idioma de origen en 2023 y que acaba de aparecer en español, editada por Anagrama. El libro se convirtió en un éxito de ventas de Spiegel, al igual que el ensayo que había editado previamente, La libertad de ser libre (2018).

En 2005, su biografía del filósofo Ernst Cassirer fue nominada al Premio del Libro de Leipzig. La edición de estudio de Meyer, en doce volúmenes, de la obra de Hannah Arendt se publica por PiperVerlag.

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