Liliana Viola nació en Buenos Aires en el año 1963. Periodista, guionista, editora y dramaturga. En 2008 fue una de las cofundadoras del suplemento “Soy” del diario Página 12 dedicado a la diversidad sexual y que dirigió durante 14 años. Gestora cultural, autora de diversas antologías y espectáculos, Liliana es autora de las biografías Migre, el maestro de las telenovelas que revolucionó la educación sentimental de un país, y también Esta no soy yo, un retrato de Aurora Venturini de cuya obra es además responsable como albacea. Su nuevo libro es La hermana, un agudo perfil de la hermana Martha Pelloni, que se hizo famosa en los años 90 al ponerse a la cabeza del reclamo social de justicia por el caso del crimen de María Soledad Morales, una joven estudiante de Catamarca que fue violada y asesinada por los hijos del poder de la provincia.
Con este trabajo Viola ganó el Premio Anagrama de Crónica, que contó con un jurado integrado, entre otros, por Juan Villoro, Martín Caparrós y Leila Guerriero. En su libro, macerado a lo largo de años y para el que contó además con dos entrevistas con Pelloni, Viola indaga en las razones que llevaron a la religiosa a convertirse en un estandarte de la valentía y el arrojo al enfrentar durante décadas al poder, la corrupción y el crimen organizado.
Una vez más Liliana echa mano a su curiosidad, su desparpajo y su calidad como cronista para producir un perfil inusual de la monja, alejado de la solemnidad y pleno de hallazgos, al tiempo que, de manera incisiva pero lejos del morbo, hunde la pluma en las entrañas de la Argentina más sórdida, aquella que habitualmente elegimos no ver. El libro de Viola descubre a una mujer de la Iglesia que tiene una mirada no discriminatoria de la homosexualidad y que promueve el uso del preservativo para evitar enfermedades y embarazos no deseados. Ya en tren de seguir buscando nuevas puntas, La hermana puede leerse también como una singular conversación entre dos mujeres alrededor de un tema que está por fuera de toda cuestión terrenal: la fe.
Lo que sigue es la conversación que mantuvimos semanas atrás, cuando grabamos un episodio del podcast Vidas Prestadas.
— Tu libro podría haber sido simplemente el retrato de una mujer y su espiritualidad y de cómo salir de esa espiritualidad para hacerle el bien a la comunidad. Y ya sería mucho, porque Martha Pelloni es una persona que, efectivamente, le hace el bien a la comunidad hace tiempo. Pero vos conseguís algo que es interesarnos, contarnos, pero sin el morbo que suelen tener determinadas crónicas en relación a los temas de violencia de género o del crimen organizado, en general. ¿Cómo conseguís eso?
— Traté de ir contra el anti morbo de esto que vos llamas “el bien a la comunidad”, por un lado. Es decir, tuve como dos desafíos, por un lado el morbo de los tremendos crímenes que, luego del caso María Soledad, es decir luego de los 90, cuando a la monja la retiran de Catamarca, el tema sigue pero a ella la sacan y la mandan a Corrientes, y entonces comienza a enterarse de una cantidad enorme de crímenes muy cruentos desde aquel entonces hasta hoy.
— Como los rituales.
— Rituales satánicos, por decir lo más morboso de todo. Es esa parte la que a mí me interesó sobre todo y por eso ese fue uno de los primeros problemas, es decir, cómo lidiar con el morbo por un lado y, por otro lado, cómo lidiar con la buena persona, la persona que hace el bien. Es algo que aburre, que cansa tremendamente, y lo otro también es algo que cansa tremendamente. Yo cuento en el libro apenas cuatro o cinco de los centenares de casos, imaginate que el otro día hablaba con ella y yo le decía: bueno, pero usted me contó el caso de la niña que se intoxica con mandarinas. Ella me dice: no, eso yo nunca lo vi. Le digo: ay, pero entonces estoy equivocada. Y me dice: no, no, no, debe ser verdad, lo que pasa es que son tantos los casos que ya no los puedo recordar. Así que son infinitos.
— Hablás de ese caso en el que se intoxicó la nena.
— Sí, con un agrotóxico. Mandarinas que se usaban como cebo.
— Son todos temas que nos pasan de costado. Lo de los crímenes rituales, de pronto, pueden aparecer un tiempito y agotan, como vos decís. Porque además es como si los medios efectivamente le sacaran o le sacáramos todo el jugo, porque, bueno, es así: todos nos cansamos, ¿no?
— Sí. Yo creo que ése fue el puntapié para escribir. Es decir, yo leí todos esos casos alguna vez, no porque los estuviera buscando sino porque me los encontraba porque, claro, desde los 90 Martha Pelloni se convierte en una monja mediática. Pensá que el año pasado, cuando desaparece Loan, lo primero que hacen es llamar a la monja. Yo lo que me pregunto es por qué la llaman. Porque sabemos que es alguien que tiene un saber sobre ese tema. Y aun sabiendo que tiene un saber sobre ese tema, y aun leyendo los infinitos casos por los cuales es convocada en todos los medios, leemos y nos olvidamos. Y no digo “leen y se olvidan”, yo digo “leemos y nos olvidamos.” Yo iba juntando cada uno de esos casos pensando desde lo más trivial: “uy, con esto se puede hacer una serie”, o desde lo más profundo: “esto habría que poder investigarlo, habría que pensarlo”.
— Entonces no lo viste como un libro al comienzo.
— Me pareció que era un gran libro y después me pareció que era imposible de hacer. En principio, la imposibilidad de ponerme a contar todos estos crímenes tan cruentos. Hay algo que es absolutamente real y que yo cuento en el libro: yo no viajo, no sé si es de tímida, odio la palabra fóbica porque no me voy a poner un diagnóstico, pero me cuesta mucho esto de dialogar. Parece que estoy hablando fluidamente ahora, pero es algo que me cuesta. Entonces me pareció que cada uno de estos casos merecía, como históricamente han merecido, que la cronista vaya al territorio, investigue por su cuenta, no sólo escuche lo que han dicho otros periodistas o hable con la monja, y entonces, a pesar de que iba juntando todo el material, me daba cuenta de que no iba a poder hacer un libro, pero a la vez no lo dejaba. Y, así, junté centenares y centenares de notas y entrevistas a la monja. La monja incluso escribió un libro en algún momento, un libro que no leyó nadie, es de la Editorial Claretiana. Es un libro difícil de leer porque es una entrevista muy poco profesional, donde va relatando algunos casos y cuenta cómo pasa de ser una monja mediática y solitaria a algo que a mí me parece muchísimo más interesante que es alguien que se da cuenta de que no puede sola como pudo hasta ahora y entonces arma una red, Infancia Robada. Que todavía es menos sexy eso todavía.
— Sí, sí, sí.
— Es decir, está lleno de organizaciones buenísimas.
— Sí, pero en un país que, en general, no construye legados tampoco en términos de liderazgos, es bueno que haya gente que esté trabajando a la par. Está bueno porque es pensar que cuando ella no esté va a haber alguien que va a seguir con esa tarea.
— Sí, sí, y también es pensar: no puedo sola porque no soy abogada. Porque no soy asistente social. Porque no he sido víctima. Entender que hay un montón de voces que tienen que unirse para tratar un problema, un tema o para enfrentarse a poderes políticos muy, muy oscuros y redes que van desde el policía pequeño hasta un gobernador.
— En el medio de todo esto, que ya de por sí es súper interesante y que uno podría simplemente repasar esos casos y ya estaríamos viendo la sordidez argentina, en tu libro también hay muchas revelaciones muy interesantes y que tienen que ver con los casos pero también con la vida de Martha Pelloni. En cuanto a los casos, concretamente me resultó muy sorprendente eso de que las marchas del silencio no fueron pensadas así sino que salieron así por un tema de cuidado.
— Ah, eso me pareció también maravilloso.
— Porque siempre lo pensamos como: qué inteligentes que salieron en silencio y que solo se escuchaban sus pasos. Qué fuerte que fue eso.
— A mí me pareció buenísimo también porque fui con esa misma pregunta, ¿no? Qué inteligente, cómo lo hizo. Y también me pareció muy sincero de su parte que dijera: no, no, m’hija, la verdad que no fue así. Lo que estaba pasando es que ella estaba estaba en la dirección y de repente aparece el jefe de policía, que es padre de uno de los más que sospechosos de haber participado en el asesinato de María Soledad, y fue a apretar a la monja. Como ella dice, “había espías por todos lados”, entonces sabían que las chicas, con los padres también, estaban queriendo salir a marchar esa mañana.
— Sí, el hombre la apuraba con el argumento de que era peligroso para las chicas.
— La apuraba con que era peligroso y también con que ella era la directora de la escuela y, por lo tanto, era responsabilidad de ella si algo les pasaba. Es decir, la estaba amenazando, directamente. Además de que le estaba diciendo tres o cuatro hipótesis ridículas y típicas del momento de por qué había muerto María Soledad. Es decir, un crimen pasional, para sintetizar. Entonces, vos pensá en una directora en la década de los 90, monja, llegada hace cuatro meses a una escuela de una provincia, una responsabilidad tremenda. Yo creo que lo más típico habría sido decir…
— “Chicas, lo pensamos mejor”.
— “Niñas, hagamos una misa. Oremos por el espíritu de María Soledad. Pongamos un monolito y chau”. Digamos, en general en cualquier escuela habrían hecho eso. Yo creo que mientras ella hablaba con ese policía y ese policía mostraba lo farsante que era, ahí es donde decide: bueno, les voy a dar el permiso que están necesitando. Entonces sale, le pone una excusa al tipo, como que va al baño o algo, y les dice entonces a las chicas, que estaban ansiosas por salir,: “bueno, salgan ahora pero salgan en silencio”. Ese silencio era para que el tipo que estaba adentro no se diera cuenta de que estaban saliendo.
— Esos pasos retumbaron en todo el país, además, porque estaban siendo transmitidos por televisión, además de las crónicas que salían en los diarios, y todo eso ayudó realmente el éxito de esa convocatoria, ¿no?
— Sí, sí. Yo creo que, no, creo no: estoy segura de que es un símbolo de un poder femenino, también.
— También eso lo decís y lo marcas mucho en el libro, sí.
— Y, porque esa viveza criolla de la monja también es un poder femenino de decir: bueno, hagámoslo pero no lo hagamos a los gritos. Hagámoslo así y después vemos. Ahora, en el “después vemos” obviamente sí hubo una reflexión y por eso las marchas siguieron siendo en silencio. Ella me dijo: después, lo que pensamos fue que no hubiera banderas para que no se enganchara nadie por especulación. Con toda la gente que se le quiso enganchar en su momento, ¿no? Yo creo que fue el caso donde más personas quisieron hacerlo, desde Patti hasta Menem hasta todos lo que te puedas imaginar.
— Bueno, los más involucrados quisieron sumarse a las investigaciones.
— Eran los investigadores.
— Eran los que se ponían a investigar, sí. Pero después aparecen otras cosas, que también tienen que ver con cuestiones de género y que me resultaron muy interesantes a partir de las preguntas que le hacés. Por ejemplo, vos le preguntás por su postura contra la discriminación de la diversidad sexual y su opinión parece chocarse con la línea general de la Iglesia. “Bueno, tengo mis diferencias”, dice Pelloni. Leo: “Mi visión sobre la ley de salud reproductiva, por darte un ejemplo de las cosas que no me cierran, me ha costado que un obispo me prohibiera la entrada a su provincia y me denunciara ante el Vaticano de Ratzinger, con el que tuve muchos problemas. He ayudado a monjas que se descubrieron lesbianas y enamoradas a que buscaran su camino. Lo mismo con celebraciones de matrimonios entre varones. Estoy a favor del control de natalidad y siempre me pronuncié abiertamente. No sabés cuánto lloré cuando nombraron papa a Ratzinger. Pero no cambio de posición. Es que no entiendo cómo se pudo negar el uso del preservativo. Primero, por nuestros jóvenes, que de otra manera se exponen al sida; y segundo, ¿en qué sentido es benéfico que en una familia sin recursos nazcan ocho, diez, catorce hijos, muchos con enfermedades producto de la mala alimentación de la madre durante el embarazo? Yo a las monjitas que están haciendo misión en el campo les pido que expliquen los cuidados para evitar el embarazo y el sida. A las médicas, que trabajan allí voluntariamente, les digo que si no pueden entregar preservativos y enseñar –no es fácil esta tarea en el campo– acepten cuando las mujeres piden ligazón de trompas. Dios no puede querer que nazcan hijos de padres alcohólicos con el destino de la discapacidad o el abandono”. En lo personal, me sorprendió el nivel de sentido común y sensatez de estas declaraciones.
— Sí. Yo creo que no es una monja rebelde; es una monja consciente o es una mujer consciente, y que trabaja en relación a ese sentido común y esa lógica. No recuerdo haberlo puesto en el libro, tal vez no me atreví, pero es algo que a mí me dolió, ella es alguien que, cuando luchábamos por la ley, salió a hablar en contra del aborto.
— Lo señalás al pasar, pero no pones el foco ahí. Y está bien.
— No lo puse ahí porque estoy consciente de que estoy hablando con alguien que pertenece a la Iglesia. Es decir, si bien me ha dicho por ahí que tiene la carta de renuncia siempre en el bolsillo, creo que eso es justamente un reaseguro para estar adentro, ¿no? No me atreví a preguntarle. Si hiciéramos una presentación y la invitara, tal vez le preguntaría, y no sé si me lo va a contestar, si en su fuero íntimo, cuando salió a hablar en contra del aborto no era una presión del Papa más que algo que ella pensara. Pero, bueno, más allá de eso…
— Yo me atrevería a decirte que, como mucha gente que lo piensa realmente, en su afán por evitar lo peor, que es que esos chicos nazcan en lugares donde no son queridos, creen que alcanza con la educación sexual y la posibilidad de tener las herramientas para evitar los embarazos. Es una ilusión, pienso.
— Bueno, pero no deja de ser una gran lucha teniendo en cuenta cómo es rechazada la educación sexual. Y acá tenemos una monja que trabaja fuertemente, justamente uno de sus bastiones es educación sexual.
— Sí, sí, por eso me resultó súper interesante eso porque además vos le hablás además de tu propio vínculo, tu experiencia con lo espiritual y con la Iglesia. De cómo fuiste a una escuela de monjas y cómo dejaste de creer, digamos.
— Sí, es verdad que se lo dije y el otro día la fui a ver para llevarle el libro y me esperaba con un regalo. Me regaló un monedero que le habían regalado a ella y le digo: bueno, qué cosa que una monja me regale algo para poner dinero y no me regale un rosario. Y me dijo: es que me acuerdo perfectamente que me dijiste que no creías y yo soy muy respetuosa de eso, por eso no te regalé un rosario. Por un lado, eso fue parte del vínculo. Me pareció que tenía que ser sincera con eso. Pero también fue, reconozco, hablando de escritura, una estrategia frente a mis posibles lectores y lectoras. Es decir, a mí me hacía bastante ruido, yo tengo una posición muy en contra.
— Muy crítica.
— Muy crítica frente a la Iglesia. Y no es que he dejado de creer porque la Iglesia me traicionó. Digamos, son dos traiciones diferentes, me traicionó la ilusión de la vida eterna que tenía cuando era niña e iba al colegio de monjas. Después estudié Letras, Filosofía, entendí que no había posibilidad de que existiera un Dios, y basta, no creo en Dios. Y, luego, toda la postura de la Iglesia frente a diversidades sexuales, las mujeres, la locura esta que llaman “ideología de género”, etcétera, me pareció que, bueno, fue uno de los primeros problemas o uno de los tantos problemas. Hablamos antes del morbo y de cómo hablar de la bondad. Y lo tercero sería: uy, voy a entrevistar a una monja. Cómo hago para entrevistar y poner esta distancia y no poner tampoco tanta distancia de terminar haciéndome la altanera y…
— Y de perderme lo mejor.
— Y de perderme lo mejor, con ella y para quien lee.
— La hermana es un retrato sobre la monja Martha Pelloni pero es también un retrato sobre los argentinos. Y sobre cómo, a veces, personas o instituciones que no son las instituciones que deberían hacerlo son las que finalmente se ocupan de las grandes necesidades que tenemos. A veces no es el Estado, muchas veces no es el Estado. sino personas que están detrás de algunas organizaciones. Pero estábamos hablando de algo todavía superior y que tiene que ver con la Iglesia, y con la fe y la espiritualidad, y vos de entrada le planteás estas cosas a la religiosa. Vas planteando tus diferencias cuando hablás con ella. Y, al mismo tiempo, cuando escribís decís: pero por qué hice eso, cómo me zarpé. Qué es esta cosa de ir a ver a una religiosa y decirle: ah, pero mire que yo ya no creo.
— Esa es otra estrategia de escritura, sin dudas. Mi idea fue no hablar solo de la monja, no hablar solo de los casos, sino de tratar de pensar en la escritura de la crónica. Debo reconocer que escribí el libro para el premio, pensando en el premio e incluso pensando primero en lectores y lectoras no argentinas. Me pareció que, en las bases del Premio Anagrama lo que decía era que estaban buscando una crónica que de algún modo rompiera o quebrara con lo que se espera de la crónica. Eso fue para mí una invitación, como si me llamaran a la puerta de ese archivo.
— Un “dale Liliana, usa lo que tenés”.
— Usa lo que tenés. Te dan permiso no para que rompa todo pero para que con mis limitaciones, vergüenzas, timideces y miedos, en todo caso, pueda decir: yo no soy cronista, yo no puedo escribir de corrido, qué hago.
— Tenías enviados especiales igual a esos lugares a los que no ibas.
— Tenía enviados especiales.
— Amigas. Y lo contás.
— Sí, sí. Justamente esa es otra parte de la estrategia, es decir, lo que yo llamo “cronista de escritorio”, que en realidad siempre ha sido criticado en el periodismo: “esa tipa está robando todo de lo que lee, ¿no? Ella no sale a hablar”. Me pareció entonces que podía construir esa figura mía, que es bastante cercana a la verdad, alguien que hace preguntas y se da cuenta de que es un bochorno la pregunta que ha hecho.
— Pero, así y todo, del otro lado obtiene respuestas.
— Sí. Cuando le digo: perdón, hermana, quiero decirle que yo no creo. Y ella me contesta: no te preocupes, ya vas a creer. Me parece que en esa respuesta también hay un retrato de ella, sin dudas, ¿no es cierto? No está la preocupación en esto y, a su vez, le baja el precio un poco a mis confesiones, como diciendo: tenemos tantas otras cosas importantes de qué hablar.
— Bueno, es que hay revelaciones de todo tipo porque está la revelación de lo que tiene que ver con tu experiencia en la escuela de monjas que hablaban francés, y aparecen en tu historia las monjas francesas desaparecidas en dictadura, pero aparece también el peronismo familiar de Martha Pelloni en su padre, veterinario militar. Si alguna vez yo leí eso, lo había olvidado. Empieza a aparecer el peronismo en la familia y en la propia Martha Pelloni, en algún momento. Esa idea de estar muy cerca del partido más popular de la Argentina.
— Sí.
— Eso me resultó una revelación también.
— Me encanta que estás usando un montón la palabra revelación y estamos hablando de una monja (risas). No hay modo. No hay modo de salir de eso.
— Bueno, ves, y yo tampoco creo. Y encima soy judía, imaginate. Pero es que cuando te encontrás con un personaje tan interesante, todo va más allá de la fe. Es otra cosa. Estamos hablando de humanismo.
— Sí, absolutamente. Viste que el libro empieza con una pregunta mía: “¿Y usted no tiene miedo de que la maten?” En México, cuando presenté el libro, muchos me preguntaban por esa frase. Y mucha gente en contra de la Iglesia justamente he recibido, y antes de escribir el libro, también, muchos periodistas me han dicho ¿pero qué le encontraste a la hermana Pelloni? ¿Le encontraste alguna oscuridad?
— Algún chanchullo.
— Algún chanchullo, sí. Y, si no, no sirve mucho el libro. ¿Has descubierto por qué no la mataron?, me preguntaban. Me parece que esa pregunta le hace un poco mal al periodismo también, esta necesidad de siempre encontrar y que si no lo encontras es porque estás…
— En algo turbio.
— En algo turbio yo también. Mi respuesta de todos modos fue ”mirá, en esta era de los carpetazos, que todo el mundo se tira carpetazos unos a otros y en los líos que se ha metido” Me copié del papa con eso de “en los líos que se ha metido”.
— Aquel “hagan lío” del papa Francisco.
— En el lío que hizo y en los casos muy turbios. Es una monja que vos le preguntás y ella te dice nombres y apellidos de un montón de personas, no es que simplemente dice “pasó esto”. Tira nombres.
— No solo eso, tiene una cosa entre asombrosa y desubicada ella. El modelo Lilita Carrió, te diría.
— Sí. Sí, sí.
— Esa cosa zarpada en la que hoy apoya esto, mañana no y te dice explica por qué ya no lo apoya y ahí te da también los nombres. No queda completamente aferrada a las cosas.
— No.
— No quedó aferrada al peronismo. No quedó aferrada a su momento macrista tampoco.
— Totalmente. Pero mi respuesta que con tanto carpetazo, con tanta presencia de los servicios de inteligencia, ya tendríamos algo. Así que no sé, me atrevo a decir que he entrevistado a una de las pocas personas intachables que tenemos en el país.
— Sí, yo debo decirte que cuando vi que tu libro premiado era sobre Martha Pelloni me sorprendí por todo esto que estás explicando en relación a los medios en los que vos te moviste siempre y también por los temas de género y diversidades en los que siempre trabajaste. Desconocía que habías ido a una escuela de monjas. O sea, no había hecho la asociación de lo que había significado para vos estar en esa escuela con las monjas francesas y demás. Fue una sorpresa y leerlo me confirmó que habías hecho muy bien en hacer algo que parecía tan a contramano de lo que hiciste siempre.
— Bueno, gracias.
— Pero estabas diciendo que lo escribiste especialmente para presentarlo al premio, que ese premio te tentó. Tamara Tenenbaum hace poco contó que su ensayo premiado fue producto de algo parecido, que el trabajo estaba en una etapa incipiente pero que el premio fue el estímulo para terminarlo.
— Sí, es esa vieja escuela del periodismo de, en el fondo, escribir por encargo, ¿no es cierto?
— Y con una fecha de cierre determinada.
— Y con un cierre. Y, en este caso, con una zanahoria que, bueno, no podía creer que me llegó. Estoy segura de que no habría podido escribir este libro, si no, y por alguna razón no fue escrito antes. La hermana Pelloni es alguien muy particular y, a su vez, un personaje muy chato en un punto para poder contarlo. Es alguien que te dice todo, a quien no le encontrás oscuridades, y es que tampoco sirve ir hacia el morbo de la monja a esta altura del partido. Es un personaje re interesante.
— Dice todo.
— Sí, sí, cuenta todo. Cuenta que fue una novicia tonta, ¿no? Que jugaba con la espuma lavando el convento. Sí, todo sí, pero me daba la impresión de que no había algo, justamente…
— Te habla de una vez que subió a un auto con una amiga y sintió tempor. También de un sacerdote que se enamoró de ella. Me estoy acordando.
— Sí.
— O sea, a Migré lo tuvimos.
— Totalmente. Hay un poco de Migre, sí. Pero por algo la gente se sorprende, no solo porque lo escriba yo. La gente se sorprende: ah, un libro sobre la hermana Pelloni. Y también me preguntan: ¿qué, es un libro sobre el caso María Soledad? Y, la verdad, hay dos cosas que me interesan. Primero, en este momento preciso de la historia que estamos viviendo, que se postula un regreso a los 90, tanto en broma, feliz y dramático, bueno, ver que también en los 90 ocurrió una suerte de germen de lo que luego fue el Ni Una Menos y toda la nueva ola del feminismo. Me pareció interesante a pesar que es un libro que tiene muchas cosas cruentas y me parece que es el triunfo de la lucha, sin dudas. Aunque en Catamarca luego hayan vuelto los malos. Aunque en Catamarca se vuelva a vivir con miedo. Mirá, te voy a contar algo increíble que me pasó en México. Vuelvo a la pregunta esa de: ¿usted no tiene miedo de que la maten? Alguien, luego de presentar el libro, me pregunta: ¿y usted no tiene miedo de que la maten? Y yo, la verdad, es que no he tenido miedo de que me maten pero reconozco que he tenido miedo de los juicios, en todo caso, que es otra forma de la muerte.
— Bueno, tuviste tu experiencia también.
— Tuve mi experiencia con el libro Migré, no quiero que crean que tenían razón, ¿no?, si esta vez me prohíben de nuevo. Pero entonces le dije: mirá, todos los nombres que suele decir la hermana Martha Pelloni, que se pueden encontrar si los googlean, yo los saqué del libro. Por un lado porque es un libro que lo siento como internacional y no importan tantos nombres, por supuesto sí están los de Saadi, gobernadores, etcétera, pero no otros, los de personas que están en el poder.
— La enumeración le quitaba tensión narrativa, también.
— Le quitaba tensión narrativa y a mí sacarlos me quitaba una tensión que ni te la cuento. Aun así, cuando yo estaba firmando el libro se me acercaron tres personas argentinas.
— En México.
— En México. Me preguntaron si entre aquellos nombres yo podía averiguar si uno de esos nombres era un pariente de ella porque en su familia estaban seguros de que esa persona había sido uno de los asesinos y que lo habían sacado de Catamarca en su momento. Cuando estábamos brindando a la noche, se me acercó otra persona a decirme que era pariente de los Saadi, pero de la parte buena. Yo lo sentí como una amenaza. Digamos, volví a sentir el miedo y cuando le llevé el libro a Martha Pelloni le conté esto, ella me dijo: esto me pasa todo el tiempo.
— Sí, hermana, pero usted cree en Dios y yo no.
— (Risas).
— Usted está esperando algo que yo ya no espero.
— Claro. Y usted tiene el hábito, que funciona como un anti balas y yo no. Pero me parece interesante para pensar que, por alguna razón, volvemos siempre al caso María Soledad. Se cumplen 35 años del crimen, aparecieron un montón de notas. Pero, por alguna razón, me parece como que no se agota en este libro, y me encantaría que siguiéramos reflexionando a fondo por qué volvemos. Ha habido infinitos femicidios, pero al caso María Soledad volvemos y en este caso, estando en México, te digo, me volvieron personajes.
— ¿Por qué volvemos al caso María Soledad? Por todo esto que estás señalando. Porque los medios le dieron una trascendencia inusual. Yo ya trabajaba en Clarín, así que la cobertura que hicieron Luis Pazos y Luis Diéguez la seguí atentamente. Me acuerdo muy bien de todo eso. Y también del trabajo de Fanny Mandelbaum. O sea, es algo que quedó muy grabado porque fueron coberturas muy intensas y porque a partir de esas coberturas hubo consecuencias legales y políticas. en el caso de Clarín, con Ángel Luque, con el padre de uno de los involucrados. El periodismo eran los 90 también, en ese entonces era el periodismo justiciero.
— Sí, absolutamente.
— O sea, no actuaba la Justicia pero el periodismo ocupaba un poco ese espacio, ¿no?
— Sí, el periodismo tuvo una influencia con lo de Luque y también con el juicio, cuando descubren que están trampeando y hubo que anular el juicio. Fue gracias a las cámaras de Canal 13 que se dieron cuenta de que entre el juez y el fiscal estaban haciendo unos gestos que daban cuenta de que un testigo estaba cambiando su testimonio, ¿no?
— Sí, sí. Por ese caso es que siempre se dice como que fue la primera vez que uno tomó conciencia del femicidio, posiblemente por todo lo que había alrededor en relación al tema de la impunidad de los hijos del poder, ¿no? Y porque los medios también le habían dado ese lugar. La chica violada y asesinada como emblema, y la monja también. La monja también es emblema. Emblema de lo que pasa cuando hay alguien que decide salir a exigir justicia y a acompañar el reclamo de justicia que hacían sus compañeras y las familias de la escuela y que en determinado momento llegó a ser la mayor parte de la provincia en la calle, ¿no?
— Absolutamente.
— Fue muy simbólico lo de la muerte de esa chica. El modo en que ocurrió. Lo que ocurrió a lo largo de los años. Todo lo que vos contás en tu libro.
— Sí. Supongo que el volver también tiene que ver con cierto optimismo. Al volver a pensarlo, es pensar un momento bueno porque por supuesto fue un horror lo que pasó pero también fue un momento donde hubo mucho coraje en varios actores de la sociedad.
— Sí, con esa idea de que cuando pasan cosas así de horribles y hay gente que está trabajando para que no vuelva a ocurrir lo que uno espera es eso, la ilusión es esa. Es bueno conocer todo porque lo que necesitamos es que no ocurra más.
— Totalmente, sí.
— O sea, Ni Una Menos. Esto que estabas mencionando antes. Pero volvemos a lo que tiene que ver con la cronista de escritorio y con lo de escribir, en este caso, con la zanahoria ahí. ¿Pensaste en algún momento que no llegabas? ¿Dijiste en algún momento: no voy a poder terminarlo, mejor me vuelvo a hacer lo que estaba haciendo?
— No. Tenía dos meses, me había ido de vacaciones. Me había ido a Londres a gastarme toda la plata. Pensaba: tengo que recuperar esto con la plata del premio. Y, sola en Londres, si bien tengo amigas allá a quienes, pobres, les iba leyendo el libro constantemente, me iban ayudando con esa lectura. Me encanta meterme en los bares pero meterme en un bar y mirar hacia la pared o hacia la calle no era suficiente, así que iba con la computadora, bar por bar, completando el libro y sabiendo que un día antes de que se terminara el plazo lo iba a entregar. Y así fue.
— ¿De lo que entregaste, ahora que salió el libro, corregiste muchas cosas?
— Corregí cosas, sí. Había algunas cosas puestas a pinceladas. Por ejemplo, no me había decidido con el título. Yo lo presenté con dos títulos posibles, lo cual es bastante delirante. Uno era “La hermana” y el otro, que está adentro del libro, era “Nadie sabe qué es un sapucai hasta que lo grita”, ese era mi título favorito. El otro, “La hermana”, es un título más comercial. Y como no sabía cómo terminar el libro, en esa versión conté que les pregunté a dos amigos, Franco Torchia y Ariel Schettini, que me dijeran cuál de los dos títulos tenía que ir. El libro terminaba así. Franco me dice: es “La hermana” porque remite, por un lado, a lo religioso pero también a la sororidad. Y aparte está el “Yo te creo, hermana”. Y esa era la razón que me daba Franco y yo la ponía en el último capítulo. Y la razón que me daba Schettini era: Mirá, es un título muy largo, pero entonces voto por ese título muy largo, me dice él, porque García Márquez decía hay que poner títulos largos. ¿Por qué? Porque el lector se fuerza mucho más por recordarlos.
— (Risas) Está bueno.
— Bueno, la sugerencia de los editores de Anagrama fue que el libro se llamara “La hermana” y que volara ese último capítulo. Estoy arrepentida, podría haberlo refritado.
— Bueno, pero siempre hay tiempo para hacer esas cosas.
— Y, lo estoy diciendo acá, así que…
— ¿Seguís sin creer?
— ¿Sin creer en Dios? Sí, sigo. Desafortunadamente voy a morir sin creer en Dios.
— ¿Pero creés un poco más en las personas después de haber trabajado con un personaje como Pelloni?
— Siempre creí en las personas; no me lo modificó en nada porque sí, creo en las personas, absolutamente.