La mayoría de las personas que tienen acceso a la tecnología hacen uso de las redes sociales hoy en día. Y, si bien estas han aportado cosas muy positivas en las últimas décadas, y lo seguirán haciendo, hoy quiero compartirte en esta nota lo que podríamos llamar su lado oscuro o negativo.
¿Qué sucede cuando interactuamos en las redes sociales? Por lo general, se activan tres mecanismos primitivos que todos los seres humanos compartimos. Estos son los siguientes:
- La comparación social
Cuando veo en las redes lo que otra persona sube a su perfil y me comparo, una de las reacciones que surge es la “ansiedad de rendimiento”. Si el otro muestra su casa hermosa, se dispara en mi mente una catarata de pensamientos: “Yo también debería mostrar la mía… aunque no sea tan linda. Pero no importa, debería estar a la altura de lo que esa persona tiene… ¡Y ahora subió un viaje!… y la ropa que usa… y la fiesta que organizó… ¡Yo voy a mostrar lo mismo!”.
Sin ser del todo conscientes, esta actitud nos conduce a una hiperexigencia y a desear alcanzar lo que los demás exhiben y que nosotros leemos como “felicidad”.
- La sensación de carencia
El segundo mecanismo que se activa es la sensación de carencia: tomar conciencia de que “yo no tengo lo que el otro tiene”. Entonces pienso: “No tengo un auto último modelo… Debería tenerlo yo también… ¡Qué descaro! Ese auto es carísimo… ¿De dónde habrá sacado el dinero para comprarlo?”.
Esta percepción de no poder acceder a lo que es del otro puede derivar en dos emociones intensas:
- Tristeza: “¡Pobre de mí! Nunca voy a poder tener algo así”.
- Bronca: “¡Qué rabia me da que él o ella lo tenga, y yo no!”.
- La envidia
Y, por último, se activa el mecanismo de la envidia, el cual es uno de los sentimientos más nocivos que existen: anhelar tener lo que tienen los demás. Pero debemos recordar que no es posible construir mi estima interactuando en las redes sociales. ¿Por qué? Porque la valoración que me doy a mí mismo nunca es de afuera hacia adentro.
Hoy estamos inmersos en la cultura de la mirada, donde la vida parece reducirse a tres acciones: mostrar, mirar y ser mirado. Sin embargo, la verdadera estima siempre se construye de adentro hacia afuera. Mi valor no lo determina cuántos me observan, sino la mirada que yo mismo dirijo hacia mí. Esa mirada interna implica un profundo autoconocimiento: reconozco mis fortalezas y debilidades, acepto mis aciertos y mis errores. Desde ese lugar, me acepto, me valoro y me amo de manera sana.
Es solo como consecuencia de este trabajo interior que puedo genuinamente extender la misma aceptación y cuidado hacia el otro. En eso, precisamente, consiste la estima.