Desde Tel Aviv.-La firma del acuerdo de paz impulsado por Donald Trump en Sharm el-Sheikh, en Egipto, podría marcar un punto de inflexión en la región. Con la presencia de Donald Trump, el local Abdel Fattah el-Sisi, el qatarí Tamim bin Hamad Al-Thani y el turco Recep Tayyip Erdoğan, el pacto busca poner fin a más de dos años de guerra en Gaza, liberar rehenes y prisioneros palestinos y abrir una etapa de reconstrucción y desmilitarización. Si bien la iniciativa genera expectativas de paz y prosperidad, las dudas sobre su viabilidad y sostenibilidad son profundas.
Un compromiso sin precedentes
El acuerdo se firmó el último lunes tras la liberación de los últimos 20 rehenes israelíes con vida que Hamas mantenía en Gaza y la excarcelación de más de 1.900 prisioneros palestinos, una jornada que se vivió con celebraciones tanto en Israel como en los territorios palestinos. La Casa Blanca destacó como objetivo central “una paz duradera en la que tanto palestinos como israelíes puedan prosperar con la protección de sus derechos humanos fundamentales, la garantía de su seguridad y el respeto de su dignidad”.
El documento firmado en la cumbre liderada por Trump pero a la que asistieron decenas de líderes árabes y occidentales, remarca la diplomacia y la cooperación como métodos prioritarios para resolver futuras disputas y subraya la importancia de la coexistencia pacífica entre comunidades de fe.
Entre los elementos clave del plan, se contempla la creación de una administración temporal en Gaza, a cargo de un comité tecnocrático palestino apolítico bajo supervisión de una Junta de Paz internacional liderada por Trump y figuras como Tony Blair. “Se que están muy ocupados, como yo, pero muchos de los que están aquí hoy van formar parte de este Consejo”, adelantó el norteamericano en lo que pareción más una forma elegante de presionar que información precisa.
Este comité será responsable de la reconstrucción y la transición hasta que un gobierno palestino asuma el control definitivo. La desmilitarización total de Gaza es un pilar del acuerdo: el arsenal de Hamas debe ser destruido bajo supervisión extranjera, y sus combatientes que depongan las armas y acepten la convivencia obtendrán amnistía. Quienes opten por abandonar Gaza tendrán pasaje seguro y derecho de retorno futuro.
Las ayuda humanitaria ya comenzó a desplegarse. Administradas por la ONU, la Cruz Roja y otras organizaciones neutrales. El cruce de Rafah se abrirá en ambos sentidos y comenzará la creación de una zona económica especial en Gaza, con tarifas preferenciales para los países que participen en el plan. Además, una Fuerza Internacional de Estabilización formada por unos 200 efectivos de Estados Unidos, Egipto, Qatar, Turquía y Emiratos Árabes Unidos, capacitará a la policía local y colaborará con el control fronterizo.
Desafíos y resistencias
La implementación efectiva de estos compromisos se enfrenta a grandes obstáculos. Or Heller, periodista militar de Channel 13, resumió su escepticismo a Infobae con ironía: “Nunca vi un movimiento yihadista entregar voluntariamente el poder y las armas. No hay precedentes en la historia de Oriente Medio”.
La desmilitarización y la retirada israelí exigen negociaciones técnicas y políticas complejas, y la sostenibilidad de la Junta de Paz internacional aún plantea incertidumbre. Además, el mandato y la composición de la fuerza internacional todavía no están definidos del todo y persiste el peligro de que Hamas intente reorganizarse o desafiar el nuevo esquema. En las últimas horas, de hecho, el vacío de poder en la Franja se hizo evidente: estallaron focos de violencia entre Hamas y los distintos clanes surgidos para enfrentarlo.
En Israel, la liberación de rehenes y el alto el fuego han sido recibidos con alivio, pero el primer ministro Benjamin Netanyahu ha manifestado cautela ante la posibilidad de reanudar las operaciones militares si el desarme de Hamas no se cumple cabalmente. Israel Katz, ministro de Defensa, advirtió: “Cada demora o evasión intencional será considerada una violación flagrante del acuerdo y será respondida en consecuencia”. Mientras tanto, Trump fue ovacionado en la Knesset y en las calles israelíes, recibiendo el crédito principal por la tregua. Ayer parecía el “Trump’s National Day”, no solo el día de los rehenes liberados.
El norteamericano estuvo menos de 8 horas en Israel y otras pocos en Egipto, habló en el Parlamento israelí y estrechó la mano de los más de 20 líderes internacionales que asistieron a Egipto pero no dio un solo detalle sobre el futuro político de los palestinos y los retos que plantea la reconstrucción de Gaza.
Además, Hamas no aceptó públicamente los aspectos más importantes del acuerdo, como la renuncia a cualquier papel en el futuro gobierno de Gaza y la entrega de su arsenal. La organización se limitó a decir que “cualquier plan para el futuro de Gaza solo puede discutirse en un marco nacional palestino integral que incluya a Hamas”, lo que alimenta aún más la incertidumbre sobre la eficacia real del acuerdo para transformar la situación en la Franja.
Presión internacional y hoja de ruta incierta
La participación de países árabes y la presión internacional resultan determinantes. Egipto, Qatar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Turquía han presionado a Hamas para aceptar el acuerdo, impulsados por el objetivo de lograr estabilidad y evitar la desestabilización interna. Estos gobiernos también buscan beneficios estratégicos y económicos, entre ellos la cooperación militar y tecnológica con Estados Unidos. Europa ha reforzado su respaldo a la creación de un Estado palestino y ha criticado el aislamiento internacional de Israel, aumentando la presión diplomática sobre los implicados.
En cuanto a la ruta trazada, todos destacan la supervisión internacional de la transición en Gaza y la reconstrucción de infraestructuras esenciales, con el comienzo de un proceso de diálogo entre Israel y la Autoridad Palestina. El éxito de esta fase dependerá de la definición concreta de los mecanismos de desarme, del funcionamiento de la fuerza internacional y de lograr que la ayuda humanitaria alcance efectivamente a la población civil. Además, la reforma de la Autoridad Palestina y la unificación política de Gaza y Cisjordania se perfilan como pasos indispensables para un futuro acuerdo político estable.
El futuro, en suspenso
A pesar de los avances iniciales, el destino del acuerdo permanece abierto. La firme presión de Estados Unidos y los países árabes hizo posible la primera fase, pero la ejecución de los componentes más sensibles exigirá vigilancia constante y disposición de todas las partes para aceptar compromisos exigentes. El riesgo de que Hamas o Israel incumplan promesas puede detonar una reactivación del conflicto, y la falta de consenso sobre el rol de figuras extranjeras en la Junta de Paz añade incertidumbre.
La región enfrenta dos caminos: la posibilidad de una etapa de paz y desarrollo renovado, o la amenaza de que las disputas históricas y los intereses contrapuestos reactiven la violencia. ¿Una buena?: en este escenario ningún actor desea asumir la responsabilidad del retorno al conflicto armado, lo que podría abrir una ventana de oportunidad para consolidar los frágiles avances logrados hasta el momento.