Si el presidente de Estados Unidos es capaz de dar vuelta una relación bilateral histórica con un posteo en una red social; si le es posible reescribir las condiciones del comercio mundial o si puede frenar el alto el fuego en la zona más caliente del planeta, ¿cómo no va a poder adueñarse de todas las conversaciones empresarias después de haberle dedicado unas horas, unas palabras y unos cuántos millones de dólares a la Argentina?
Así de virales son los hechos y los dichos de Donald Trump que impactaron de lleno en la agenda del 61° Coloquio de IDEA que se desarrolla en Mar del Plata. Y si bien nada se modificó en la agenda prevista, lo cierto es que la coyuntura barrió el temario de charlas informales.
Tal es la vorágine informativa de este grupo de empresarios, ejecutivos y dirigentes que las conversaciones de la mañana se oxidaron pasado el mediodía, cuando se conoció que el rescate de Estados Unidos podría duplicarse, y pasar de US$20.000 a US$40.0000 millones. “¿Esto es un error, o es el doble?“, se preguntaba un ejecutivo de una empresa multinacional cuando miró la novedad en su teléfono.
Ahora bien, este núcleo de integrantes puros del llamado círculo rojo no estaba del todo confiado pese a las noticias que llegaban desde el mercado con la estabilización del tipo de cambio y la recepción del presidente Javier Milei en la Casa Blanca. “¿Cómo me explica -interrogaba a este cronista el presidente de una compañía de servicios local- que con la llegada de la billetera más grande del planeta subsistan las dudas y nadie esté tranquilo.»
La respuesta era parte de los “pero” que se escuchaban en cada punto de reunión o café. Sucede que ahora, los grandes interrogantes están del lado de la política. Y no se trata de que este auxilio norteamericano es la solución de los problemas de política económica de la Argentina, sino que el poder de los dólares debiera estabilizar el corto plazo y entonces, es necesario ir por los cambios necesarios.
Ahí es donde se empalman las dos agendas. Por un lado, la de largo plazo. “Salir a la cancha y jugar”, decía el presidente del Coloquio, Mariano Bosch, fundador y CEO de Adecoagro. Por el otro lado, la coyuntura, que necesita estabilización, y posteriormente, fibra política para avanzar en temas como reforma impositiva y laboral, además de regresar a la agenda de la infraestructura argentina. Y entonces, en ese juego de ambas aparecen las limitaciones que el círculo rojo ve en el oficialismo: la falta de interlocutores más allá de su propia tropa.
La remanida metáfora futbolera, o deportiva, que usó esta edición de la reunión empresaria, no ahorró lugares comunes a la hora de ejemplificar lo que necesita la Argentina. “Salir a la cancha”; “jugar el partido” o “formar equipos”, «competir en serio”, entre otras frases olvidables. Pero una de tantas sí resume los problemas empresarios: “Tenemos que saber en qué cancha jugamos”, dijeron varios, y también Bosch.
En el mundo de las metáforas empresarias, allí donde las palabras nunca son directas para no ofender a nadie, tener la cancha inclinada es o conocer el terreno de juego es sinónimo de estabilidad y previsibilidad. Y ese es el punto que ni la billetera abrumadora de Donald Trump puede entrar.
“Mire -decía, café en mano, el dueño de una compañía de logística argentina-, todos hemos sido alguna vez blanco de insultos del Presidente. Eso debería cambiar”. Es casi unánime la idea de que todo lo que viene necesita de acuerdos sean con alguna parte de la oposición, con los gremios, con las provincias, además de que será imprescindible que el oficialismo sume algunos aliados.
La conversación dominante de quienes piensan a largo plazo no es nueva, reglas claras, sean las que sean, a largo plazo. A mediano, aunque sea. El cambio es que a cada vez queda menos hilo en el carretel de muchas compañías como para tener el tiempo necesario para la espera.
Claro que sería un error generalizar. Los empresarios mineros, los ligados a la industria petrolera, cierta parte del campo y de la industria, las automotrices, por caso, tienen una visión mucho más espalda y claro, más paciencia.
“Se puede pagar. Parece una obviedad, pero hace dos años necesitábamos rogar para que nos financien una importación que no sabíamos cuándo la íbamos a poder enviar los dólares. Se hizo mucho, se quitaron impuestos. Falta, pero se hizo”, se sinceró uno de los hombres fuertes de una automotriz. Cerca suyo, el CEO de una firma de servicios, local, admiraba la capacidad de una filial argentina para poder explicar a sus superiores globales las menudencias de la política criolla. “No sé cómo haría para reportar los vaivenes argentinos”, decía.
Pasado el tema Trump, el dólar y el balance de la gira por Estados Unidos, todos regresan a su día a día. Nada nuevo, surge el costo argentino. Por un lado, las tasas de interés; por el otro, el peso de los impuestos. Una alimenticia, que tiene estudiado al centavo sus números contaba que por cada 100 pesos que vende su industria se pagan 52 de impuestos. “De ese importe, 11 pesos corresponden a ingresos brutos que se acumulan en toda la cadena”, ilustró. Ese impuesto es todo provincial. Es decir, para empezar a solucionar el problema, es necesario hablar con los gobernadores. Diálogo y política.
Así pasó el día, en los pasillos y en el café, con la mirada puesta en mañana a la mañana; en los paneles, con una necesaria visión más larga. Ahí radica uno de los problemas del Gobierno: no quedar atrapado en la coyuntura para poder mirar un poco más allá. Pero, a su vez, no desatenderla.
Así son las cosas en el círculo rojo que mira a largo plazo