“Viejo. Cansado. Enfermo. Arruinado” es una frase que se repite como un ritornello a lo largo de La última novela (2007), que fue, como su título lo indica, el opus final del estadounidense David Markson (1927-2010), un autor que corría el riesgo de volverse célebre –-según él mismo decía– de tan desconocido.
Aunque el escritor neoyorquino firmó algún policial y un par de westerns, descubrió su tono definitivo a partir de la notable La amante de Wittgenstein, que desarrollaría luego en una serie de narraciones más minimalistas aún (La soledad del lector, Esto no es una novela), con las que entronca esta pieza terminal. Son párrafos de frases breves; a veces una sola. El espacio en blanco entre unos y otros los vuelve autónomos, pero conforman un collage de ecos y desvíos. La agilidad no contradice su vanguardismo.
Como si fuera un lector de subrayados perfectos –siguiendo una frase de Osvaldo Lamborghini que seguramente desconocía–, Markson acopia anécdotas sobre (y reflexiones de) escritores, pintores, compositores, cantantes de ópera, filósofos, científicos y personajes mayores o menores de la historia. También deja constancia de fechas, sobre todo de muertes. En esa deriva, apenas entrevista, va asomando entre bambalinas la figura del protagonista tácito: “el novelista”, quien escribe.
Las anotaciones juegan con el absurdo: “Antón Chéjov murió en Alemania. Su ataúd llegó a Moscú en un vagón de carga donde claramente ponía Ostras”. Insisten en las dificultades de su oficio: “Italo Svevo tuvo que pagar para publicar La conciencia de Zeno” o “‘Los escritores son los mendigos de la sociedad occidental’”, dijo Octavio Paz». También detectan coincidencias menores: “El día que Dylan Thomas cumplió dieciocho años, Sylvia Plath nació”. O proponen destellos dadaístas: “Preguntarse cuándo y dónde habrá tenido lugar la última conversación espontánea en latín entre dos personajes que se encuentran en la calle”. Los rastros de antisemitismo de algunas declaraciones o el ninguneo histórico a las mujeres (“Un tipo estupendo, llamó William Carlos Williams a Emily Dickinson”) son otras de las muchas líneas que se cruzan y descruzan en el entramado.
Hacia el final, el centro de gravedad se desplaza de manera más evidente hacia el narrador (“viejo, cansado, enfermo, arruinado”) cuando descubre que quedan cada vez menos amigos vivos y llama a sus contestadores telefónicos en busca de su voz. “¿Eso es todo, no puedo hacer nada más? ¿Lo único que me queda? No puedo ir más lejos?”, se pregunta sobre su libro y toda su obra, parafraseando al pintor Van Eyck. La última novela es un adiós originalísimo que no se priva de tocar las notas más tristes con delicadez y sigilo.
La última novela
Por David Markson
Sextopiso. Trad.: Mariano Peyrou
180 páginas
$ 31.500