¿Qué estarías dispuesto a hacer para acceder a una fórmula mágica que, de solo aplicarla, te vuelve un 70% más productivo y te permite sentirte un 50% menos estresado en tu semana de trabajo? Bueno, esa fórmula existe y se resume en 3×2. Tres días a la semana sin reuniones y dos para tenerlas. Simple, pero no fácil de lograr.
Un grupo de investigadores del MIT, hizo este experimento: eliminar por completo las reuniones en 76 empresas de más de 1000 trabajadores varios días a la semana para comprobar cómo afectaba al rendimiento de los empleados. Los resultados fueron contundentes: las compañías consiguieron aumentar su productividad hasta un 73% y el estrés de los empleados se redujo hasta en un 57%. Tenemos problemas tanto en la cantidad como en la calidad de las reuniones que llevamos a cabo: drenan nuestra energía porque requieren un nivel alto de concentración y nuestra concentración es finita y cae con el tiempo. Además, saltamos de una a la otra y tenemos más cantidad. Aun arrastramos la resaca de la pandemia en la que “subirse” a calls de último minuto se instauró sigilosamente en las agendas diarias. Sumado a que no nos movemos para despejarnos y a la constante exposición a las pantallas que reducen nuestro rendimiento y aumenta el estrés, la reunionitis se transforma en un virus que se esparce y coloniza los tiempos de trabajo profundo y enfocado.
Influencers que no existen: cuando la nueva estrella es una IA
Del informe del MIT se desprende que el mayor beneficio lo obtuvieron aquellas compañías que suprimieron estos encuentros laborales tres días a la semana: un 73% más de productividad, un 65% más de satisfacción de los empleados y un 57% menos de estrés. Con menos o más jornadas sin reuniones el grado de efectividad de esta medida era menor. Paradójicamente, tener demasiadas reuniones resta valor a la colaboración efectiva y desconcentra a los trabajadores en sus horas más productivas, y el trabajo enfocado queda relegado para horas extra o espacios entre reuniones que usamos apurados e invadidos por el cortisol de hacerlo todo a último momento. Por supuesto que hay reuniones fecundas, que tienen múltiples virtudes como mantener la relación y colaboración entre las personas y sirven en muchos casos como dispositivo para aclarar puntos y planificar a través de una conversación, negociación o discusión. Pero eso requiere una decisión, la de desarrollar una cultura de “cómo nos reunimos en esta empresa/equipo” que sea consensuada, comunicada y compartida. No todo requiere un encuentro sincrónico y la proliferación de mensajería instantánea, cada vez más intuitiva y potenciada por la inteligencia artificial, permite resolver temas, tomar decisiones y disipar dudas rápidas sin la necesidad de secuestrar agendas y voluntades.